Escenas

Escena 19

El martes, miércoles, y el resto de esa semana fueron aún más raros. Todos en la escuela teníamos miedo. Luisa trató de quedarse conmigo, aunque yo sé que, al igual que el resto de mis compañeros, estaba incómoda por mi falta de reacción. Adam también lo intentó, me preguntaba si sabía algo, sé que en realidad, sólo lo hacía por la culpa. Y sé que lo dejé quedarse, porque al menos entre comentarios, el nombre de Jonathan dejaba de convertirse en un tabú para volver a ser real.

-Le dije que un chamaco no era lo que necesitaba ahorita – Decía – Ninguno quería, pero… se ponía necio. Pensé que aunque no fui yo, nuestros papás nos iban a obligar y me espanté.

¿Qué sentido tenía ya que me contara todo eso? Sé que ninguno, aún así lo dejaba hacerlo. Hasta esos días, nunca lo vi llorar como lo estuvo haciendo. - ¿Te digo algo, Esteban? Muchas veces me peleó que por mí no podía estar contigo. Jonah era muy lindo para ser machorra, tú, en cambio…

Quise estar al pendiente de su familia. Ya casi nunca estaban en su casa. Su tía llegó para cuidar de Lalo, y en una de tantas, me abrió luciendo tan pálida y dolorida como su mamá. Sólo para decirme que ya lo habían reportado, pero que seguían buscando.

En mi familia… bueno…
Mi mamá nunca fumaba, decían por ahí, mis primos más grandes y mis tíos, que era porque mi abuelo fumaba todo el tiempo. Que una vez, cuando mi mamá era soltera, se peleó con mi abuelo por lo mismo y por cómo los trataba, le arrebató un cigarro, y lo hizo trizas con la mano. “¡Estoy harta! ¡Me tienes harta tú y ese asqueroso olor, no los soporto!” Dicen que gritaba tan fuerte que hasta mi abuelo se asustó.

Invariablemente, él siguió fumando, y tomando también. Siguió siendo un alfa gritón y gruñón hasta que murió. A mi mamá, que recuerde, sólo la he visto fumar en dos circunstancias distintas; el día que enterramos a mi abuelo, varios años después. Y toda esa semana, cuando yo tenía quince.

Entonces veías a mi madre así, afuera en el patio de atrás tarda tras tardes, sentada en un columpio, o recargada en un árbol. Con el humo de varios cigarros rodeando su silueta. Para ella, todo eran apariencias. No había nada que le diera en el ego o la hiciera sentirse más vulnerable, que tomar un cigarro después de gritarle eso a su papá. Nada que la excediera a ese límite, salvo quizá, ver el primer reportaje sobre Jonathan en la televisión.

- ¿Aún nada? – Papá me preguntaba diario. Siempre pensé que le debía algo a él. Por cada día en celo que pasaba solo. Cuando era pequeño y él estaba en esos días, yo no siempre alcanzaba a comer bien en casa. Todo eran prisas, gritos de mi mamá para acá o para allá. Y cuando él volvía, hacía las comidas más elaboradas que conocía, las galletas que sabía que me gustaban, los almuerzos que veía en las revistas y que a mis compañeros de la escuela les causaba envidia. Él sentía que me lo debía. Nunca lo dijo, pero yo lo sabía. Me miraba de esa forma, entonces yo debía entender que mi reacción lo lastimaba. Porque era un omega, nací como un omega, también a él se lo debía. Cada vez que peleaba con mamá, estaba esa mirada, él necesitaba silencio de mi parte, y yo se lo debía. Por cada día de mi celo en el que él entró a visitarme. A acariciarme el pelo, o dejarme comida y agua de mango o de limón, galletas, o películas. Me miraba de esa forma, eso se lo debía. Esta vez ya no podía pensar en ello, negando a sus preguntas, o a pensar siquiera en que yo no tenía una sola respuesta. No podía dejar que se acercara por mucho que quisiera consolarme.

Los días así fueron pasando. En casa, o en la escuela, nada volvió a ser igual. El silencio puede hacerte creer que entonces nada está pasando. Pero, ¿eso alguien siquiera se lo cree? En nuestra ciudad no se habían escuchado casos así en ese tiempo, al menos, no hasta muchos años después. Y es extraño, cuando esas cosas pasan, normalmente es a otro, cuando vez un reportaje de desaparición, siempre es una cara que no conoces.

Nunca esperas ver a un amigo entre esos reportajes. Menos al amigo al que quieres contarle todo lo está pasando, ni al amigo con el que esperabas aclarar tantas cosas, confesarle tantas cosas.
Cuando éramos niños, él era quien escuchaba todo esto. Era quien me compartía de su comida, quien me esperaba sin falta en la entrada de la primaria. “Mañana te invito yo a mi casa” Me dijo esa primera vez, y cada vez que lo necesitaba lo volvía a hacer. Me llevaba a su casa, a jugar, o comer. Sus abrazos eran los que mejor me ayudaban, aunque varias veces se los renegué. Si tengo buenos recuerdos, eso es gracias a él.

¿Una foto te lo dice? No, no te dice nada. No dice nada de sus ojos miel, o de cómo se llenaron de estrellas con nuestro primer beso. Nadie sabe que lo espero, que teníamos conversaciones sin terminar, secretos qué admitir y consuelos sin decir. Nadie sabe que se fue pensando que su vida estaba terminada, que nadie le dijo que su mamá y su hermano estaban bien. Y que nunca me culpó, cuando no hay día que pase sin respuestas, pensando que gracias a mí esos últimos meses se tragaron parte de él, así como esas calles se lo llevaron esa noche.

Y todos los días quiero contarte algo nuevo. Sobre esos días de incertidumbre, o del tiempo que le siguió. Supe que la secundaria hace varios años cambió de modalidad. Ahora los maestros ya no se quedan en el salón, ellos cambian, los alumnos son los que se quedan. Y que esa barda que la conecta a ese estacionamiento ya es muy alta como para brincarla. El Centro de Idiomas ahora también es una universidad. Sé que esto es una estupidez, pero volví a llorar cuando alguien me lo dijo. He visto a tu hermano, supe que tu mamá falleció hace tiempo, después de tener otro bebé. Lalo lo lleva a la primaria, según lo que sé. Cuando él era bebé me saludaba, y cantaba con nosotros las canciones de la radio. Ahora no sé si siquiera me recuerde, he pensado en saludarlo, pero temo que me rechace como lo hizo tu papá la última vez.




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