¡escápate conmigo!

CAPÍTULO 12

Charo

 

He quedado totalmente sola, una vez más. Bah, no del todo. Los niños están acá. Percy se despide de Donato, y tiene lágrimas en los ojos, le abraza con fuerza y le advierte su padre que no se va a alejar lo suficiente.

Uno de los helicópteros ha venido a buscarle temprano, despertando a los chicos quienes ya estaban al tanto de que Donato tendría que marcharse y puedo entender cómo es que se sienten luego de que finalmente parecen tener confirmado que existe un papá para ellos, ahora se marcha y nos quedamos alejados de él.

Donato se agacha y le dice al pequeño, quien aún tiene un pijama de ositos puesto, observándolo fijo:

—Campeón, tranquilo. Regresaré en solo unos días, cuida de tu madre. La buena noticia es que acá se vincularán con amigos, irán a la escuela y tendrán pileta, caballos y muchas actividades que les pondrá realmente felices.

—Queremos estar contigo, papi.

—¿Dónde se va papá?—me pregunta Aurora.

Donato la observa desde su lugar y la llama:

—Ven, pequeña.

Ella lo hace y los abraza. Les dice algo al oído mientras dura ese fuerte abrazo entre padre e hijos mientras las hélices comienzan a sobrevolar. Me revuelve el cabello. Se aparece Tyler quien llama a su jefe.

—¡Señor, es hora de irnos!

—Sí—concede Donato, se pone de pie y se aleja de los chicos mientras me encargo de sujetarlos también en un abrazo mientras observamos que él sube, su movilidad se eleva hasta perderse en el cielo.

Percy queda con lágrimas en los ojos viendo, la imagen de su padre marcharse. Las palabras de Donato me llegan, resonando nuevamente de lo que conversamos anoche: “tranquila, amor, debes cuidar de los chicos, Franco se quedará contigo para protegerlos, pero lo más probable es que estén fuera de peligro si yo no estoy cerca para exponerlos, me buscan a mí y es lo que les daré por lo cual iré hasta allá.”

“¿Existe alguna posibilidad de que te hagan daño? O de que corras peligro” le pregunté, sin atreverme a preguntar directamente si existe la opción de que no le podamos volver a ver como ya sucedió antes. No es que lo desee, lo que menos quiero es que mis chicos sean infelices, pero la verdad es que la cercanía, la locura de Donato y el daño que alguna vez me hizo parezcan nimios ante el hecho de que yo también le hice daño y de que ambos somos capaces de hacernos tanto bien como tanto mal.

“Existe la posibilidad” me dijo, sin entrar en detalle al respecto.

Quiero que Donato regrese. Que los niños tengan a su papá, a quien recibieron con mucho amor, él también les pudo entregar éste, me hizo sentir que soy importante en su vida y luego de todo lo que ha sucedido, estamos acá para protegerlos a ellos por sobre todas las cosas.

En sus brazos, anoche, fue la primera vez que se lo dije:

“Te amo, Donato.”

Y fue la primera vez que le vi llorar de felicidad, me envolvió en sus brazos y dormimos de esa manera, sintiendo el corazón de uno latiendo fuerte contra el corazón del otro.

“Yo también te amo con todo mi ser, Chiara”.

Sí, dijo mi nombre verdadero.

Chiara.

Jamás pensé que podría hacerme tan feliz su cercanía, lamentablemente ahora se acaba de marchar, no sabemos si le volveremos a ver, estoy sola a más de diez mil kilómetros de mi familia y debo seguir adelante con mis dos pequeños hijos en un pueblo aislada de todo, pero con un paisaje paradisíaco.

Ante la sensación de soledad, una vez que regresamos a casa, reviso el bolsillo de mi cartera con la cual llegué ayer al pueblo y encuentro la tarjeta del doctor. Él me propuso enseñarme el pueblo y los lugares maravillosos que esconde, un cable a tierra con el hospital sería fabuloso para llevar a cabo mi profesión, no obstante, desestimo la opción al recordar su profunda mirada y sus brazos amplios, dejando de lado esas ideas y poniendo las cosas al día para llevar los papeles de los niños e inscribirlos en la nueva escuela. Mañana mismo pueden comenzar con las clases, acorde a lo que Donato consiguió mediante el dinero y sus contactos, pero primero debo registrar la inscripción de los pequeños.

—Franco—le llamo. Permanece fuera, de guardia.

Cuando aparece por la puerta de entrada, me pregunta:

—¿Sí, señora?

—Debo ir a la escuela. ¿Te quedas con los niños, por favor?

—La llevo.

—Necesito la camioneta, ellos están llorando, su padre acaba de irse y se me hace tarde para los horarios administrativos de la escuela. No quiero forzarlos a salir estando ellos así.

—Señora, yo tengo a mi cargo su bienestar.

—Sabes que si Donato se ha marchado, no es el mismo riesgo. Por ahora, requiero que te quedes con los niños, Franco.

Y no lo quiero decir en voz alta, pero sin Donato, él está bajo mis órdenes.

Acto seguido asiente y comunica:

—Bien, debo poner al tanto al señor ante una situación así.

—Gracias, Franco.

Él entra en la casa y ya con las llaves de la camioneta en manos, le advierto:

—Por favor, sírveles el desayuno. Les inscribo y no tardo en regresar.

—Sí, señora.

Una vez arriba, soy consciente de que llevo largo tiempo sin conducir una movilidad con cambios. Aún así, consigo recordar de qué manera se hace y salgo por los caminos que bordean los potreros hasta salir a la calle principal de tierra por donde marcho hacia adelante dando finalmente con la avenida asfaltada principal, voy por el bajo y atravieso los paisajes maravillosos con los cuales está bendecido este lugar. Las cabañas y el puesto turístico al centro hacen evidente que mucha gente gusta venir hasta acá para descansar o vacacionar, en mi caso no es una ni la otra.

Paso por el hospital, la central de policía, la delegación municipal hasta llegar finalmente a la parroquia junto a la escuela. Parece ser el horario de salida de los jardines de kinder, por lo que me encuentro con algunas personas que están esperando a que los niños salgan. Tras aparcar la camioneta, bajo y busco la administración.




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