Alma era su nombre; se trata de una chica muy inteligente. La entonación de su voz era determinante y concreta; su mensaje era tan coherente, que si no fuera por el descontrol de su motricidad cualquiera habría pensado que ella estaba más lúcida que mentalmente enferma.
Solo convivía con su madre.
En su entorno, todos notaban que en su mirada algo no andaba bien; sin embargo, nunca pensaron que se tratara de esa terrible enfermedad.
La crisis política, económica y social llevó al país a un terrible conflicto envuelto en la de escasez de alimentos y medicinas, entre muchos otros productos. Especialmente a la escasez de medicamentos expedidos, únicamente, a través de récipe morado.
Esta joven no lucía muy agraciada pues nunca arreglaba su cabello ni usaba maquillaje; además, era flaca y desgarbada. Su mirada se había vuelto punitiva, anunciaba un constante impacto. Aún así, conservaba un rostro de porcelana.
Una noche Alma cayó en una pavorosa crisis; sus vecinos se enteraron por los gritos de auxilio que hacía a su madre. Estos alcanzaban a toda la urbanización. Sus vecinos se acercaron para ofrecer apoyo a Eleonor, su madre. Alma exclamaba suplicante: ¡No me lleven de nuevo al hueco! - Como una máquina, repetía una y otra vez la frase-: !Por favor al hueco no! Mamá, no dejes que me lleven otra vez al hueco - y agregaba-: ¡allá me pegan mamá, al hueco no por favor!
Su madre sollozaba amargamente. Su mandíbula y su boca temblaban. El ahogo procedía ante un destello de palabras que saltaban, corrían y tropezaban en su mente con habilidosa rapidez. Sus facciones cambiaban precipitadamente procurando liberar aquellas torpes palabras. Sin embargo, solo lograba mostrar la involuntaria desarmonía de sus músculos faciales.
A pesar de sus súplicas, Alma fue recluida por dos meses en un centro psiquiátrico. Pero durante un fin de semana de visita en casa, Eleonor interrumpió por completo el tratamiento que su hija debía seguir al permitir que Alma permaneciera en casa por tiempo indefinido. Esta había sido la segunda vez que la joven era internada en una clínica psiquiátrica.
Durante los primeros días de haber regresado a casa, madre e hija coincidieron con su vecina Betty en las adyacencias de su residencia. Se saludaron cariñosamente e iniciaron una cordial conversación. De pronto, Alma interrumpió el diálogo entre Eleonor y Betty a fin de hacer una consulta; la pausa fue concedida para escucharla, pero de inmediato su madre comentó con desgano: -¡Ay no, no le hagas caso!- retomando la conversación con Betty; pero Alma, en tono suave volvió a interrumpirlas explicando su dilema. De la misma manera, su madre arrojó otro lamento, pero esta vez para afirmar: -¡Ay sí, eso sí es verdad!-. En ese instante, Betty sintió una gran compasión por ambas, pero no por la inquietud planteada por Alma, sino por la condición mental tanto de la madre como de la hija.
-Coexistir con tanta diferencia de edad, de criterios y de enfermedad mental, no ha de ser fácil; su convivencia diaria no lo debe ser- pensó Betty.
Hubo un instante en el que Alma fijó su mirada directamente a los ojos de Betty e inmediatamente le preguntó: ¿por qué no hablas conmigo? La gente piensa que estoy loca ¿Crees que estoy loca?
Fue entonces cuando la vecina le prestó atención, la escuchó en el más fluido lenguaje, coherente, acertando inteligentemente a cada pregunta que formulaba Betty; de no haber sido por el descontrol de sus inesperados movimientos corporales, todo habría parecido estar normal. No obstante, llegó el punto en el que su verbo vino acompañado de un acontecimiento que la angustiaba, algo que no había sucedido pero que Alma temía le ocurriera.
Su mirada y su rostro le jugaron una mala pasada. El pánico se apoderó de su tono de voz. Betty estaba desconcertada, minutos antes habría jurado que Alma había regresado de aquel abismo mental para nunca más volver a él. Su descontrol motriz se aceleraba sin piedad; era desalentador escucharla repetir una y otra vez sobre aquel acontecimiento que temía le ocurriera. Betty intentó calmarla con palabras de aliento, pero Eleonor perdió la paciencia y reprendió a su hija con severidad.
Las tres mantuvieron un embarazoso silencio, el cual fue interrumpido por Alma para contar que su lente intraocular se ha movido y por lo tanto, no podía leer como acostumbraba. Agregó que lo ocasionó una fuerte bofetada que le propinó su madre: - Ella me pega, me abofetea. Mamá no tienes porqué abofetearme. Lo has hecho tan fuerte que me moviste el lente y ahora no puedo ver. No puedo leer. -Así le hablaba Alma a su madre-. De la nada se inició una seria discusión entre madre e hija:
“…Sí, yo soy su hija, y no entiendo por qué tanta violencia contra mí, mira como están mis brazos, mira mis piernas… en ese momento Betty volvió a sentir una inmensa compasión. Alma insistió cuestionando a su madre:
¿Por qué no conversas en lugar de pegarme? A lo que Eleonor respondió con tono altivo: Porque no me da la gana de conversar.
-Transcurridos seis meses, la sacaron verde - contaba la señora conserje.
Murió. ¡Vaya con la noticia!
En el mes de octubre del pasado año, Eleonor había sido urgentemente recluida en la clínica a causa de haber sufrido severos golpes y punta pies en toda su humanidad; todos ocasionados por Alma. Sangrante y con hematomas, Eleonor fue médicamente tratada. Seis meses después a la madre la sacaron verde, contaba la señora conserje.