Esteban - Epílogo saga Dulce

2

En la mañana, Esteban volvió a ser el mismo hombre anodino de siempre, que barría en silencio y obedecía las órdenes y cumplía las peticiones. Era el chico de la limpieza, los recados y el café, todo al mismo tiempo. Pero ahora ella no dejó de mirar sus manos, unas manos bonitas y grandes. 

Él ahora le parecía estar en el sitio equivocado.

Bostezó un poco ruidosamente. Anoche se había acostado tarde con Dylan haciendo la dichosa tarea, pero al menos su hijo no sacaría una mala nota por su culpa. 

Una taza de café se puso sola en su escritorio, y sus ojos se iluminaron.

Pero no se puso sola. Esteban la había puesto allí.

—Oh, gracias.

—Parecías cenicienta al día siguiente de la fiesta –dijo él con una sonrisa de medio lado, y algo se agitó en Paige. ¡Era guapo! Sus ojos claros parecían más luminosos esta mañana.

—Sí… anoche… me acosté un poco tarde. Gracias otra vez.

—De nada—. Él volvió a alejarse, pero ella lo detuvo a tiempo tomándolo por el uniforme de aseo, que no era más que un mono azul oscuro, que le quitaba toda forma y le robaba estatura. Anoche, de pie al lado de él, había notado que era mucho más alto de lo que había pensado en un principio.

—Anoche no te agradecí adecuadamente.

—No importa.

—Te invito a cenar –dijo. Él se quedó en silencio mirándola fijamente—. En mi casa… No puedo llevarte a un sitio—. Ella sonreía pidiendo perdón, pero Esteban tragó saliva.

—¿Estás… segura?

—¿Por qué no?

—Bueno… soy yo. 

—Eres tú. El que se metió anoche entre Bryan y yo y se llevó un par de golpes. Quiero agradecerte—. Vio que él bajaba la mirada.

—Está… está bien—. En el momento escuchó una discusión en la oficina de Tracy Smith, la gerente de esta oficina. Un hombre la insultaba con palabras no muy bonitas.

Las mujeres se pusieron en pie, y se preguntaron qué pasaba.

—Pasa que es un malnacido –dijo Esteban, y caminó a la oficina de Tracy por si necesitaba ayuda.

Tracy, de piel oscura y con un poco de sobrepeso, lo miraba estoica. A pesar de que el hombre la trataba como la peor basura. ¿Por qué no decía nada?

Porque no entendía, comprendió Esteban. El hombre la estaba insultando en Francés.

—Si no quiere que llame a la policía por agresión –le dijo Esteban en el mismo idioma—, más le vale que se disculpe con ella ahora mismo, y en un idioma que ella pueda entender—. El hombre lo miró furioso.

—¿Quién eres tú?

—El chico del aseo –contestó Esteban.

—¡Esta bruja intenta robarme! ¡Intenta venderme una casa en mal estado como si debajo hubiese oro!

—Estoy seguro de que hay una confusión. 

—¡No hay confusión! ¡Mire los papeles usted mismo! –Esteban recibió los papeles. Éstos estaban en inglés, como era lo normal.

Era un contrato de compraventa. Comprendió los términos, y encontró que, efectivamente, había un error aquí. La dirección indicaba que la casa vendida quedaba en una mala zona de la ciudad, no una que valdría el precio que él estaba pagando. Miró a Tracy, y en inglés le habló del error. Ella palideció.

—¡Oh, dile que por favor nos disculpe! ¡Tradúcele!

—¿Qué es lo que está mal? –le preguntó Esteban señalándole el papel— ¿La dirección o el valor?

—El valor. Ya él fue a ver la casa y la aceptó con todos sus problemas.

—Está bien—. Esteban se volvió a dirigir al hombre y le explicó en su idioma lo sucedido. El hombre se fue calmando, y aceptó la disculpa, y luego incluso llegó a sonreír y aceptar la bebida que le ofrecían.

—No debió venir solo si no habla bien el inglés –lo reprendió Esteban—. Búsquese un traductor.

—No tengo traductor –dijo el hombre—. Pero usted podría ayudarme. Habla muy bien el idioma, casi como un nativo.

—No exagere.

—Vale, exagero, pero lo necesito. 

—Tiene para pagar un traductor, pero compra una casa barata.

—Ah, eso es para otra cosa. ¿Qué dices, aceptas? –Cuando vio que él vacilaba, le extendió una tarjeta donde estaba su nombre y su teléfono—. Te doblaré el sueldo. Sea lo que sea que ganes aquí, lo doblaré. Necesito a alguien como tú.

—Déjeme pensarlo.

—Me llamarás, lo sé—. El hombre se fue en su auto, y en seguida Tracy lo llamó a su oficina.

—¡Hablas Francés! –fue lo primero que ella dijo.

—Sí.

—¿Qué otros idiomas conoces?

—Español, italiano, y portugués.

—¿Cómo sabes tantos idiomas? –porque su padre era un obseso, quiso contestar, y todas las vacaciones los mandaba a Europa a aprender dichos idiomas, a él, a Diana, y luego, a Daniel—. Además… comprendiste el lenguaje del contrato de compraventa.




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