4.
Son casi las once de la noche y no está. Andrea empieza a sentirse inquieta, lo cual la exaspera pues el chino ese no tiene absolutamente nada que ver con ella, pero no puede evitar verlo como a su bebé: perdido, hambriento, esperando ayuda.
Hizo el reporte a la policía el mismo día que lo vio por primera vez por el incidente de las fanáticas, pero no sirvió de nada pues el hombre seguía allí a la mañana siguiente. Lo ha visto todos los días a la hora que sale del trabajo, más o menos a las dos de la tarde, y aunque quiso acercarse a él e intentar hablarle ayudándose de una app que se descargó en el teléfono, terminó acobardándose y fingiendo ir para otro lado. Todavía le da miedo que tenga algún problema mental y que se ponga agresivo de repente.
Lo que sí ha podido hacer es dejarle un poco de comida y fruta cuando él se distraía. Por alguna razón pensaba que se ofendería si se la diera abiertamente. Pero hoy no lo ha visto. Le cambiaron de turno y no lo encontró en el parque al entrar a trabajar, y tampoco ahora que acaba de salir. Tal vez alguien lo ayudó.
Ya en el bus, se entretiene pensando en el perrito que rescató; su bebé. A esa hora Karen no puede cuidarlo, así que está en casa solo. Siempre se siente ansiosa cuando tiene a alguno esperándola, lo que sucede a menudo pues la gente puede ser muy cruel con los animales.
De pronto ve una silueta familiar por la ventana. Las luces de la calle le permiten distinguir la polera sucia y los pantalones rasgados: sí, es el chino. No tiene más intención que la de lamentar su suerte, hasta que le ve los golpes y nota tu andar renqueante.
—Pero qué le hicieron... ¡Baja!, ¡baja!
El chófer frena a regañadientes. Ya en la avenida, esta vez Andrea sí se acerca a él.
—Oye... —lo llama y el tipo la mira con si ella fuera un fantasma.
Andrea ahoga una exclamación al descubrir que sus heridas son más serias de lo que parecían.
—Tienes que ir a un hospital —dice, pero recuerda que él no la entiende, así que coge su celular y abre la app de traducción que descargó— ¿Qué te pasó? —traduce el teléfono al inglés y él emite un suspiro de alivio que parece un sollozo.
—Me robaron, me golpearon y no tengo idea de cómo llegar a la embajada de Corea —traduce el teléfono luego de que ella se lo acerca para grabar sus palabras.
—Tenemos que llamar a la policía —dice Andrea, pero él le quita el aparato antes de que marque.
—Llévame a la embajada de Corea de Sur —se deja oír en la voz del traductor.
—Primero tienes que ir a un hospital. Tengo que llamar a emergencias... Ay, no me entiendes, dame eso —Andrea vuelve a coger el teléfono—. No conozco la embajada, te llevaré a un hospital primero.
Apenas la escucha, el chino le suelta una retahíla de frases con tanta rabia que parece estarla insultando. De pronto Andrea se hace consciente de lo grande que es él en comparación con ella: Alto, muy alto, y parece que también es fornido, aunque no puede notarlo bien por los golpes y su aspecto desastroso. La rabia vuelve un tanto aterradora su figura que, normalmente, resultaría atractiva.
Andrea retrocede unos pasos y marca el número de emergencias, pero con una sola timbrada el teléfono se apaga.
—¿Por qué ahora? —se lamenta mirando en derredor por si necesita pedir ayuda.
El hombre se acerca y aunque parece más sereno, ella se pone en guardia. Él nota su tensión y tus rasgos se descomponen.
—Sorry —le dice haciendo una reverencia.
Ella entiende la palabra y el ademán de disculpa, pero no se confía. Todavía preparada para un nuevo arranque de rabia, le señala la cara y logra hacerle entender que sus heridas deben ser tratadas. Él responde con un gesto de desaliento tal que Andrea decide arriesgarse a ayudarlo.
—Vamos —le dice y hace un gesto con la mano para que la siga.
Él se mantiene inmóvil. Andrea camina unos pasos esperando que empiece a andar, pero al ver que no lo hace, vuelve. Le enseña el teléfono apagado y repite el gesto de que la siga. Él se mantiene inmóvil.
—¡Vamos! —insiste Andrea.
Él le responde con una palabra que ella no sabe si es “why” o “where” u otra cosa, pero intuye que le pregunta a dónde quiere llevarlo, así que le responde con lo primero que se le ocurre.
—Home.
Entonces Andrea es testigo de cómo la expresión desolada de ese extraño hombre se transforma y una lágrima se desliza por su mejilla.