¡escápate conmigo!

CAPÍTULO 7

 

Charo

 

Estoy en videollamada con Lizzie para explicarle el procedimiento de los pacientes que tengo a mi cargo en el hospital ya que no podré asumir esa responsabilidad nuevamente. De hecho, puede que me cueste el cargo completo el hecho de trasladarme hasta este país donde me toca trabajar. Dejo mi café a un lado mientras la pared vidriada del buffete del hotel muestra un enorme jardín vertical con luces titilantes y la salida a la calle principal de la ciudad.

—Mujer—me dice ella, entornando los ojos—. No sabía que la gente de Médicos Sin Fronteras pagaba tan bien. ¡Menudo lugar donde te estás tomando ese café, eh!

—No pagan, Lizzie—le explico—. De hecho, ya sabes que hace años renuncié a la oportunidad que me dio la organización.

—Claro, te desapareciste dos años de mi vida y reapareciste con dos hijos para ahora marcharte nuevamente. No me hace gracia que hagas esas cosas, a la próxima haré que te investiguen de Inteligencia Criminal a ver si así descubren lo que te traes entre manos, muchacha.

No sé si me lo ha dicho en serio, pero una parte de mí estará agradecida. Hasta que recuerdo que los nexos de IC internacional tienen como finalidad proteger y negociar asuntos de crímenes internacionales, según lo que Donato me dijo. No sé si será real, pero tampoco es que quisiera poner a prueba su teoría.

—Ya hablamos de eso—le digo por fin—. Solo necesito que podamos mantener el contacto este tiempo, me preocupa que las familias de los chicos piensen que pueda ser yo una irresponsable, deseo que no se sientan abandonados.

—Si les pasas tu contacto personal, te tendrán como loca.

—Si, ya la madre del pequeño Uriel me tiene en Instagram y me reacciona a todo. El otro día me escribió para preguntarme si era normal que su hijo no le guste jugar al fútbol, pese a que lo mandan hace dos años, desde que tenía cinco.

—¿No es suficiente ya con una o dos veces para que el niño diga lo que le gusta y lo que no? Que se respete esa decisión, por todos los cielos.

—El niño quiere ir a danza. Eso es lo que la madre ve como un problema.

—Creo que la madre necesita hacer terapia.

—Pediría esa interconsulta, lamentablemente no está en mis recursos como pediatra de su hijo.

—Eso es una opción. Yo me encargo. Por cierto, pasemos a lo que nos compete: ¡¿cuándo diantres me dirás con quién estás saliendo?!

Su pregunta hace que me ahogue con el café. Se queda a mitad de camino en mi garganta, pero consigo pasarlo con un poco de agua fresca que tengo en una copa. Mi mejor amiga insiste al otro lado del computador.

—Vamos, dime, evidentemente es un millonario. ¿Es ese magnate misterioso al que conociste tiempo atrás del que nunca me cuentas nada? Ya, amiga, sabes que no compartir secretos con tu BFF de toda la vida está penalizado por ley.

—¿Qué?

—Por la ley de las BFF de toda la vida. Dime de una vez qué es lo que sucede o me pondré como loca y nunca volveré a contarte nada en mi vida.

Sé que eso es imposible, ella me cuenta absolutamente todo, es como si tuviera una imperiosa necesidad de hablar.

—¿Qué te hace pensar en eso?—intento desviar el asunto.

—Solamente que no me estás diciendo la verdad porque, primero: te conozco. Segundo, los niños no están contigo ahora, eso significa que están al cuidado de alguien a quien le tienes la suficiente confianza. Y tercero, estás en un hotel lujoso, a mí no me engañas. Tu novio es un ricachón. ¿Es casado?

—Ya te dije que no, Lizzie.

—Eso fue hace años. Podría haberse casado en este tiempo.

—Pues no lo está.

—¡Ajá! ¡Te atrapé! ¡Entonces estás con él!

—Yo…

Creo que me meteré en problemas si sigo con esta charla.

El punto es que la cosa se pone compleja en cuanto capto que mi computador sobre la mesa da un salto y es que Donato acaba de afirmar sus manos sobre la mesa de golpe y los niños también vienen tras él, en dos patinetas eléctricas. Franco anda tras ellos con un botiquín de primeros auxilios en caso de accidentes para los chicos.

—Nos tenemos que ir, amor—dice él.

Lizzie parece darle un ataque porque acaba de tomar su voz el micrófono. Ella me aturde al otro lado y se vuelve completamente loca:

—¡¡¡ES ÉL!!! ¡TE DIJO “AMOR”! ¡AAAAHHHH! ¡YO LO SABÍA, LO SABÍA, NO PUEDES ENGAÑAR A TU MEJOR AMIGA, HIJA DEL DIABLO!

—Lo siento, Lizzie—me vuelvo a ella—. Debo colgar.

—¡NI SE TE OCURRA! ¡PRESÉNTAME AL GALÁN! 

—Adiós, te quiero.

—¡NI SE TE OCURRA! ¡ERES UNA PE…!

Y cierro el computador, suspendiéndolo y me quito los auriculares. Los niños vienen a mi lado a los gritos:

—¡Mami, mami! ¡Mira lo que nos compró Donato!—dice Percy.

Y Aurora le da un piquete en las costillas.

—¡Aaauuch!—se queja el niño, a lo que su hermana le corrige:

—¡Lo que nos compró papá!

—¡Sí, papá!

Les miro, confusa.

Luego me vuelvo al padre y le pregunto:

—¿Y ahora qué sucede? ¿Dónde vamos? Aún es temprano para almorzar.

—No, amor. No nos vamos a almorzar ni tampoco de paseo. Tenemos un helicóptero listo para que salgamos desde el helipuerto en la terraza.

—¡¿La terraza de este hotel tiene un helipuerto?!

—Bienvenida a mi vida, amor. ¡Ahora, nos vamos! ¡Mil quinientos kilómetros nos esperan para ser sobrevolados!

Esto es una auténtica locura. Se suponía que haríamos nuestra vida en Buenos Aires, ¿y ahora qué sucede?


 

Donato

 

Minutos atrás…

 

Mientras los niños andan por el puente de la mujer, Franco también lleva a sus niños, aunque su esposa no está aquí. Los hijos de mi guardia de seguridad de máxima confianza son quienes se toman el trabajo de enseñarles a andar.

—Tienes unos niños grandiosos—le digo.




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