Esto no es un drama coreano

10. Él

Andrea detesta los horarios de trabajo nocturnos. Lleva casi dos años como operaria de producción en una empresa de productos escolares, pero todavía le cuesta cambiar de turno. Esta semana le tocó el segundo, de tres de la tarde a once de la noche así que, cuando vuelve a casa, sus "bebés" están profundamente dormidos.

Andrea suspira resignada. Abre la puerta de la casa y, en lugar de ir directo a su cuarto como siempre, se acerca al colchón donde está durmiendo su más reciente rescatado. La luz del foco o el modo linterna de su teléfono, lo despertaría, así que solo usa el brillo de la pantalla para alumbrarse y echarle un vistazo. Esta noche, el chino duerme bien: no hay fiebre, ni pesadillas, ni dolor. Ayer, en cambio, le dio un gran susto cuando lo encontró delirando.

—¿Qué cosas te perturbarán tanto?

Su voz es apenas un murmullo, pero él se remueve un poco. Andrea no sabe si es por sus costillas o por costumbre, pero duerme totalmente recto, con los brazos bien alineados a los lados.

—La pose de un muerto —susurra con un escalofrío.

Sin embargo, el semblante tranquilo y la respiración acompasada del chino le dan un aire de serenidad que le quita lo tieso. Después de todo, no se ve mal.

Andrea vuelve a exhalar un suspiro. Estuvo a punto de dejarlo abandonado en la embajada, pero no fue capaz. Su mirada asustada se le quedó grabada desde el día que huyó de él en el parque, y fue ese recuerdo lo que la obligó a volver. Además, una vez hace mucho, su abuelo le dijo "si salvas una vida, te haces responsable de ella" y esa frase se le incrustó en la consciencia para siempre. Luego se convirtió en una de las razones de que se convirtiera en rescatista de animales. El del chino será uno de sus casos más difíciles (y costosos), pero ya encontrará la forma de ahorrar más dinero para retomar su carrera.

Tras darle una última mirada, Andrea se va a acostar.

Hasta dormido y pareciendo un cadáver se ve lindo, es lo último que piensa antes de que la venza el sueño.

 

 

A la mañana siguiente encuentra al chino levantado y cambiado. Al reparar en que lleva la misma ropa desde hace tres días, se da cuenta de que debe pedirle unas cuantas cosas más a Karen.

"Fon, plis" lo escucha decir y esta vez adivina de inmediato que le está pidiendo su teléfono.

—¿Tienes un ordenador y conexión a internet? —pregunta con ayuda del traductor.

—Eh... Sí... ¿Por qué?

—Quiero intentar comunicarme con mi familia.

Andrea abre la boca y se da una palmada en la frente.

—¡Claro! ¡Cómo no se me ocurrió antes!

Y, en un instante, va a su cuarto y vuelve con una laptop.

—Toma, préndela. Se conecta sola al wifi de Karen. Voy a decirle que prenda su router y, de paso, que nos preste un poco más de ropa.

Andrea sale corriendo sin darse cuenta de la mirada confundida del chino, pues no tradujo nada de lo que dijo después de su palmada en la frente.

Hoy Andrea tenía intención de decirle a su rescatado de dos patas cuales serían sus obligaciones en la casa, pero, con la euforia de que se contacte con su familia y consiga la ayuda que necesita (lo que la liberaría a ella de cualquier responsabilidad), decide darle un día más de asueto. Con suerte, ya no estará allí a la mañana siguiente.

El resto del tiempo hasta que ella se prepara para ir a trabajar, el chino se la pasa ensimismado en la laptop y hablando por teléfono. Esto último le parece buena señal a Andrea, y, aunque se muere de curiosidad, no puede preguntar nada pues él se pasa un largo rato conversando en coreano y no parece tener cuando acabar.

—Supongo que me tendré que ir sin teléfono —murmura cuando está a punto de salir y él todavía sigue hablando.

Pero antes de que cierre la puerta, lo escucha llamarla con un "hey".

—¿Como te llamas? —pregunta después.

Andrea se queda momentáneamente paralizada por lo extraño de la situación. Lleva varios días viviendo con ese hombre y todavía no saben sus respectivos nombres.

—Andrea —responde al fin.

—An—e... —intenta repetir él, para terminar pidiendo—: ¿Podrías escribirlo?

Andrea coge una libreta que siempre pone en la mesa de la sala y anota allí su nombre.

—También tus apellidos, por favor.

Esta petición le suena algo extraña, pero se le hace tarde para el trabajo, así que se limita a agregar: "Sánchez Castillo". Ya está saliendo nuevamente cuando se vuelve para preguntar:

—¿Y el tuyo?

El chino, que retomó de inmediato su conversación, se vuelve hacia ella.

—Your name —insiste Andrea señalándolo.

—Kim Tae Hyuk —contesta él, vocalizando lo más que puede.

—Kim Tae Hyuk —repite Andrea y él le da su conformidad con una sonrisa.

Durante un instante, este gesto logra que su mente quede en blanco. "Que bonito" piensa ella y al segundo siguiente se sonroja. Él se despide agitando una mano, ella le responde de la misma forma y sale apresurada.




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