Esther embarazada del amigo de mi hermano

1. Malas creencias.

En unos de los bancos de madera de la pequeña iglesia de su barrio, Esther Sánchez asistía a la misa de los domingos. 

Su familia era religiosa y aunque ella había sido criada dentro de esas creencias, el discurso del párroco se hacía largo y pesado para ella. 

Al finalizar la misa, los padres Esther se despidieron del párroco mientras ella, como toda una señorita respetuosa, esperaba a ser llevada a casa para ocuparse de los quehaceres del hogar. 

 

 

— ¿Padre, podemos hablar? — Preguntó Abraham, uno de los hermanos de Esther, a su padre Manuel. 

Abraham estaba nervioso, tenía una confección importante que hacerle a su padre. 

Esther ponía la mesa para el almuerzo y al verlos alejarse echó un vistazo al teléfono móvil que su hermano dejó encima de una mesita auxiliar de la sala comedor. 

 

— No te distraigas y termina de poner la mesa. — La regañó Francisco, el mayor de sus hermanos que se acercó con su hijo pequeño en brazos. — Mamá y mi esposa están ocupadas en la cocina preparando la comida y tú perdiendo el tiempo como siempre. 

 

— No estoy perdiendo el tiempo. — Respondió Esther con la boca pequeña. 

Francisco la miró por encima del hombro, para él, ella solamente era un estorbo en la familia. 

 

— Más que ir a la Universidad tendrías que casarte y dar a luz a tus hijos. — Gruñó Francisco. Administrador de los pequeños negocios de la familia Sánchez, ya que su padre era un hombre delicado de salud. — Cuida del niño. — Le ordenó, haciéndola cargar a su hijo. 

Esther se hizo cargó de su sobrino, viendo como su hermano se marchó de la estancia. 

 

— Cuando me marche a la Universidad haré lo que quiera... — Murmuró Esther mirando a su sobrino. — Como ha hecho Patricio. 

Pensó en la suerte de su tercer hermano mayor, quien al cumplir la mayoría de edad abandonó la casa familiar. 

 

— ¡ESTÁS ENFERMO! — Se oyó gritar a su padre y Esther se encogió al escuchar el crujir de la madera al ser golpeada. — ¿Cómo qué te gustan los hombres? — Reclamó con dureza Manuel a su hijo Abraham. 

Sus dedos se apretaron contra su escritorio.

 

— Es la verdad, padre. Y es lo que soy. — Habló Abraham, sin atreverse a mirarlo directamente a los ojos. 

 

— ¡¿ES LO QUE ERES?! — Estalló Manuel y se acercó furioso a su hijo. — Lo que eres es un enfermo, eso es lo que yo veo, aparte de una vergüenza para toda tu familia. 

Abraham contuvo el aliento y apretó los puños cuando fue abofeteado en la cara por su padre. Se quedó inmóvil, se esperaba esa reacción, pero jamás en la vida se habría esperado que su padre llegara a golpearlo. 

 

 

Esther se acercó al pasillo de la primera planta, donde su cuñada Paloma agarraba a su madre impidiéndole entrar en el despacho de su padre. 

 

— Mamá. — Se apresuró Esther a acercarse y su cuñada la miró. 

 

— Vete, nosotras nos encargamos de esto. — Le ordenó Paloma. — Y llévate de aquí a mi hijo. 

La puerta del despacho se abrió de golpe y Abraham salió de él. Rosa frenó a su hijo agarrándolo de los brazos y viendo su cara golpeada. 

 

— ¡Hijo! — Lo llamó Rosa llorando, tocando el rostro de su hijo pequeño. 

Abraham sostuvo la mano de su madre y escucharon hablar al patriarca de la familia Sánchez. 

 

— No detengas a ese homosexual, es repugnante y me da asco que este debajo de nuestro mismo techo. 

 

— Pero, esposo… — Suplicó Rosa, sin soltar a su hijo. 

Manuel la miró con superioridad y Abraham se vio en la obligación moral de calmar el sufrimiento de su madre. 

 

— Madre, soy yo el que no quiere estar aquí. — Le dijo Abraham, pero su madre se negó a dejarlo irse. — Voy a estar bien. — La tranquilizó y tomándola de la cara la besó en la frente. 

Esther vio después a su hermano mayor soltarse de su madre y marcharse por el pasillo. 

 

— Menuda vergüenza, un maricón en la familia. — Exclamó Paloma, cogiendo a su hijo de los brazos de su cuñada. — Esperemos que tú, Esther, no des problemas a la familia ahora que irás a la Universidad. — Arremetió contra ella y se alejó con su pequeño en brazos, sin darle más importancia a que su suegra estuviera llorando. 

 

— ¡Deja de llorar por ese desastre! — Impuso Manuel a su esposa. — Una familia cristiana como la nuestra no se puede permitir un hijo como él. 

Esther se quedó mirando a sus padres, en lo inhumano que su padre se veía por regañar a su madre solo por querer a su hijo. 

 

 

— Abraham, ¿de verdad te irás? — Preguntó Esther a su hermano, deteniéndose en el umbral de su habitación. 

Abraham preparaba su maleta, no podía permanecer mucho más tiempo en esa casa donde lo despreciaban por ser gay. 

 

— Esther. — Dijo Abraham, dejando lo que estaba haciendo para acercarse a su hermana y tomarla de las manos. — Se una chica lista y no te quedes en esta familia. 

Esther bajó la mirada cuando sintió que su hermano le puso en las manos su teléfono móvil. Luego Abraham la hizo entrar y encajó la puerta. 

 

— Puedes quedártelo, así podremos seguir en contacto. Solo asegúrate de esconderlo bien para que no lo vea Paloma. — Esther asintió y Abraham le sonrió. — Cuando salgas de casa y vayas a la Universidad verás que el mundo es muy distinto a lo que padre y Francisco quieren hacerte ver. 

Abraham la beso en la frente y fue después hasta su maleta, metiendo sus cosas en ella de forma rápida y desordenada. 

 

— Pero, Abraham... — Dijo Esther, guardando el teléfono móvil en la falda del vestido y acercándose a él. — ¿Me llamarás seguido? 

Abraham asintió a su pequeña hermana, que vivía sin saber cómo era realmente el mundo, creyendo que fuera solo había maldad. 



#1774 en Novela romántica
#609 en Chick lit

En el texto hay: romance, amor, embarazada

Editado: 28.08.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.