—Hola, amor. ¿Me extrañaste?
Chiara queda estupefacta ante la imagen que tiene delante de sí, parece ser que los demonios se alzaran para demostrar que hay mucho por lo cual esperar y que no todo está dicho aún. Luego de todo lo que le costó duelar la realidad de Donato, luego de la situación que le hizo pensar que ya solo quedaría despedirse de él y pensar que todo esto solo sería parte de un plan extraño, malvado, doloroso. Para encontrarse con esta imagen que tiene delante.
—Tú…—apenas la voz consigue salir de su boca, prácticamente sin aliento.
—Sí, soy yo. Entiendo que te quedes con la boca abierta, suelo causar ese efecto en las mujeres, sobre todo cuando son tan atractivas como usted, mi lady.
—No puede ser. No puede ser.
—¿Te dijeron que yo había muerto, acaso?
—Me dijeron que…no volvería a verte… Que era parte del plan ese… Yo solo intentaba dar lo mejor para…
—Los niños. Sí, sí, ya los vi. Están grandecitos, eh.
—Dime dónde están y qué ha sucedido con ellos.
—Tranquila, está bien. Sobre todo porque ya llegó papi.
—¡Dónde están!
—¿Mis hijos? Pues, en este momento deben andar comiendo hamburguesas y patatas fritas. Lo que siempre quise darle a mis niños.
Donato se agacha y mira a la cara a Chiara. O Charo. Sea cual sea la identidad que ahora esté tomando, a él le sigue pareciendo tan hermosa como siempre, una de las mujeres más magníficas que ha podido encontrarse en su vida.
—Ellos no comen carbohidratos—sentencia Charo.
—Bueno, yo siempre quise que mis padres me lleven a comer hamburguesas con patatas fritas a un McDonald’s y no lo tuvimos con mi hermana. Deseé que lo hicieran, pero no podían permitirse ese lujo, por lo tanto, juré que el día que sea padre, llevaría a mis hijos a que lo hicieran por sí solos. Sin embargo, me quitaste no solo la oportunidad de llevarlos a comer hamburguesas. También la oportunidad de acompañarte en el embarazo, de ser un gran padre, de cuidar de ellos cuando enfermen, de presenciar cada uno de sus cumpleaños.
—Mikael me dijo que…
—¿Que yo había muerto? ¡Buuuu! ¡Los zombies existen, el apocalipsis ha llegado, señoras y señores!
—¿Sabes qué es lo más interesante de todo? Pareciera ser que no me tienes miedo, Charito.
—No podría temerle a un…fantasma.
—Tócame.
Donato estira una mano en dirección a Charo, pero ella no le puede tocar ya que está maniatada. Haber escapado con su segunda identidad para desaparecer de la vida que él la condenó pareciera ser una oportunidad para compensar todo el daño que alguna vez se hizo, no obstante, ahora cae en la cuenta de que eso no fue más que su propia sentencia lo cual la atrajo hasta él.
—¿Ya ves? Tu eres tan suave como siempre te he recordado.
La acaricia mientras ella inspira profundo, tratando de no dejarse llevar por lo que le ocasiona volver a estar cerca de ese hombre, volver a sentir su tacto.
—¿Qué te parece?—insiste Donato.
—Estás…loco. Tan loco como siempre.
—También suelo ocasionar esa sensación en las nenas cuando las toco. Y tú eres una nena bastante brava, siempre lo fuiste.
—No me digas “nena”.
—¿Qué edad tienes ahora? ¿Treinta?
—Veintinueve.
El paso del tiempo impacta con fuerza en Donato como si fuere una bofetada. Es a lo que sabe en él la dura y cruenta realidad.
—Eso significa que Aurora tiene…seis años…
Charo inspira profundo y asiente.
—Así es.
—Vi los documentos de mi hijo. ¿Por qué decidiste ponerle ese nombre?
—Percy.
—Ni siquiera es un nombre italiano.
—Tu me elegiste un nombre a mí y ni siquiera es un nombre francés.
Y es con el nombre que de ahora en más tiene que usar cuando se trata de salir de París.
—Entonces te vengaste por eso—determina Donato—. Aunque te parezca extraño, no me disgusta Percy. Como Percy Jackon. Me gustaba mucho esa saga de libros de pequeño. Mi familia no podía permitirse comprar libros, por lo que iba a la biblioteca pública y los leía sentado en los sillones para aprovechar también el aire acondicionado.
—¿También querías darle aire acondicionado a tus hijos?
—Entre tantas otras cosas. Un vaso de leche, una hamburguesa, una casa, una familia.
—Y tiroteos, y sangre y muerte. Es lo que te persigue por ser la persona que elegiste ser, Donato. Un mafios…
—Un Capo. Ahora soy el Capo de nuestra famiglia de associates y no tengo a mi esposa y a mis hijos para celebrarlo.
—Estás desquiciado si esperas que celebre en ti esa oportunidad de no cambiar la vida para mal de mis hijos.
—¿Tus hijos? Nuestros hijos, Charo.
—Mmm.
Aurora no es hija de sangre de Charo. Ella nació cuando Charo conservaba su identidad real de Chiara, hasta que Donato la secuestró por ser pediatra con tal de hacerse cargo de la niña. Donato soñaba con ser un mafioso de alta jerarquía, lo cual significó un gran retroceso al momento de ser vulnerable
Porque la familia le hizo vulnerable.
Le atacó donde más le dolía, ayudando a su esposa embarazada y a su hija a que huyan de él. Han pasado seis años desde entonces…
—Seis años—dice él, pensando en el paso del tiempo y el dolor que esto le ocasiona—. Seis años pasaron desde aquel día. Percy tiene cinco…
—¿Qué harás entonces? Mikael me dijo que habías muerto.
—Te lo dijo mi mayor enemigo. Te fuiste con él. Elegiste huir con mi mayor enemigo antes que quedar bajo mi amparo.
—Estar contigo era condenar a Aurora y a Percy. Murió Teresa, no quería también ese destino… Yo… Estaba asustada. Temía por los niños.
—Y temías por ti, en realidad. Fuiste muy egoísta.
—¡Sí! ¡Temía por mí! ¡Los niños necesitaban una madre de verdad! ¡Y la necesitan aún, no puedes hacer lo que haces, de secuestrar gente y ponerla a cumplir labores!