Escenas

Escena 15

¿Llamaste esa vez? ¿Cómo te sentías? ¿Qué pasó esa vez en tu casa? ¿Y en los días que le siguieron?
Pienso en ello, porque ahora me lo puedo imaginar, y porque pasé esos días preguntándomelo. En cuál sería la razón por la que al día siguiente Jonah ni siquiera me saludó. Llegó tarde, hasta la segunda hora, pasando de todos sin dirigir ni una mirada. Cuando al cambiar de salón vi con más atención esos ojos miel, había tantas interrogantes… que quien pasó de largo esta vez fui yo.

¿Qué era lo que sentía? ¿Cuál era la razón? Seguramente me lo planteé más de una vez porque, ¿cómo podría verlo a la cara? Una cosa era darle yo el permiso a Jonathan que dijera lo que pasó en su casa. Donde su mamá era la omega, y era tan mimosa y preocupona. Donde su papá era el alfa, e inventaba dichos y juegos para reconfortar a sus hijos. Y otra cosa muy diferente era el que yo hubiera dicho todo, echándole la culpa a él de paso. Si es que podía confiar en las palabras de mis padres, claro.

Lo peor del caso era que, no era que confiara en ellos, sino que, si me creía capaz de haberlo hecho. ¿Quién besó a quién en navidad? ¿Y en año nuevo? ¿Diría que él lo hizo sólo para sentirme con menos culpa? ¿O para sentirme el afortunado?

Esas horas de tensión no duraron mucho. Pues con el timbre del receso, mi mano tomó la manga de su suéter tejido. Mi voz sonaba ahogada al preguntar. - ¿Cómo te fue?
Jonah veía mi mano en su antebrazo, luego a los demás en el salón. Se soltó - ¿Por qué no contestaste ayer?

-Sobre… eso… - Desvié la mirada, a ese punto, sus ojos estaban tan… cansados. Una nueva molestia, una respuesta tan seca a las preguntas que no me hizo, sólo eso podía representar en ese momento. Jonah tomó sus cosas. - ¿Sabes, Esteban? Sé que… puedo ser un dolor de cabeza. Me gusta pensar que al menos me puedo apoyar en ti, pero, ¿por qué cada vez que lo intento no me dejas?

Estaba alzando sus hombros al preguntarlo, sus labios también se arqueaban en una mueca. Tragué saliva, sintiéndome tan culpable que ya no podía ni verlo a la cara. Qué absurdos eran esos sentimientos, ¿verdad? – Mi mamá… me quitó el celular. – Iba a decirle todo, pero su expresión de pánico me lo impidió. – No supera lo que pasó en la fiesta, está muy enojada. Estaba contestando tu mensaje y me lo quitó. No tengo teléfono.

- ¿Sigues castigado? – Titubeó, suspiró con fuerza. Por fin salimos de ese salón. Yo tuve que seguir con mi mentira. De todas formas, sí que estaba castigado. Jonah maldijo mientras se sentaba conmigo en una de las jardineras. – Esteban, perdón. No sabía…

-Está bien – No era lo importante en ese momento, como estaba avergonzado, yo le pregunté - ¿Y bien? ¿Qué salió?

Jonah se quedó callado. Muy callado. Sus manos apretaron la boca de su estómago. – No sé – Susurró después de un rato. – No la utilicé, me asusté.

-Jonah… - ¿Cómo fue mi tono de voz? Él perdió la paciencia.

- ¡Es que no podía! – Insistió – Estaban mis papás ahí en la sala, y… y Lalo no paraba de tocar la puerta del baño. ¿Y si me ponía a llorar y me escuchan? ¿Y si ellos se daban cuenta? Estaba… te marqué por eso… me sentía muy solo, Esteban. No quiero hacerlo solo.

- ¿Quieres hacerlo aquí? – Pregunté, y supe por su mirada que estaba proponiéndole una pendejada. El receso se terminó con nosotros proponiendo ideas y comiendo gorditas de la cafetería. Ninguna de las opciones convencía a Jonathan, o eso pensé. Su mirada a veces se mostraba ausente. El día siguiente era sábado, estaba también próxima la salida de la secundaria. Jonah se enjuagaba la boca en el lavabo cuando me preguntó - ¿Si hablo con tu papá crees que pueda ir a tu casa? Tal vez… si estoy allá pueda, marcarle a mis papás y...

Tuve que ser firme, porque, aunque mi mamá fue la más despectiva, papá estaba tan… decepcionado. Pensar en ellos en aquel momento me provocaba un nudo en la garganta. – No van a aceptar – Negué.

Asintió mortificado, había dicho “entiendo” muy bajito. Al dirigirnos a nuestro salón todos seguían con sus patéticos rumores. Los ignoramos, la mirada de él seguía ausente, hasta que, dudoso, Adam se acercó con nosotros.
Llevaba el ceño fruncido, la sonrisa burlesca desapareció en algún momento y ni siquiera lo noté. Esta vez, no se dirigió a mi mejor amigo cuando dijo. – Te lo manda Kike. Me dijo que lo esperes en la salida.

La bulla, y los molestos murmullos entonces fueron dirigidos a mí. La maestra de matemáticas golpeó el escritorio para callarlos. Yo tomé con curiosidad el paquete que, sin más, Adam me dejó en la banca. Era una cajita de papel; si la abrías, se desplegaba con mensajes escritos a pluma en cada pared de la caja. Adentro había uno de esos chocolates de beso, y un pequeño osito de peluche.

- ¿Te lo manda quién? – Jonathan se inclinó a mi lugar al preguntar. Ya ni siquiera lo recordaba. Él en la puerta de la escuela, el papel con su teléfono, su horrible olor mareándome en la fiesta mientras sus manos me acariciaban… me dejé caer en mi lugar, enfurruñado y molesto. – Un pendejo. – Escupí de mala gana.

Las manos de mi amigo dudaron antes de tomar el regalo. Parecía estar leyendo los mensajes escritos en la caja al decir. Pensé que diría algo más, lucía como si lo fuera a hacer. No lo hizo. En su lugar, arrugó la caja de papel y la tiró de mi banca. Una risita de mi parte chocó con la maldición que murmuró. – Gracias – Susurré. ¿Eran celos? No lo cuestioné. Tampoco a la versión que me dio sobre la prueba de embarazo.




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