Esto no es un drama coreano

2. El chino perdido

2.

 

Andrea mira al cielo y sonríe agradecida por esa tarde soleada. Los últimos días han sido bastante húmedos y eso no es bueno para su bebé.

Recorre una larga avenida desierta antes de llegar al paradero de su bus. Se sacude los hombros para intentar disipar la tensión de 8 horas de trabajo ininterrumpido, cuando ve en el parque de enfrente a un grupo de chicas alborotadas. Parece que han encontrado a un famoso y le están pidiendo autógrafos.

Andrea estira un poco el cuello, curiosa, y logra ver a un hombre alto, blanco y con barba. No lo reconoce. Lo observa un poco mejor y se da cuenta de que es asiático. Entonces recuerda a la amiga que está cuidando a su bebé hasta que ella llegue y su pasión por las telenovelas coreanas.

—¿Será uno de los chinos esos? —se pregunta, pero, de repente, la sobresalta el grito del hombre y el ademán brusco con que se safa de las chicas.

La mayoría de ellas retrocede, pero un par insiste en tomarle fotos. El tipo manda sus teléfonos al piso de un manotazo y avanza hacia ellas como si quisiera golpearlas.

—¡Oye! —grita Andrea— ¿Qué demonios te pasa?

Antes de darse cuenta, ya está en el parque acercándose a las chicas. El hombre la ve, y, extrañamente, en lugar de alejarse se acerca a ella. Andrea titubea. ¿Y si la golpea? ¿Y si es un psicópata asesino violador? Las chicas corren asustadas y en un segundo ella se encuentra enfrentándose sola al sujeto.

—¡No te acerques! —le grita— cogiendo su mochila con si fuera a aventársela.

El tipo se detiene y la mira con un gesto de frustración. De repente se toca la ropa y le muestra las manos como si quisiera hacerle ver que no tiene armas. No parece querer hacerle daño. Luego se suelta a hablar en un idioma que Andrea no entiende, para, con un gesto de rabia, rectificarse y hablar en lo que parecer ser inglés.

Andrea no habla inglés. A duras penas sabe decir “sorry”, “bye”, “thank you” y unas cuantas palabras más, de modo que no entiende nada de lo que él dice, aunque sí comprende bien su desesperación. Está intentando explicarle algo, pero no encuentra las palabras y los gestos y mímicas raras que hace no le sirven de nada.

Stop! —le dice Andrea al fin—. No te entiendo, yo solo hablo español.

El hombre lanza un grito de rabia que la hace retroceder. Andrea piensa que en cualquier momento puede volver a ponerse agresivo, así que se da la vuelta mientras él no lo nota y se va corriendo. 

A los segundos escucha lo que parece un “please” en tal tono de súplica que le deja una sensación de culpa.

Ya en un asiento del bus, Andrea ve por la ventana hacia el parque y descubre al hombre, parado en medio, mirando a todos lados con una expresión que ella conoce muy bien: está perdido.

 

 

 




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