Escape. Embarazada del guardaespaldas

Capítulo 8

Capítulo 8

A la mañana siguiente, Alisa no bajó a desayunar, habiéndose refugiado en el cuarto de baño. Yacía en el agua caliente y frotaba su piel con fuerza, con una especie de obsesión, usando una esponja áspera, dejando en su cuerpo franjas carmesíes que ardían como fuego, pero ese dolor físico no era nada comparado con la suciedad que se había incrustado en su alma. Los recuerdos de aquella noche, que hasta ayer atesoraba como la única prueba de que en su vida había existido un amor desenfrenado, ahora se habían transformado en una sensación resbaladiza y nauseabunda de engaño. Oh, no, aquello no había sido amor, ni siquiera había sido pasión física, sino un cínico acuerdo de compraventa. Sí, su cuerpo se había convertido en una costosa incubadora, y sus sentimientos sinceros fueron utilizados para iniciar el proceso de embarazo, necesario para el indiferente e interesado Danylo Kors.

Danylo compró el semen. Vlad lo vendió. Y ella... ella resultó ser una tonta ingenua que romantizó una violación, pagada con tarifa doble.

Llamaron a la puerta con cuidado pero con insistencia, y ese sonido la hizo estremecer.

— Alisa Volodymyrivna — la voz de Vlad sonaba sorda, como a través de un algodón —. Ha llegado el médico. Es una revisión rutinaria, necesita salir.

Alisa se quedó inmóvil, mirando sus manos enrojecidas por el vapor que temblaban sobre la superficie del agua, luego desvió la mirada hacia su vientre: aunque todavía plano, ya se había convertido en el escondite de una vida ajena. No, ajena no. Suya. Y de él.

— ¡Lárgate! — roncó ella, sin reconocer su propia voz.
— El médico espera en la sala de estar. Es Yanovskyi, el especialista personal de Danylo Andriyovych; no se irá sin resultados.

— ¡Que se vaya al diablo junto con Danylo!

Tras la puerta se hizo el silencio, y luego chasqueó la cerradura. Oh, ella había olvidado por completo que en esta casa el concepto de privacidad era solo una ilusión. La puerta se entreabrió, dejando entrar el aire fresco, pero Vlad no entró; se quedó inmóvil en el umbral, clavando demostrativamente la mirada en el suelo de baldosas para no ver su desnudez indefensa en el agua.

— No estoy mirando — dijo con firmeza, aunque en su voz vibraba la tensión —. Pero tengo una orden: debe pasar la revisión médica. Si no sale ahora, Yanovskyi entrará aquí él mismo. A él le da igual dónde colocar los sensores, para él usted es solo una paciente. Pero para mí no. Por eso, por favor, vístase y salga.

Alisa se sumergió lentamente en el agua hasta cubrirse la cabeza, contuvo la respiración escuchando el retumbar de su propio corazón, intentando esconderse de la realidad, pero luego emergió bruscamente, aspirando el aire con avidez. Él tenía razón. La histeria no cambiaría nada, solo mostraría su debilidad.

La sala de estar había cambiado hasta quedar irreconocible, transformándose en la sucursal de una costosa clínica privada. El doctor Yanovskyi — un hombre seco, bilioso, de mirada penetrante y manos frías — desplegaba con aire profesional sus brillantes instrumentos en la mesita junto al sofá, sin prestar atención a nadie.

Alisa saludó y se tumbó en silencio en el sofá, subiéndose la camiseta siguiendo la orden del médico, que preparaba todo para la ecografía.

Vlad se situó junto a la ventana, dándose la vuelta hacia el cristal, con los brazos cruzados sobre el pecho, pero Alisa veía su reflejo: no miraba el jardín otoñal tras la ventana, sino la pequeña pantalla en blanco y negro del aparato portátil, que se veía perfectamente en el vidrio como en un espejo.

— Sí, el tiempo de gestación es de seis a siete semanas — murmuraba Yanovskyi, pasando con indiferencia el sensor por su vientre; el gel frío provocaba en Alisa el deseo de limpiárselo de inmediato —. El saco gestacional está en el útero, el tono es normal. El embrión se desarrolla según el gráfico.

Presionó un botón, y de repente la habitación se llenó de un sonido que ahogó todos los demás ruidos del mundo.

Toc-toc-toc-toc.

Un sonido rápido, rítmico, insistente, parecido al tictac de un reloj. Alisa involuntariamente clavó los dedos en la tapicería del sofá, porque aquella era la primera confirmación real e innegable de que ya no estaba sola, de que allí, dentro de ella, realmente había alguien.

En el cristal oscuro de la ventana vio cómo Vlad se estremecía ante ese sonido. Miraba el monitor como hechizado, incapaz de apartar la vista de aquel punto palpitante. Era el sonido del corazón de su hijo.

— Y ahora debemos comprobar, por así decirlo... su... eh... genética — dijo de pronto Yanovskyi, sin apartarse de la pantalla, y el hechizo se disipó —. Danylo Andriyovych insiste en un cribado ampliado. Debemos descartar cualquier riesgo. Enfermedades hereditarias, ¿comprende? El cliente es muy exigente.
Alisa sintió cómo en sus labios aparecía una sonrisa amarga y malvada.

— Oh, por supuesto. La herencia es lo más importante. ¿Y si el niño hereda del padre la propensión a la mentira? ¿O la capacidad de vender personas? ¿Eso se ve en sus monitores, doctor?
Yanovskyi le lanzó una mirada por encima de las gafas en la que se leía irritación.

— Hablo de anomalías cromosómicas. El padre del niño es un hombre acostumbrado a recibir solo lo mejor. Necesita un resultado garantizado, no sorpresas.




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