Eduard, había llevado a su abuela Martina, a varios hospitales, donde todos le ofrecieron la misma noticia: su abuela había estado combatiendo durante años contra una grave enfermedad llamada cirrosis hepática.
—Lamentablemente, su abuela no cuenta con mucho tiempo; le quedan pocos días— le informó recientemente.
—¿Está completamente seguro de lo que me está comunicando? ¡No hay nada que podamos hacer para ayudar a mi abuela! —respondió Eduard, mientras las lágrimas caían por su rostro.
—Por el momento, no podemos hacer nada más. Le aconsejo que aproveche los días que le quedan a su abuela para hacerla feliz—respondió el doctor, con una seriedad palpable en su voz.
Al llegar a casa, Eduard, se detuvo en la habitación de su querida abuela, que continuaba dormida gracias a los analgésicos. Con ternura, besó su frente y acarició su cabello marrón rojizo, sintiendo cómo la tristeza lo invadía al contemplar su delicado estado de salud.
Su abuela Martina comenzó a despertar gradualmente y abrió los ojos.
—¿Qué sucede, mi querido? —¿Qué te pasa?—inquirió Martina con un tono suave, mientras entrelazaba su mano con la de ella.
Eduard intentó reprimir sus lágrimas para no llorar, pero la pena que llevaba en su corazón lo traicionó.
—Abuela, tú sabes cuánto te quiero. Gracias por apoyarme—comentó mientras se acurrucaba como un infante y la envolvió en sus brazos.
Su abuela Martina abrazó a su nieto con ternura, sujetándolo con las escasas fuerzas que poseía.
—¿Te conozco bien, mi pequeño? ¿Qué pasa, porqué te sientes triste?—dijo con preocupación.
Eduard inhaló profundamente y miró a su amada abuela.
—Abuela, no deseo perderte, no quiero que te marches ni me abandones—le dijo con lágrimas en los ojos.
—Mi querido nieto, se que tienes temor porque me voy a morir. Ya tu abuela no tiene las mismas fuerzas está enfermedad ha Sido una tortura para mi—confeso Martina, con dolor .
—Abuela, trata de dormir estás muy agotada todo va estar bien—le dijo Eduard, al verla quejándose producto del dolor.
Eduard, se levantó de la cama de su abuela con cuidado. Salió del cuarto para encontrar a su prima Sandra.
Al descender, se encaminó hacia la sala, Eduard, se acercó a Sandra.
—Por favor, Prima, asiste a la abuela, no se encuentra bien—comentó Eduard, con pena.
—¿Qué le ocurre a la abuela?—preguntó Sandra, con inquietud.
—Nuestra abuela está sufriendo mucho, dale un calmante para que pueda descansar—le dijo Eduard, preocupado por la salud de su abuela.
De inmediato, Sandra se dirigió a la habitación de su abuela. Al ingresar, observó a su abuela con lágrimas por el sufrimiento que padecía. Revisó en su mesita de noche los medicamentos que le había indicado el médico.
Buscó una de las jeringas y empezó a preparar el fármaco para administrarlo a su abuela.
Luego, tomó un pedazo de algodón, lo empapó en alcohol, se acercó a la cama de su abuela, sostuvo su mano con delicadeza y le administró la inyección.
A medida que el líquido descendía, su abuela comenzó a quedarse dormida debido al efecto del sedante. Cuando el líquido dejó de fluir por la vena de su abuela, Sandra colocó los medicamentos en su lugar y se sentó junto a la cama.
Intentó reprimir las lágrimas, pero al observar a su abuela en dolor, rompió en llanto y elevó una oración a Dios.
"Dios, tú que conoces cada alma, te ruego por mi abuela; tú conoces todo el dolor que siente debido a su enfermedad." No deseo que esté mal; coloca tus manos curativas sobre ella. Amén.
Luego de esa oración, Sandra se sintió más tranquila, creía que su abuela iba a recuperarse.
Sandra había completado su formación en una de las universidades más reconocidas y se graduó como enfermera, gracias a sus excelentes notas. Consiguió empleo en el hospital, donde le brindaron el cargo de enfermera. Asistía a su abuela para cuidarla debido a su enfermedad.
Mientras Sandra se quedaba al cuidado de su abuela, su primo Eduard estaba descansando porque tendría una reunión crucial con unos inversionistas.
Esa noche, Sandra no logró conciliar el sueño, permaneció despierta vigilando a su abuela, por si requería algo.
Mientras ella descansaba por los efectos de la medicina, Sandra buscó un libro para leer.
Al leer, sus emociones se centraban en su abuela y su condición médica. Ya dejó de comer, no contaba con las mismas fuerzas para levantarse, necesitaba de Sandra y de sus otros nietos para que le asistieran a moverse en la cama.
Sandra se sentía con el corazón roto, no podía impedir que las lágrimas cayeran y empaparon las páginas del libro.
Al siguiente día.
El reloj despertador de Eduard sonó, él se levantó y se duchó con agua caliente para quitar el cansancio que sentía en su cuerpo.
Luego, se puso su traje formal, se ajustó su reloj negro en la muñeca, se calzó unos zapatos negros y peinó su cabello, dejándolo de lado. Agarró las llaves de su elegante coche y el portafolios.
Finalmente dejó la habitación; al pasar brevemente por ella, observó a su abuela todavía dormida por los analgésicos que le había administrado su prima Sandra.
Previo a salir de la vivienda, se acercó a la cocina para conversar con el personal.
Cuando Eduard apareció, su presencia imponente hizo que todos cesaran sus actividades y se enfocaran en él.
Con un profundo suspiro, Eduard se dirigió a sus empleados
—Queridos colaboradores, me gustaría pedir su ayuda. Mi abuela se encuentra en un estado de salud muy delicado y su tiempo se agota. Quiero preparar una comida especial para ella—expresó Eduard, lleno de tristeza.
Los empleados no pudieron evitar sentir tristeza por la mala noticia que habían recibido.
Mariano, uno de ellos, se acercó a Eduard con respeto y le dijo:
—Patrón, lamentó la difícil situación en la que se encuentran. Tenga la seguridad de que cuenta con nuestro apoyo—añadió, ofreciéndole su respaldo.
Editado: 25.10.2025