Una cosa a la vez, pensaba. Pero tal como la noticia de esa ley de impuestos omega, el pacto de silencio en mi casa invariablemente se tenía que romper.
Jonah sostenía entre sus manos el paquete que yo había comprado en esa farmacia. Lo habíamos intentado en varias, pero en ninguna que estuviera cerca de la escuela vendían. Todo era lo mismo: miradas despectivas, “no, no vendemos eso”. Mi mejor amigo había optado por guardar silencio, demasiado avergonzado como para mirar a los dependientes, mientras yo escuchaba las negativas cada vez. Hasta ese momento, al menos.
-Debo volver a la escuela… - Balbuceé inseguro, papá probablemente no tardaría en llegar por mí, tenía que correr. Él asintió.
- ¿Crees que tenga las instrucciones adentro? – Preguntó, yo me reí, porque era posible que estuvieran al reverso, y en su nerviosismo no lo hubiera notado. Cuando lo abracé se había tensado, sus manos -aún con la prueba en una- apretaron mis hombros. – Te aviso si pasa algo.
-Ve con cuidado – Le pedí. Porque a esas alturas era más sencillo que llegara a su casa a que regresara a la escuela.
Él se apartó con el amago de otra sonrisa. – Le pondré saldo a mi celular – Explicó, al alejarse me señaló, sosteniendo todavía la prueba de embarazo. – Contestas. – Ordenó.
Y yo hice que sí con mi mano, restándole importancia. Al alejarse, Jonathan se veía solemne, y vulnerable. Lamenté no haber ido con él para apoyar un poco más.
Francamente, cualquier cosa hubiera sido mejor que regresar a la escuela.
En el momento en que llegué, mi papá no fue la primera cara medianamente conocida que vi. Era ese alfa mayor, el anfitrión de aquella fiesta, rodeado de mis compañeras y de Adam.
Su sonrisa se había ampliado en reconocimiento, comprendí entonces por qué había confundido el aroma esa vez.
Era Anís.
-Adam me dijo que algo pasó con tu amigo… ¿cómo se llama? ¿Jonas? – Decía. Y no pude evitar buscar la mirada del otro alfa imbécil. Mi compañero hizo una mueca, en tanto nuestros ojos se conectaron rompió el contacto.
Nunca había sentido tanto asco por alguien hasta ese momento. – Jonathan – Lo corregí– Sí, pasaron cosas – Él me miró, como esperando algo más. Como no lo obtuvo, suspiró, extendiendo un papel en mi dirección. – Es una pena, pero igual esperaba que nos pudiéramos conocer más. Te lo había dicho ese día, ¿recuerdas?
Me sentí incómodo con sólo acordarme de esa vez, y sería por cómo nos veían los demás, las cosas que murmuraban, o porque genuinamente parecía sonreír complaciente y dulce. Que suspiré también, tomando el papel que me extendía.
Bajé la mirada hacia su contenido; una serie de números que comenzaban con la LADA, junto con su nombre: Enrique.
-No te pregunté cómo te llamas… - Reconoció. – Me dijeron que eras…
-Esteban – Doblé el papel para guardarlo en mi pantalón, donde no tenía intención alguna de sacarlo.
-Esteban – Repitió, con otra de esas sonrisas endulzadas. – Si vengo mañana, ¿prometes que llamarás?
Cuando el auto de papá se acercó a la puerta, él rodeó mis hombros con un abrazo. El alarido de todos me daba náuseas. – ¿Es el alfa de la fiesta? – Fue lo primero que dijo papá, una vez que estábamos en el auto.
Pensé que sonaría resentido, como esos primeros días luego de lo que ellos llamaban “mi chistecito”, pero por otro lado, estaba sonriendo. Con el mismo gesto de querer entender mis temas durante el camino a casa. Yo carraspeé. – Ajá, es él.
-Es guapo, ¿te invitó a salir?
– No, sólo me dio su número. – Quería saber más. “¿Qué edad tenía? Se ve más grande, no está en tu escuela, ¿verdad?”, yo no sabía nada de eso, y tampoco me interesaba. Pero era un avance para ganarme su confianza otra vez, creía. “No sé, creo que dijo que 20 o 21. Es amigo de uno de mis compañeros”.
“Es muy grande para ti” ¿Qué más daba? Como papá decía eso con disgusto, yo me aventuré. - En realidad… quisiera salir otra vez con Jonathan. Me invita a su casa, pero ya no puedo ir porque no me dejan…- Tampoco entendí el silencio que siguió de eso. Entre nosotros, el artista de la radio gritaba el estribillo de una canción de moda.
Esa tarde, por otro lado, lo comprendí. A ese silencio, y a todos los anteriores. Al extraño acuerdo en el que estábamos.
Un mensaje llegó a mi celular. “Llevo con que iré al baño desde que llegué a mi casa”. Sonreí, dejando a un lado mi cuaderno para contestar. “¿Aún no usas la prueba?” Mis dedos repiqueteaban sobre las teclas para redactar mi mensaje. Mi mamá me preguntó. - ¿Con quién te mensajeas?... tu padre me dijo que el alfa de la otra vez estaba en tu escuela hoy. ¿Es con él?
Hablaba de forma casual, quizá por ello no le vi lo malo – No, es Jonah. Quedé de hablar con él más tarde. – No lo habría notado, la forma en que ella se tensó, de no ser por la manera en que me arrebató el celular. - ¿Ahora qué? Si estoy haciendo mi tarea – Me quejé.
Ella no vio los mensajes, simplemente lo sostenía y me miraba. - ¿Qué tanto hablabas con ese omega? – No lo capté a la primera, pero se me hizo raro. Para mis papás, mi mejor amigo siempre había sido “Jonah”. Sí, ella solía ser más fría, más al enojarse conmigo, pero nunca había sido así de despectiva, nunca se había referido a Jonathan así. Me pidió que respondiera y pensé en ello. En la prueba, en la vergüenza con la que Jonah dejó de pedirla en las farmacias por los comentarios. – Cosas – Murmuré.