Escape. Embarazada del guardaespaldas

Capítulo 1

Capítulo 1

El Kyiv matutino tras el ventanal panorámico recuerda a un hormiguero gigante, cubierto por una bruma gris de smog y llovizna otoñal. Desde la altura del piso treinta y dos del centro de negocios, las personas parecen insectos insignificantes, y sus problemas, ridículos y triviales.

Pero a Alisa no le hace gracia. Su problema ahora pesa exactamente lo mismo que pesa la pequeña varita de plástico apretada en su palma sudorosa.
Ella está parada en el baño de la gerencia, con la frente apoyada contra la fría pared de mármol. El espejo de enfrente fija despiadadamente cada detalle: un maquillaje impecable, un traje estricto color «capuchino», un peinado perfecto. Por fuera, una asistente modelo del dueño de un imperio de la construcción. Por dentro, una mujer cuya vida acaba de hacerse añicos para recomponerse en un mosaico nuevo y aterrador.

Dos rayitas. Brillantes, nítidas, inapelables.

Alisa esconde la prueba en su bolso, respira hondo tratando de calmar el temblor de sus manos y sale al pasillo. El repiqueteo de sus tacones sobre el parqué resuena en sus sienes. Se dirige a la recepción, donde la luz roja del selector lleva parpadeando media hora. El jefe está en su lugar.

Danylo Andriyovych Kors. El hombre de la portada de «Forbes», arquitecto de destinos humanos y el hombre del que Alisa se las ingenió para enamorarse. No simplemente como una secretaria que sueña con su jefe. Sino de verdad. Especialmente después de aquella noche...

Aquella velada de hace un mes, envuelta en una densa oscuridad y en el embriagador aroma de perfumes caros, se grabó para siempre en su memoria con la aparición del misterioso Fantasma de la Ópera, que surgió de entre el susurro de la seda y el terciopelo de la mascarada corporativa.

Contrariamente a sus ideas habituales sobre el siempre frío y reservado Danylo, esa noche él reveló de repente algo aterradoramente animal y desenfrenado, amándola sin una sola palabra, pero con una sed tan devastadora que rayaba en un dulce dolor. Su respiración pesada rompía el silencio, y cada toque imperioso suyo, como hierro al rojo vivo, grababa en su piel sensible una marca invisible de pertenencia, cuyo calor ella sentía hasta ahora.

Ella se detiene ante las pesadas puertas de roble, se arregla la chaqueta y las empuja.

— Café, Alisa. Y comunícame con la junta directiva — la voz de Danylo suena uniforme, sin apartar la vista de la pantalla de su portátil.

El despacho de Danylo se parece a un quirófano: mucho vidrio, cromo, un mínimo de objetos personales. El aire aquí es siempre fresco y estéril. Él mismo está sentado tras una mesa maciza: perfecto, como una estatua. Camisa blanca, gemelos con diamantes, mirada de acero.

Alisa no va hacia la máquina de café. Se acerca a la mesa y posa las palmas sobre la superficie pulida.

— Danylo Andriyovych, no habrá café. Tenemos que hablar.

Él levanta la cabeza lentamente. En sus ojos color hielo no hay ni calidez, ni recuerdos de aquella noche. Solo una ligera irritación por la alteración de su horario.

— ¿Has olvidado la subordinación, Alisa? Tengo una reunión dentro de diez minutos.

— Estoy embarazada — exhala ella.

Las palabras quedan suspendidas en el aire. Alisa espera. Había imaginado este momento cientos de veces. Imaginaba cómo cambiaría su rostro, cómo aparecería esa misma chispa que hubo en la mascarada. ¿Quizás se levante y la abrace? ¿O al menos sonría?

Danylo no se mueve. Ni siquiera parpadea. La mira como si ella fuera un informe con un error de cálculo que hay que corregir urgentemente. Y luego, de repente, sus labios se estiran en una extraña sonrisa apenas perceptible. No es una sonrisa de felicidad. Es la sonrisa de un depredador que finalmente ha acorralado a su presa.

— ¿Estás segura? — su voz es seca, profesional.

— Sí. Cinco semanas. Sucedió... entonces. En el baile.
Él se recuesta en el respaldo del sillón, entrelazando sus largos dedos.

— Magnífico. Simplemente magnífico. Esto simplifica muchos matices legales con mi padre.

Es como si a Alisa le echaran un balde de agua helada.

— ¿Matices legales? ¡Danylo, es nuestro hijo!

— Es mi heredero, Alisa — la corrige él con dureza. — Y debes entender que tu estatus cambia. Ya no puedes trabajar. El estrés, el café, las carreras de un lado a otro: eso es inadmisible.

— ¡No estoy enferma, estoy embarazada! — exclama ella indignada.

— Tú eres la portadora de mi futuro — él presiona un botón en la mesa. — Y yo me encargaré de que ese futuro esté a salvo. Te mudas hoy mismo. A mi casa de campo en Koncha-Zaspa*.

— ¿Qué? ¡No quiero! Tengo mi propio apartamento, mi propia vida...

— Tu vida ahora le pertenece a este niño. Y por lo tanto, a mí — dice esto con calma, pero en su tono se escucha un metal contra el que se estrellan todas las objeciones. — Allí hay aire puro, cocineros, médicos. Y seguridad. Yo cuidaré de ti. Nos casaremos, al fin y al cabo, ¿no es con eso con lo que sueñan todas las mujeres? ¿Con un prometido? Yo me convertiré en tu prometido, como debe ser. ¡No puedo permitir que la madre de mi hijo viva en un apartamento pobre y vaya a trabajar! Y ahora...




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