Ese lunes empezó raro.
Buena parte de la escuela no estaba, todos los omegas con las primeras letras del abecedario en sus apellidos fueron a las oficinas donde les tocara hacer su registro. La secundaria se sentía sola, aún cuando faltaban unos quince minutos para el timbre, ya sabíamos quiénes no iban a estar.
Los minutos iban pasando. Pensé que cuando Jonathan llegara, tendría que buscar la manera más simplista de contarle el desmadre que se armó en mi casa la noche anterior. El cómo mi mamá me encontró en la calle, luego de dar vueltas por toda la colonia en el carro. Tendría que omitir detalles, lo que me interesaba era saber cómo estaba él, ¿cómo seguía su mamá? ¿Y Lalito? No iba a haber forma de saberlo sino era en la escuela. El timbre sonó, asustándome, entre las personas que se metieron, no estaba él.
Seguí esperando, luego llegó la maestra de química, dictando unas preguntas que teníamos que anotar. Más tarde, el prefecto llegó con los alumnos que entraron después de las siete. Casi todos betas, el único que no lo era me hizo dar una mueca. Camino a su pupitre, Adam y yo compartimos miradas de fastidio, pero detrás de él, y del resto, tampoco estaba Jonathan.
No llegó. Pensé que entonces lo haría a la segunda hora, pero al ir al siguiente salón tampoco apareció. Jonah vivía cerca de la escuela, e incluso si no fuera así, ya para ese momento, si no entró ya no lo iba a hacer después. Era raro, ¿por qué llegaría tarde si tenía intención de asistir?
– No tienen de qué asustarse con el registro – Decía desde el escritorio la maestra de matemáticas. El ambiente ya estaba tenso, y todos muy nerviosos, por mucho que ella se mostrara condescendiente. Eran ya los últimos días del ciclo, no estábamos haciendo nada. – Es un impuesto que pagamos todos. Como omegas. A ustedes les va a tocar unos años de más, pero en cuanto se casen, se termina.
- ¿Es verdad que van a aumentar por los años que duras soltera?
- ¿Qué pasa si no se pagan?
- ¿Es cierto lo de los centros de crianza y la Defensa Nacional? - Yo seguía viendo para afuera, otro de mis compañeros alzaba la mano. En cuanto reconocí a las personas que ingresaron a la escuela, levanté la mía, hablando por encima de todos. – Maestra, ¿puedo ir al baño?
- ¡Esteban! – Recorrí trotando buena parte de la cancha, no me di cuenta del idiota que salió tras de mí, hasta que volvió a tomarme del brazo. - ¿A dónde vas? ¿No que al baño?
-Quítate – Me quejé, si es que Adam agregó otra cosa no lo escuché, más atento al niño de dos años que daba tumbos fuera de la dirección, lo dejé atrás para correr hasta allá. Me angustié, si ellos estaban ahí, era porque cumplieron con lo que le dijeron a Jonathan, ¿no? Era demasiado repentino, actué sin siquiera pararme a cuestionar. Quería dejar atrás a Adam, o evitar a la pareja que estaba hablando con el director. Pensé que junto al bebé saldría él. Pero no fue así. Choqué escandaloso con el marco de la puerta. Estaba pensando en todo, y en nada. Sólo que, al asomarme a la dirección, los papás de Jonathan me miraron con ojos vidriosos.
-Buenos días… - Pensé que el director iba a regañarme. Después de todo, había escuchado varias historias de ese alfa imponiendo orden en el plantel. O que vería a Jonah en medio de todos ellos. Que nos veríamos, y ya después, con mucha vergüenza, tendría que volver al salón, no sin antes prometernos una explicación para más tarde. La primera persona que me vio fue su mamá, que con una voz entrecortada me llamó:
- ¿Esteban?
El director fuera de gritar, vaciló, mientras que su papá alzó al niño que se había salido, aclaró – Es amigo de nuestro hijo…
¿Por qué lo decía así? Antes de darme cuenta, ya tenía a su mamá metiéndome de las manos a la dirección, llorando. Me dejé guiar, mis pies se arrastraron de camino al sillón en el que me depositó junto con ella – Esteban, ¿está Jonathan aquí? ¿Se fue contigo? ¿O está en tu casa?
- ¿Qué? –Su mamá lo repitió, alterada, nuestras manos se agitaban debido a su temblorina. Intenté evitarlo, mientras que ella no paraba de preguntarme si Jonathan estaba conmigo y que no estaba en su casa. Su papá empezó a subir la voz, dirigiéndose al director, quien después me acusó:
-Esto no es un juego, Esteban. Tu amigo tiene que estar con sus papás, y asumir las consecuencias de lo que pasó. Si se está escondiendo en tu casa, o se fue con otra persona…
-No se puede ir así – Ella negó, acariciando los dorsos de mis manos. – Dime, él se fue contigo, ¿verdad? Si no está con nosotros siempre va a buscarte, ¿está en tu casa o… se vino contigo a la escuela? Es que no nos avisó… - No mencionó nada sobre lo que pasó con Lalo, o con ella. Pero estaba blanca, muy, muy, blanca. E intentaba sonar paciente, permisiva. Aunque su papá le seguía pidiendo al director el número de mi casa para llamar. Creían que esto era parte de una especie de acto rebelde. Del que yo estaba siendo cómplice. Me solté. Todo era extraño, desencajado. Ellos seguían asumiendo cosas, y la información llegaba tan a prisa que necesité apartarme.
-No… no sé nada. Sí llegó conmigo ayer, nos vimos en la plaza. Pero… se regresó, los dos nos fuimos, él no… ¿no está con ustedes? — No tenía sentido, yo lo vi irse. Él me dijo que quería caminar, y las primeras suposiciones aparecieron junto a lo poco que entendía. Se fue a otra parte. ¿A dónde hubiera ido? Con el llanto desconsolado de sus padres, el primer atisbo de la realidad me cayó de lleno. Llamaron a mi papá, por el aturdimiento, pensé lo que esos adultos. Que él diría “Sí, está aquí en la casa, dice que no quiere hablar con ustedes”. O “Yo le dije que se fuera a su casa, pero que no quiere”. Mi papá sonaba igual de consternado que yo al oír al director explicar la situación. Naturalmente, ya sabía qué respuesta iba a dar.