¡escápate conmigo!

CAPÍTULO 6

 

Donato

 

Les he enseñado una nueva canción a mis niños. Bah, la primera en realidad, ya que no tuve oportunidad de que escuchen música de Chopin o de Mozart mientras aún estaban en la panza de su madre. Solo espero que no hayan estado escuchando algunas de Reggaetón o esos ritmos que me resultan un tanto ruidosos, pero qué va, les aceptaré lo que decidan en sus vidas.

Por suerte, mi obra maestra musical es tan pegadiza que les encanta de inmediato y la cantan mientras Franco nos lleva en la camioneta de camino a nuestro hotel en Capital Federal. Faena es un hotel que no se caracteriza por estar entre los de mayor prestigio a nivel mundial, pero en Sudamérica tiene buena concurrencia, por lo que creo que sería un punto que les será de agradar, además que la zona de Puerto Madero tiene una buena vista y que hará sentir toda perrona y empoderada a mi esposa observando desde la ventana una vista privilegiada hasta el Puente de la Mujer.

Los niños cantan conmigo, al ritmo de una canción de la época de mis abuelos, adaptada a los tiempos que corren (suena igual que esa de “vamos de paseo, pi, pi…”).

—¡Yo canto y ustedes dicen “pi, pi, pi”!—les digo desde el asiento de copiloto mientras Charo se sujeta la cabeza contra la ventanilla, pareciendo que en cualquier instante tendrá el impulso de atravesar el cristal blindado con su frente.

—¡Siiiii!—ellos lo celebran mientras comen algodón de azúcar y palomitas de maíz, las cuales adquieren un nombre muy singular en este lugar “poshoclos”. Algo muy extraño porque no es un alimento que derive de los “poshos”.

—¡Vamos a Argentina!

—¡Pi, pi, pi!

—¡En avión privado!

—¡Pi, pi, pi!

—¡Con Charo y con Donato!

—¡Pi…!

—¿Quién es Charo?

Percy canta, pero Aurora lo interrumpe al descubrir que el nombre de su mami es en realidad otro. Bueno, vamos a adaptarnos:

—¡Con mami y con papi!

—¡Pi, pi, pi! —ahora sí la acepta.

—¡Porque somos ricos!

—¡Pi, pi, pi!

Soltamos todos una carcajada y esta vez les arrojo a ellos la opción de que la canten mientras el gesto de mi esposa parece ser el de una salsa de tomate sometida a una temperatura tal que parece reventar en cualquier instante.

—¿Por qué no lo intentas, cariño?

—¡Prefiero…escucharles cantar!—me dice ella con una sonrisa falsa impostada en el rostro. Tranquila, bebecita, ya cantarás con nosotros.

—¡Bueno, aquí vamos!

Percy comienza y de inmediato Aurora le sigue recordando la canción; es una niña sumamente inteligente:

—¡Vamos a Argentina!

—¡Pi, pi, pi!—yo les canto y seguimos así hasta concretar el check-in.


 

—Hola, guapa, ¿bailas cumbia con este “shabón”?—le pregunto a Charo con un forzado español regionalizado, una vez que estamos en nuestra habitación. Ella me pasa de largo y se mete al baño. En cuestión de minutos escucho que ha largado la ducha y (¿qué clase de mafioso sería si no la tuviera pedida de antemano?) me meto con una copia de la llave, listo para compartir este agraciado momento que vengo esperando desde hace tanto tiempo para concretar.

Ella abre un poco la cortina y solo deja ver su cabello mojado, su rostro y sus hombros mientras se cubre con el resto.

—¡Qué haces aquí!—me grita.

Dejo mis zapatos a un lado y advierto:

—A la próxima tendría que ser un poco más precavido y silencioso así no le quito “cashondería” a la situación.

—¿No le quitas qué? Deja de usar palabras que no sabes pronunciar ni conoces, o háblame en italiano que te entendería mejor.

—Ya te acostumbrarás a las palabras de este país, en nada se parece al español de España como nosotros lo solemos estudiar.

Cuelgo mi camisa sobre un costado y ella abre grandes los ojos. Las palabras se atropellan en su boca mientras intenta articular algo coherente:

—¡Solo quiero un poco de privacidad y saber cómo voy a procesar esto…! ¡V-vete! ¡Necesito estar mojada!

—Podemos darle una ayudita a la ducha.

—¡Que necesito estar a solas!

—Te traicionó la mente, cariño.

Enrojecida, vuelve a meterse al otro lado, pasa al costado de la mampara y no puedo ver nada, pero recibo un reto de su parte mientras el cinturón queda en el suelo al igual que mis calcetines:

—¡Es una locura lo que haces, Donato! ¡Cómo puedes disponer así…de nosotros! ¡Los niños sufrirán apartarse de París, sus amigos y la escuela está allá!

—No parecen estar en disgusto.

—¡Lo estarán!

—Nada que amigos nuevos no puedan demostrar tarde o temprano. Los niños son así, hacen y deshacen amistades con facilidad. Los adultos somos los que muchas veces nos aferramos inútilmente a cosas y personas. Yo me aferré a ti, pero le diste un sentido a mi vida desde que apareciste.

—¡Yo…!

—Te he dejado sin habla, bebé. Me estuve ejercitando mucho este tiempo, sé que me deseas desde siempre.

—¡Donato! ¡Qué hay de sus abuelos, de los tíos de los niños!
—Eres hija única.

—¡Lizzie es la tía! —Su mejor amiga.

—Podrán vivir sin ella.

—¿Y mis padres?

—Los traemos cuando gusten.

—¿Cómo les explico de tu trabajo?

—Lo entenderán.

—¡Aasshh! ¡AAAHH!

Suelta el grito una vez que termino mi trabajo y los ojos grandes con las pupilas dilatadas, sumado a su boca abierta, resultan la cerradura que necesito para poder insertar mi llave y abrir la puerta del amor.

—¿Y si discutimos pormenores más tarde? Quiero concretar otros planes en este instante, bomboncito.

 




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