Charo
El vuelo llama la atención de la gente alrededor. Creía que algo así no iba a ser posible, pero acaba de suceder de urgencia, lo cual es claramente efecto de algo que está grabado en la memoria de los habitantes. Apuesto a que luego sacaràn sus teorías y podràn suponer al respecto en cuanto estè a disposiciòn la oportunidad de entender de què lado estàn los inconvenientes que hacen a mi vida desde que toda esta historia comenzó.
Tras un largo suspiro, elijo no mirar a la gente que va quedando debajo mientras dejamos atrás la costa del Atlàntico para adentrarnos camino a la parte cordillerana más bien de sierra y luego la zona rocosa.
Los niños se la pasan preguntando dónde vamos, cómo es que apenas dos dìas màs tarde de iniciar nuestras vidas en el lugar nuevo donde se supone que la pasarìamos, es que termino por vérmelas con esta gente en una historia nueva que tendremos que afrontar en más.
No creía que algo así sería posible a decir verdad, realmente tenía la esperanza de establecernos más por Donato que por mí. Para que tenga la oportunidad de criar a los niños y hacer de padre de una vez por todas si es que ese fue su deseo desde el primer momento que tocó encontrarnos.
Los chicos quieren saber, yo no tengo las respuestas, el estrés afecta mi mal humor y Donato mismo no cuenta tampoco con el tiempo necesario para responder a los chicos, es que, parece muy ocupado hablando por él mòvil cuando creìa que algo así no estaba permitido en la altura.
Ahora todo se ve demasiado ajetreado como para llegar a definir lo que sucede, algo me dice que no hay buenas noticias para nadie. Esto afecta drásticamente mi decisión de volver a mi mundo, de realzar un perfil de vida que parecía ser solo un plano utópico. Bien, estamos listos para lo que tiene que suceder sin más.
—Vamos a hacer lo que tenemos que hacer y ya, son cosas de grandes—le digo a Percy, luego de que, tras cuarenta minutos de vuelo, me ha preguntado hasta el cansancio por qué nos alejamos de ese lugar que le había hecho tantas ilusiones.
—Pero papá dijo que haríamos la escuela acá en Argentina.
—Es algo de adultos, hijo.
No quiero perder autoridad al reconocer que ni yo misma tengo idea de hacia dónde vamos, más aún cuando es cuestión de reconocer hasta qué punto llegan nuestros propios nervios cuando se trata de Donato. Es decir, la ansiedad y la bronca de no tener algo definido aún con nuestras vidas.
Doy hacia adelante con el trabajo tradicional, segura de que no me queda otra opción más que dejar a Percy con su play station ya que Donato tuvo la fabulosa idea de que se traiga una de esas portátiles.
No obstante, es Aurora quien se da cuenta de ponerse de pie e ir hasta el guardia de seguridad en puerta para preguntar:
—¿Hacia dónde vamos, señor?
Es Franco.
Éste baja la cabeza, mira a la pequeña y le contesta:
—Nos dirigimos hasta zona de cordillera, señorita Aurora. Estaremos a mayor altura del mar, en la zona de Cuyo, Argentina.
Me pongo de pie y me voy hasta el guardia. No se le ocurrió antes contarnos mientras los niños me aterrorizaban con preguntas.
Donato aún no se desprende del móvil, desde un costado, donde los niños ya han rebotado varias veces.
El vuelo es menos ruidoso que el anterior, pero aún así distingo que está escribiendo mensajes de manera enérgica.
—¿Cómo es eso de que nos vamos a zona cordillerana?—pregunto.
Franco se encoge de hombros:
—Lo siento, señora. Es información confidencial.
Es decir, que se está buscando poner al límite cada uno de mis sentidos y mi razón. Opto por darle la espalda, y voltearme en dirección a Donato:
—Oye.
—Un segundo, amor.
—¡AHORA!
Los niños inclusive se vuelven al escucharme gritar de esa manera.
Donato levanta la mirada y parece un cachorro herido. Finalmente apaga la luz del celular y me mira fijo:
—¿Sí? Dime, amorcito.
—¡DÓNDE NOS VAMOS Y POR QUÉ HACES ESTO!
¡Tiene que consultarlo conmigo, porque más allá de todo lo que haya pasado, yo sigo siendo la madre de los niños!