¡escápate conmigo!

CAPÍTULO 3

En la actualidad…

 

Donato

 

Percy es más bien parecido a Charo, con sus mismos ojos color caramelo y el cabello claro. Con el tiempo, a Aurora se le ha oscurecido el suyo, pero sigue siendo tan bella como siempre, parece ser que los hubieran metido en una máquina del tiempo hasta expulsarnos en esta situación que tenemos ahora.

Se han comido con tanto ímpetu esas hamburguesas con patatas fritas y han bebido tanta Coca Cola que parecen tener la misma pinta que si cualquier ciudadano común se hubiera sacado el premio gordo del loto.

Lo que más me impacta de todo es cómo puede ser que dos criaturas tan fascinantes vengan a este mundo y hayan sido moldeadas a imagen y semejanza de uno.

El patio de comidas está clausurado y reservado únicamente para que mis niños vengan a almorzar. Claro que también he comido una hamburguesa con ellos, aunque la verdad que me hubiera gustado cumplir este sueño mucho tiempo atrás.

—¡Esta comida estuvo deliciosa, señor! ¡Muchas gracias!—dice Percy. Bueno, al menos son agradecidos.

No obstante, Aurora aún me mira con desconfianza y le dice por lo bajo a su hermanito como si pudiera ocultar esas palabras de mí:

—Pssstttt, bobo, mamá ya nos dijo que no tenemos que hablar con extraños.

—¿Y qué?—responde el varón—. ¡Nos acaba de dar hamburguesas! —Acto seguido se vuelve a mí y me dice—: Mamá no nos deja comer hamburguesas. Dice que si comemos esto, se nos tapará el corazón y moriremos demasiado jóvenes.

—¿En serio tu madre les mete esas cosas en la cabeza? Dios santo, pues…—no está equivocada, supongo yo, ella solo busca darles una dieta saludable porque les ama, pero no puede ser tan aguafiestas, una hamburguesa de vez en cuando no les hará nada—, tiene razón ella, aunque tampoco es para tanto. Una de estas cada tanto no les hará tal cosa, no se preocupen. ¿Qué hay de ti, pequeña Aurora? ¿Te gustó?

La niña agacha la cabeza y se mantiene firme en no querer hablar. Mientras aguardo, dándole su tiempo, parece pensar en otra cosa cuando destaca como una queja:

—Quiero a mamá. ¿Dónde está mamá?

—Eso, señor—dice Percy—. ¿Dónde está nuestra mami?

—Psssttt, tú no le hables—dice Aurora otra vez al pequeño, cuidándolo.

—¡Tu lo hiciste, boba!

—¡Porque yo soy la mayor!
Bueno, ya veo a quiénes sacaron ese carácter. No cabe duda que son nuestros hijos estos pequeños.

—Mami está bien, solo que no pudo venir a comer con nosotros hoy. Se nos sumará más tarde cuando tengamos que subir al avión.

—¡¿Otro avión?! Buaaaa—suelta Percy, tirando su cabeza hacia atrás, evidentemente harto de las burocracias de los vuelos.

—Así es, pero no tendrán que esperar porque volarán en primera clase, en un avión totalmente privado. ¿Qué tal?

La niña me mira como si le hubiera hablado en chino básico. Hummm, lo más probable es que ni siquiera estén entendiendo de lo que les estoy hablando, así que me devano los sesos por hacerlo más atractivo:

—¡Tengo un avión!

Percy se vuelve a mí con los ojos grandes y tanto él como Aurora sueltan unos ojos grandes y la boca con la carretilla que se les caerá por los suelos:

—¡¿QUÉEEEEE?!

—Así es—les digo, con toda certeza y autoconfianza—. Tengo un avión para mí solo. Que ahora es de todos nosotros. Ah, y en Italia tengo también un helicóptero.

—¡WAAAAOOOOOOO!

Percy está fascinado por esto último. Touchê, yo sabía que caerían. En fin, no les estoy mintiendo, ya puedo imaginar mi vida enseñando a mis niños a que puedan pilotear su propio avión.

—Cuando crezcas, te enseñaré a volar, muchacho—le digo a él, sacando provecho de que está anonadado con las cosas que puedo poseer—. Tendrás a todas las chicas a tus pies cuando sepan que tienes un helicóptero o cuando las lleves a dar un paseo—. Aún recuerdo cuando Chara voló por primera vez en uno, se la veía tan enloquecida con el paisaje, con la oportunidad de rondar entre las montañas del cordón cordillerano de los Alpes, era tan majestuoso todo… Por fortuna, creo que no ha vuelto a subir a uno. Estoy seguro de que le gustará volar por la cordillera de Los Andes en cuanto estemos por Argentina en cuestión de horas nada más.

Aurora pone mala cara y se atreve a decirme:

—Mamá dice que no tenemos que tener novias ni novios. Que somos muy pequeños aún. Pero cuando seamos grandes podemos tener novia o novio, lo que nuestro corazón diga que será lo que nos hace felices, pero eso lo deciden los adultos, las personas que ya son grandes como usted.

Santo cielo, estas madres de hoy vienen con nuevas maneras de darles discursos a sus niños, evidentemente Chiara sabe de qué manera aggiornarse. No es que pueda meterles lo contrario en las cabecitas, vienen muy bien educados y con fabulosos valores.

—Está bien—les digo—. Lo que a ustedes les haga felices, me parece bien. Tanto Charo como yo seremos felices en ese caso.

—Siempre que no se haga daño a otras personas—suelta Percy, rascando la bolsita de patatas fritas para comerse la sal al final—. Y nos haga bien a nosotros.

—Comprendo—les digo. Y me muero de ganas de darles más patatas fritas, pero si nunca han comido, temo que les haga mal—. ¡¿Quién quiere un helado?!

—¡YOOOOO!

Él levanta ambos brazos, mientras que Aurora le pellizca la panza y él los baja de golpe mientras se sujeta donde le pellizcó.

—¡Aaaauuuch! ¡Eso dolió, boba!

Aurora le sujeta de un brazo a Percy y me mira con los ojos centrados en mí, con el entrecejo fruncido. Ay, niña, si supieras lo mucho que antes te divertía que me quede contigo y te tirabas peditos cuando estaba en algún asunto serio lo cual provocaba que te mataras de la risa.

Ahora están tan grande, tan madura y me miras como tienes que mirar a alguien a quien no conoces y que te ha apartado de tu madre… Estoy seguro de que en algún momento me comprenderás, ya verás, cielo.




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