Con mucho esfuerzo, Andrea se levanta de madrugada y, lo primero que hace, es darle una mirada a su nuevo rescatado. Lo encuentra sentado en el colchón apoyado, en la pared y con evidentes signos de malestar. Ella no tenía a mano ningún analgésico para darle, así que su dolor debe ser insoportable.
Sin decirle nada, regresa a su cuarto, se cambia lo más rápido que puede y sale a pedirle a Karen que le dé una mirada a su bebé, mientras ella se encarga de Tae Hyuk. Recién de regreso a la casa se acerca a él.
—Vamos a ir a un hospital —le dice usando su teléfono y, adivinando que el insistirá con lo de la embajada, agrega—, cuando te hayan atendido podré llevarte a la embajada.
Andrea se angustia un poco más al ver que él solo le responde con una mueca, a pesar de que se nota que diría algo si pudiera. El dolor no debe dejarle ni hablar.
Con mucho esfuerzo logra ayudarlo a ponerse de pie, y con más esfuerzo todavía salen de la casa. Por suerte, la avenida a la que deben llegar queda a pocos metros. Andrea para un taxi y se embarcan hacia una clínica conocida para ella: hasta hace unos meses hacía sus prácticas profesionales allí.
En cuanto llegan, una enfermera se encarga de acelerar la atención a Tae Hyuk como un favor a Andre, pues es su amiga, además de que el paciente se ve muy mal. Se pasan allí todo el resto de la mañana entre consultas, pruebas y revisiones, para finalmente volver a casa a las cuatro de la tarde.
Andrea ayuda a Tae Hyuk a sentarse en el colchón y antes de que se aparte, él le coge la muñeca y le dice algo. Andrea se desconcierta por el gesto, pero rápidamente entiende que quiere que le preste su teléfono.
—¿A qué hora iremos a la embajada? —pregunta Tae Hyuk con evidente premura.
—Ya no llegaremos a tiempo. Ayer en la noche averigüe y queda lejos. Tendrá que ser mañana –responde ella y ve cómo él frunce las cejas.
Aunque no dice nada más, su expresión tensa delata su enojo. Pero a Andrea le da igual si está molesto, ya hizo por él mucho más de lo que debería. Y es que no sólo lo tendrá que acoger un día más sino la visita al hospital la obligó a faltar al trabajo y a gastarse casi una quincena de su sueldo. ¡Ninguno de sus otros rescatados le había salido tan caro!
El ánimo de Andrea se empieza a caldear al pensar en todo el dinero perdido en ese chino y que pudo haber invertido en algún perrito o gatito abandonado, pero se olvida de todo cuando un feroz rugido se deja oír en la sala. Andrea y Tae Hyuk se miran sonrojados; sus estómagos sonaron juntos como en un coro, y claro, ¡están muertos de hambre!
—Traeré algo de comer —dice ella y sale corriendo de la casa.
Lo primero que hace es buscar a Karen. Desde que la conoció, su instinto de supervivencia incluye ir directo a pedirle ayuda.
—¡Por fin! —exclama la vecina apenas abre la puerta y ve a Andrea.
—¿Cómo está el petiso? —pregunta ella entrando a la casa.
—Cuando no duerme es un diablillo. Es bien confianzudo; sacó los calzoncillos de Erick y los usó de juguete.
Andrea se queda tiesa en mitad de la sala. Por experiencia sabe que, cuando sus rescatados empiezan a hacer travesuras, a la gente se le va el amor y la paciencia como por arte de magia.
—¿Qué? ¿Cómo? —pregunta con cautela.
En lugar de responderle, Karen se agacha y llama al perrito con arrumacos. El cachorro aparece de inmediato meneando la cola y se lanza a sus brazos ignorando a Andrea.
—Esa es la versión oficial —declara la vecina cargando al cachorro—. Ya estoy harta de que ese idiota me deje sus cosas tiradas por todos lados, así que cogí todo lo que estaba fuera de su lugar, las hice pelotas y se las di a Scott.
—¿Scott? —pregunta Andrea luego de soltar la risa.
—Está pequeño demonio es Scott —aclara Karen, al tiempo que le da un beso al perrito para luego dejarlo otra vez en el suelo.
Andrea no dice nada. Está calibrando el creciente apego de su vecina por el animal y cuanto más tiempo deben pasar juntos para que ella se termine encariñando y lo adopte.
—¿Y cómo está tu otro bebé? –le pregunta Karen con sorna.
—Qué graciosa.
—¿Si le fracturaron algo?
—No, por suerte lo de sus costillas son fisuras, pero casi igual de doloroso que si se las hubieran roto, además que debe seguir un tratamiento largo.
—¿Y cuánto te costará eso?
—A la embajada, no a mí. Hoy ya no podemos ir así que será mañana, ellos me tienen que reembolsar los gastos que hice hoy.
—¡Lo sabía! Eso de que se quedaba solo por una noche no me cuadraba...
—No es mi culpa...
Y nuevamente el estómago de Andrea se manifiesta con un potente rugido. Karen abre muchos los ojos para luego exhalar un suspiro.
—Claro, tú no podías ser tú si no ayunabas y te gastabas una millonada por ayudar a un "rescatado" —dice al fin—. Tráelo, hice un montón de comida.
Y, hablándole al perro con voz infantil, la vecina entra a la cocina seguida del animal. Andrea hubiera preferido llevarse la comida a casa, pero no desaprovecha la oportunidad y, en menos de cinco minutos, ella y Tae Hyuk están sentados a la mesa de la Karen.