Escenas

Escena 16

¿Sabes, Jonah? Es fácil pensar en ti. Es fácil pensar en nuestras conversaciones, en nuestros besos, y en nuestros otros recuerdos. En cualquiera de ellos, en el que sea menos esto. Ese sábado por la tarde tú no estabas ahí, y yo seguía castigado, pero es difícil recordarlo, es difícil pensar en eso sin creer que fue la cuenta regresiva. Donde todas las acciones encontraron su causal, y fueron directo a la borda.

El sábado no estaba en casa, sino en el rancho donde vivían algunos de mis tíos por parte de mi papá. Era por el cumpleaños de una de mis primas, estábamos ahí desde temprano, para ayudar con la comida y la limpieza, mientras ella estaba en casa de una vecina que iba a maquillarla y prepararla con su vestido. Nosotros estábamos mientras en su casa, entre comentarios de mis tíos sobre lo que hacían sus hijos. ¿Quiénes ya estaban estudiando? En el caso de los alfas, ¿Quiénes estaban por tener otro bebé? En el caso de los omegas.

Mi papá sonreía si alguna mencionaba lo concentrado que yo estaba al limpiar chiles, o lo bien que me iba en la secundaria. La mano de una tía cayó pesada en mi hombro al decirme. — Tú no saldrás con tu domingo siete, ¿verdad, Esteban? Tú échale ganas.

—Es lo que Estela le dice — Papá les contó, desmenuzando pollo en la silla contraria a la mía. Señaló con la barbilla la puerta abierta que daba al patio, donde mamá permanecía recargada. — Que le eche ganas al estudio, y ya cuando se reciba, ya ahora sí se case con quién quiera y haga lo que quiera.

—¿Lo que quiera? — Su sonrisa decayó con mi pregunta, no era la primera vez que su angustia me pedía callarme. Y no tenía sentido insistir cuando tal afirmación los contentó a los demás. De mis primos, habían al menos otros siete omegas cuyas edades oscilaban alrededor de la mía y de la prima del cumpleaños. Pero yo era el único que estaba junto a ellos ayudando.

Pensar en ello de pronto me llenaba de angustia.

Escucharlos hablar de las cosas que esperaban de mí cuando yo estaba justo ahí con ellos. En esa cocina pequeñita, rodeado de ingredientes y el aroma de mis familiares. ¿Qué era lo que esperaban de mí?

Que me recibiera de una carrera que no ejercería, que conociera a un buen alfa que no me pidiera trabajar. Y tuviera hijos. No muchos, para que papá no tuviera que navegarlos si yo no podía, y no pocos, porque no podía ser egoísta y darles uno o dos nietos cuando yo era su único hijo. ¿Qué era lo que yo quería? Eso a nadie le importaba. Y creo que a veces a mí tampoco. Creo que antes pensaba que eso eventualmente ocurriría. Si encontrara un alfa que me hiciera normal y fuera bueno , podría visitar a Jonathan a su casa bonita o lo invitaría a la mía. Nuestros hijos irían a la misma escuela, sus hijos serían mis ahijados y viceversa. Jonah sería normal, y yo también.

Creo que cuando era niño esa idea era la que yo tenía de mi futuro. Y creo que pensar en ello, en ese momento, fue la razón por la que mi angustia me cerró la garganta hasta toser y llorar aunque le eché la culpa a los chiles. Porque era el futuro más probable, y aunque quisiera convencerme de su eventualidad, no había forma en que yo fuera feliz con eso.

Esa tarde fue de preparar la fiesta. Luego la misa, y por la noche, fue el baile. Todos los vecinos salían a las calles cerradas sin necesidad de una invitación. Bailaron el vals y la polka. Cortaron el pastel que entre nosotros había que repartir junto a la comida haciendo como que no nos dábamos cuenta de que las personas que estaban pidiendo platos no eran invitados de la fiesta. O esa impresión se me quedó a mí.

Al ver entre las mesas que mis tíos rentaron una cara conocida, me giré ansioso con el plato desechable para entregarlo a otra persona al azar. E inmediatamente, escurrirme a la mesa donde estaba mi mamá, quien me miró molesta por no ayudar a papá y a los demás a servir.

-Ya terminaron, de todas formas – Mentí, supe que no me creyó, a pesar de ello, seguía sin querer hablarme. Cuando estaba papá con nosotros, se dirigía sólo a él. Volteaba hacia a mi papá y le respondía. “Pásale la sal”, “Dile que no”, “Dile que no me interesa”. Él no estaba, entonces fingía que yo no existía. Como si actuar de esa manera cambiara algo. Ahí en la calle algunos bailaban, si mis familiares le hacían comentarios a ella, o la invitaban a bailar, los seguía. Yo sólo podía estar enfurruñado en mi lugar. Fantaseando con cualquier cosa menos estar ahí.

Habría seguido de esa manera de no ser porque uno de mis tíos alfa me sacó a bailar sin que yo lo quisiera. Sus pasos ya eran muy torpes por lo bebido que estaba, apretaba con tanta fuerza mi mano y mi cintura que las vueltas que me hacía dar eran lo suficiente bruscas para chocar con otras personas. No sé en qué momento perdí de vista al otro alfa con el que no quería toparme, estaba ocupado murmurando disculpas a la gente con la que chocaba, con la esperanza de pasar desapercibidos por la música alta o las luces rentadas. Todo el ambiente a esas horas apestaba a alcohol y a desconocidos. Sé que no debía, pero algo de alivio se filtró en mi expresión cuando alguien más le preguntó al adulto si podía bailar conmigo. Un alivio que no duró tanto al ver de quién se trataba.

Mi tío en principio no escuchó la petición de Enrique, y la sonrisa de este en cualquier otra situación me habría hecho querer huir de nuevo.

Estaba esperando hacerlo. Cuando esa segunda canción terminara, daría cualquier excusa para volver a la mesa, o esconderme en casa de mis tíos. Sólo que por el momento tenía una de las manos de él rodeando mi cintura, sosteniéndome de una forma que incluso para ese momento era anticuada. Se rio. - ¿Salvado por la campana?

—Gracias, con permiso. — Hubiera querido sonar seguro. Y que el fastidio se sintiera en mi voz. Pero esta no era tan alta. El grupo que mis tíos contrataron tocaban una canción conocida con la que fácilmente mi respuesta se perdió. Al hacerme para atrás la mano de él me retuvo. - ¿A dónde vas? ¿Piensas que por ser omega los alfas deben ir siempre tras de ti?




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