Escenas

Escena 13

El primer indicio fue ese cambio de aroma. De repente Jonah olía demasiado al suavizante de telas, o a un perfume que su tía le había regalado en su último cumpleaños. Junto con su cambio de actitud. Si bien, Jonathan solía usar ropa holgada, ahora parecía querer esconderse en esta misma. No hablaba con "sus amigos", pero ese lunes que se presentó a clases, Adam y él discutieron a la hora de la salida.

Había rumores en todas partes, aunque los callaba y algunos de nuestros compañeros se mostraban neutrales; había miradas, comentarios. En una clase, el profesor de Ética hablaba de la planificación familiar.

-Profesor – Uno de nuestros compañeros había levantado la mano - ¿Y qué dice de los omegas? ¿No deberían empezar a usar collares protectores?

- ¿En qué año crees que estamos? ¿1400? – Luisa frunció el ceño. El docente a cargo era un beta, y parecía muy perdido en ese tema. Lo escuchamos carraspear, levantando el libro que sostenía. – Lo ideal es que los empiecen a utilizar una vez que su vida sexual comience, sí. Ya que funciona también como un método de planificación.

-Para una marca – Insistió nuestro compañero. – Pero aún así, sigue siendo mucho riesgo, si ya tuvieron su primer celo, ¿no? Los aromas llaman...

-Para eso existen los supresores – Añadió otro chico omega. Todos empezaron a murmurar, yo me encogí en mi lugar. El profesor asintió, parecía a punto de cambiar el tema, cuando una risa resonó en el salón.

-Bueno – Otra chica se burló – Yo conozco a uno que otro omega que no necesita estar en celo, ni dejar de usar supresores para acostarse con alguien. – Jonathan había estado callado durante todo ese tiempo. Al escuchar tal comentario, se levantó.

- ¿Cuál es tu problema? – El maestro se interpuso entre ellos, o más bien, entre mi mejor amigo y el resto de la clase. La chica en cuestión, simplemente se había reído. Cuando el adulto instó de nuevo a Jonathan para que se sentara le susurró algo, que, aunque no escuché, fue suficiente para que él se saliera del salón.

Aunque fui tras él, nunca me quiso decir qué fue lo que el maestro le había dicho aquella vez.
- ¿Siempre tienen que decir estupideces? – Adam les había preguntado mientras yo salía tras Jonathan.

Luego fueron los ascos. Para ese punto, Jonathan seguía sin estar comiendo bien. No desayunaba en su casa, comía en el receso, pero siempre terminaba con él pasando una hora de clase en el baño. Los comentarios y burlas no hacían más que seguir creciendo.

-Sólo son un montón de idiotas – Le decía. Sus sonrisas, las normales y las apretadas, habían sido reemplazadas por un ceño fruncido, sus labios también se apretaban con mucha frecuencia. Eran mediados de junio, y la ropa holgada de Jonah resultaba más bien calurosa e incómoda. Pero él parecía no notarlo.

Jonah tomó mi mano. Sus dedos acariciaron los bordes de mis nudillos y no pude evitar estremecerme porque había sido su primer contacto tan... directo después de varias semanas. - ¿Sabes, Esteban? – Comenzó a decirme. Estábamos bajo el mismo árbol de aquel 14 de febrero, pero esta vez no comíamos chocolates. Él se había enjuagado la boca tantas veces luego de su visita diaria al baño. – Lo bueno sería que todo esto se quedara aquí pero... me siento muy cansado.

- ¿Cansado? – Entrelacé nuestros dedos, porque quería más de ese contacto, y porque sabía que él necesitaba apoyo. Y no sabía cómo transmitírselo. Duró un rato viendo nuestras manos así al asentir.

- Ya lo sabes, ¿verdad? – Susurró. – Yo... no lo sé, pero noto cosas. Mis papás me pidieron cuidar a Lalo y se quedaron hablando mucho tiempo en la cocina. – Tragué saliva. Hablaba muy lentamente, cuando alzó la vista de nuestro agarre hacia mi cara me sentí inquieto.

-Diles que fue un accidente – Balbuceé. – Ellos... ellos lo entenderán.

-No es tan fácil. – De nosotros dos, Jonathan siempre había sido el que sabía cómo reaccionar. El que tenía todas las respuestas, el que era un libro abierto. Toda esta situación lo había cambiado, a un nivel que no sabía cómo explicar.

- ¿Por qué no?

- Porque esta no era la noticia que les quería dar – Me contestó, sus ojos se habían aguado bajo ese gesto aprensivo, negó con la cabeza. – Sé que... para ti las cosas son fáciles, ¿por qué siempre piensas que mi vida es tan sencilla? ¡Yo igual tengo una familia que no quiero decepcionar! – No estaba gritando, era todo susurros, susurros apretados y efusivos. Su voz estaba tan contenida que se rompía. Se llevó las manos a la boca, como cuando se llenaba de agua y se enjuagaba para sacarse el asco.

-No estamos hablando de lo que pienso o no – Me quejé, resentido. Y lo miré, nuestro agarre se había roto pero verlo así me hizo querer abrazarlo al menos por un momento. Suspiré, porque murmuró disculpas al llorar. – Diles lo que necesites decirles, ¿está bien? – Cedí. – Tú... ¿quieres que te acompañe por una prueba? – Asintió, escondiendo la cara en mi hombro. Él era más alto que yo, seguramente la escena para alguien que pasara por ahí ya era de por sí muy llamativa. Acaricié su cabello. – Jonah si... si sale positiva...

-No lo sé – Murmuró contra mi hombro. – Una... una cosa a la vez, ¿sí?

Yo asentí de vuelta. Le estaba diciendo que dijera lo que quisiera, quizá alentándolo a hablar de la fiesta, o de su noviazgo con Adam, o de lo que le estaba pasando, quizá hasta le estaba dando permiso de revelar nuestro secreto, y tal posibilidad de pronto me abrumó. Pero estaba bien, porque él lo necesitaba.
Una cosa a la vez.




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