¡escápate conmigo!

CAPÍTULO 5

Charo

 

La llegada es a un aeropuerto muy conocido de Buenos Aires, Argentina, que hace recepciones solamente desde vuelos del exterior, con posibilidad de vuelos privados inclusive, aunque estos sectores cuentan con un prestigio y secreto profesional tan importante que es considerado Secreto de Estado por cada vez que se trata de alguno en particular factible de encaminar lo que se desea tramitar en absoluta discreción.

Justito lo que necesita un tipo que sabe mucho acerca de clanes oscuros, como él solía llamarle a lo que hace “controlar el mundo desde las sombras, pero con la posibilidad de verlo todo desde la altura”. Bastante estratégico a decir verdad. Una vez que estamos en el lugar indicado, le pregunto a Donato:

—Dime cuál es tu secreto para hacer uso de la discreción en los vuelos privados y servicios premium de este lugar si en realidad no puedes justificar por la vía legal nada acerca de dónde proviene tu fortuna.

Él se coloca las gafas de sol antes de que bajemos, reposa un beso casto sobre mis labios y me advierte con una sonrisa de oreja a oreja:

—No sabes cuánto me alegra saber que mi mundo también te intriga a ti y es motivo de querer más cada día respecto de cuánto puedo darte a ti. Puedo dártelo todo si así lo precisas. La cantidad de vuelos que gustes.

—Acabas de ponerte en tu rol de poeta sin responder a mi pregunta.

—Sencillo: blanquear dinero desde empresas fantasmas. Soy el representante de una prestigiosa compañía cafetera que está ubicada en mitad de un hermoso pueblo de Andorra. Si vas a esa ubicación que está en papeles, te encontrarás con que se trata de un territorio baldío. Pero, ¿qué más da? Solo es asunto de fe, todos tienen fe de lo que dicen los papeles.

Bueno, lleva sentido. No hay manera de tener que salir a inspeccionar que cada cosa que aparezca en un documento digital o en papel que se entrega para entrar o salir de un país se puedan salir a verificar, persona por persona. Por lo que este sistema para detectar lo que la gente hace y lo que notifica hacer, es realmente óptimo para verse burlado en cualquier momento.

Terminamos por bajar y, acorde a la zona donde nos esperan, en nada se parece a lo que creía que podría resultar de una vida de vuelos tradicionales o de un aeropuerto común. Realmente me siento de la realeza a juzgar por la buena disposición de todos los que nos atienden.

—Son muy generosos, ¿no lo crees un poco injusto en relación con lo que hace al trato de la gente común que asiste a un aeropuerto?

—La mayoría de la población jamás ha viajado en un avión si nos ponemos un poco estadistas, así que el que lo hace, ya es uno de esos pocos privilegiados.

Bueno, siempre se ha de salir con la suya.

Tras salir de Ezeiza en una de las camionetas que provee la gente de Donato, optamos por ir en dirección a otro lugar. No sé de qué se trata o qué nos tiene deparado este loco.

Hasta que me entero que, luego de ir a un apartamento de lujo en una isla llamada Tigre, es hora de ir a otro lugar llamado “Parque de juegos acuáticos”: La mala noticia es que ¡temo a las alturas! Y esos juegos son de estilos variados, por ejemplo, una montaña rusa que atraviesa el agua. Ah, y no sé nadar.

—Lo siento, pero no puedo conceder eso—les digo a mis hijos.

Ellos se ponen a refunfuñar, sin embargo, las palabras de Donato son muy ciertas en cuanto me advierte:

—No hagas parte a los niños de los miedos que nos atraviesan a nosotros, sus padres.

—¿Tu también temes a las alturas?

—Amo la altura, cielito.

Más allá de toda la situación, es una realidad que los chicos no pueden reproducir mis modelos de miedos. Así es como terminamos haciendo esa salida que solo consigue poner en jaque todos mis miedos. Los chicos se la pasan de maravilla, Donato se divierte tanto como un chiquillo más, pero en mi caso realmente termino mareada y, durante un instante en un juego llamado kamikaze, me atraviesa una sensación cercana a la muerte, la posibilidad segura de que no podría tolerar esto.

Tras una visita que me garantizó que a mis niños les divierte lo que a mí me aterra, siendo que en una guardia médica nocturna uno está con constante deambular entre la vida y la muerte, la propuesta es ir a almorzar. Volvemos en “ferri privado” desde la isla hasta la parte de la ciudad, donde nos aguardan en un famoso restaurante que los niños muestran con mucho ánimo y alegría ya que jamás estuvo a mi disposición la posibilidad de traerles a comer algo así a este lugar.

Sucede finalmente algo imprevisto.

Una carne pasada por pan y cereales con puré cremoso de patatas que huele exquisito es lo que aparece delante de mis ojos de repente.

Es algo que me deja por demás sorprendida, porque no tiene pinta de ser algo precisamente gourmet.

—Espero que les guste este plato. Es una exquisitez argentina, sumado a que también nos fascina a todos los italianos, aunque no está muy difundida en nuestra ciudad donde abunda la pasta y la buena pizza.

—¿Qué es esto?

—WAAAAOOOOO.

A los niños les traen patatas fritas con la carne. Dios santo, es todo lo que me faltaba, que finalmente coman algo que les hará empalagar de carbohidratos.

Percy come con ánimos mientras le pone kétchup a sus patatas. Mi hija prefiere al principio la ensalada, dando luego con la intención de pasar a las patatas fritas hasta embadurnarlas en mayonesa.

—¡Eso no!—les digo, horrorizada.

—Es solo un poquito de aderezos, relax cielito. Por cierto, este plato se llama “milanesa” y nunca lo comerás en un restaurante gourmet de Buenos Aires, lo hicieron solo por nosotros así que, ¡a disfrutarlo! ¡Buen apetito! Más tarde hay clases de español, por cierto.

Y así sucede. Almorzamos para luego regresar a Capital Federal donde visitamos el Obelisco y aquí es donde Donato nos da su gran noticia:




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