Espejo de Humo y Ceniza

La noche y la bestia

Yaoc observaba incrédula al hombre de la pierna de palo mientras cojeaba entre los escalones de la chimenea, llevando un contenedor de barro en una mano y pinceles de cabello natural en la otra. Aquel ser subía y bajaba, pensando e ideando, hablando hacia la nada y preguntándose cosas que eran imposibles de saber.

«¿Xochitl se caerá en el segundo o tercer piso?» cuestionaba y después contestaba: «Tercer, tercer piso, sí. Y romperá la cazuela de su madre. Se avecina un estrepitoso malestar en Chicahua… debo mitigarlo o el castigo de la pequeña Xochitl será enorme».

Entonces corría hacia otro lado de la chimenea y dibujaba un puntito en uno de los dibujos que se mostraban sobre la pared de piedra.

Mientras presenciaba aquello, Yaoc pensaba en lo difícil que debía ser perder la cordura después de haber poseído el poder y la magnificencia de Tezcatlipoca, porque era claro que el dios omnipotente y omnisciente había pasado por varias situaciones importantes en aquellos años (¿o meses?) para haber quedado de esa forma tan… desprolija, corriendo de un lado a otro y hablando solo como un loco.

También analizaba con detenimiento aquella habilidad del dios para tranquilizarla, para bajar todas sus defensas con su solo tono de voz y unas simples caricias entre las orejas. Aparte, ¿quién era ella como para ser reconocida con tanta afectuosidad por parte de un ser como Tezcatlipoca? Lo único que ella recordaba de él era esa oscura imagen de un hombre de mirada oscura y distante que se escudaba detrás de un espejo de humo, alguien que ni siquiera abrió la boca durante su juicio, solo se dedicó a observarla en silencio y después, a lanzarla al abismo de su condena.

—¿Sabes, guerrera? —Tez llamó su atención, mojando su pincel en la pintura blanca del platito—. Es muy bueno que los dioses no tengamos un destino escrito… y que todo esto de la historia de vida acabe con el juicio tras la muerte. Nunca me ha gustado verlo y saberlo todo. Nunca, niña. Los veo ser engendrados, nacer, aprender a caminar, crecer, cazar… y morir, después debo estar con ellos mientras enfrentan todo aquello que hicieron ante mis propios ojos. Mis niños… mis niños… No puedo hacer nada por salvarlos. Lo sé todo, pero no puedo hacer nada por… —Se quedó pasmado por un segundo, como si su mente hubiera despegado de su cabeza emplumada y prosiguió—. Nosotros los dioses solo tenemos la carga de las predicciones, una sarta de mentiras que no hacen más que ponernos unos contra otros y clavarnos las lanzas entre hermanos… ¡Xochitl se ha salvado del castigo!

Yaoc no dijo nada, sintió que no había palabras para contestar a algo así. Solo se levantó lentamente del piso, estirando sus patas traseras, haciendo la cabeza hacia atrás y la cola hacia arriba, cerrando los ojos para disfrutar del estiramiento y cambió de posición, volviendo a recostarse en una aparente tranquilidad.

—Perdona mi comportamiento, guerrera, hace tiempo que no convivo con alguien más que con mi propia sombra y con esta bestia que… —La voz de Tezcatlipoca volvió a perder fuerza hasta quedarse en silencio y después sonrió como un nuevo amanecer—. Hablemos de cosas más interesantes, ¿qué te ha traido a mi volcán?

«¿De verdad espera que le conteste eso?» pensó ella.

—Vienes por órdenes de Muerte, imagino. —Meneó la cabeza, haciendo sonar sus largas plumas y caminó hasta ella, arrastrando su pata cada dos o tres pasos—. Quiere a la bestia en su prisión y mantenerla controlada… no vaya a ser que inicie el Fin de la Era. Un animal malvado como él podría levantarse contra Huitzilopochtli y asesinarlo a sangre fría en el mismísimo Trono del Sol, sacarle el corazón y comérselo aún latiendo —dijo abriendo los espeluznantes ojos perdidos en la franja negra de su rostro y haciendo un ademán con la mano que tenía libre.

Esa imagen no pintaba bien en la mente del jaguar, pero no dejó que su interior la delatara, solo llevó su pata a la boca y peinó su dorado pelaje con la rasposa lengua.

—Mictlantecuhtli y su paranoia… —Suspiró con una sonrisa burlona y dio media vuelta de regreso a los escalones—. Yo iría, te haría un favor porque eres mi guerrera favorita e iría contigo hasta el Inframundo, pero mi opinión es solo la mitad de una decisión más grande. «De aquí solo saldrá mi cadaver» —dijo haciendo la voz grave, pero en tono de sátira y comenzó a reírse, mientras regresaba a sus labores como pintor del destino.

Y así se pasó la tarde; Yaoc Ocelopilli durmió profundamente y dormitó a ratos, se levantaba, se estiraba y volvía a acomodarse en aquella esquinita cálida que, supuso, se encontraba más cerca del magma. Mientras tanto, Tezcatlipoca siguió en su trabajo impregnado de delirios y soliloquios… hasta que el Sol se puso en el horizonte.



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En el texto hay: dioses, viaje en el tiempo, romance amor

Editado: 07.10.2020

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