Esto no es un drama coreano

11. Atrapado

Tae Hyuk, contra su voluntad, se descubre pensando que Andrea es tonta. Lo último que debería hacer es criticarla, pero la escena que se desarrolla frente a él le resulta patética: El hombre con que se encontraron le habla con evidente alegría, pero en todo momento busca hacer que la mujer que lo acompaña participe de la charla. Andrea, por su parte, responde con monosílabos y se le contrae el rostro cada vez que el hombre toca, habla o hasta mira a su compañera. Llega a un punto en que parece que va a echarse a llorar, pero, por suerte, la otra mujer es lo bastante amable como para evitarle seguir pasando ese mal trago y apremia al hombre para acabar con el encuentro.

Cuando ellos se van, Andrea se les queda viendo como un cachorro que ve partir a sus dueños. Y entonces sí que se le escapan un par de lágrimas que exasperan a Tae Hyuk; lo que menos le interesa es lidiar con los desengaños amorosos de su salvadora.

—Necesito ropa interior —dice con el teléfono, que ha puesto pegado al oído de Andrea para hacerla reaccionar.

Ella se sobresalta y se limpia la cara antes de echar a andar con un "vamos" que no se preocupa por traducir.

Tae Hyuk la sigue por varias avenidas, hasta que llegan a un gran centro comercial. Tras cambiar un parte del dinero en moneda nacional y continuar deambulando sin destino aparente, Tae Hyuk la detiene cogiéndole de la manga y le señala una tienda. Ella se dirige allí sin decir palabra, lo cual le resulta extraño pues, si bien apenas la conoce, le ha resultado evidente que una de sus características es hablar mucho.

Tae Hyuk no encuentra nada de su gusto en esa tienda de modo que pasan por varias otras sin que Andrea le chille por mostrarse tan quisquilloso. El encuentro con el hombre ese y su pareja le afectaron tanto que ni siquiera parece acordarse de que, dentro de poco, tiene que ir a trabajar.

Recorren todas las tiendas que venden ropa para hombre sin que el exigente Tae Hyuk encuentre nada que realmente valga la pena. Y es que, el renombrado abogado Kim Tae Hyuk viste y calza solo con marcas exclusivas, y asiáticas en su mayoría.

Sin embargo, el sí está consciente de que el tiempo apremia, así que regresan al lugar cuyos productos le disgustaron menos. Y en todos ellos, Andrea sostiene ganchos, alcanza prendas, busca tallas y espera fuera del vestidor con una paciencia de santa. Y, aunque a Tae Hyuk le apena la escena que presenció, está más que feliz con su nueva versión de diligente asistente personal.

Hasta que toca pagar. Entonces le vuelve la personalidad al cuerpo y recita con estupor los precios que la cajera registra. Por supuesto que no traduce nada de lo que dice, pero él lo interpreta todo con bastante precisión.

La cajera la observa con una expresión de desprecio velado y casi pareciera que se está pensando invitarlos a abandonar el lugar.

Por primera vez en su vida Tae Hyuk se siente avergonzado por culpa de una mujer.

Tae Hyuk, luego de obsequiarle una sonrisa de disculpa a la cajera, le quita el teléfono del bolsillo a Andrea y se lo pone frente a la cara para hacerla callar.

—¡Es demasiado! —exclama en la voz del traductor.

Y suelta una verborrea que él no le da tiempo de terminar, porque le tapa la boca.

—Puedo pagarlo —le dice con ayuda del teléfono.

Andrea se saga de su agarre y, cuidando que la cajera no la escuché pregunta con un levísimo dejo de menosprecio:

—¿Eres millonario?

Tae Hyuk exhala un suspiro de fastidio, pero ella lo coge fuerte del brazo y no lo deja volverse hacia la cajera sin que antes le dé una respuesta.

Yes! I'm rich! —exclama él sin más y ahora sí se dispone a pagar su compra.

Tae Hyuk saca los billetes preparado para atajar cualquier otra reacción vergonzosa de Andrea, cuando la cajera le informa, en un perfecto inglés, el monto total.

—Por fin! —exclama el en el mismo idioma, sorprendido y entusiasmado—. Si te hubiera conocido hace unos días, mi vida sería otra —agrega con esa pose seductora suya que suele reportarle beneficios.

—Vaya, me dijeron que hablar inglés abría puertas, pero no que transformaba vidas —replica ella y Tae Hyuk queda encantado.

—Pues a mí me dijeron que las mujeres sudamericanas eran exuberantes y arrebatadoras, pero se olvidaron de su ingenio... y de su sonrisa.

Bingo. La mirada complacida de la mujer le indica a Tae Hyuk que, si juega bien sus cartas, aquello podría ser el inicio de una de las tantas aventuras que imaginó allí.

Sin embargo, antes de que se decida a dar el siguiente paso, ella ya tiene empacada su compra.

—Gracias por su preferencia. Y que tenga una excelente estadía —se despide la mujer luego de entregarle los paquetes.

—Gracias a ti... Joan —responde Tae Hyuk leyendo el nombre en su gafete—. Tal vez todavía necesite que cambies mi vida.

Y, con una mezcla deliberada de mirada y sonrisa sugerentes, Tae Hyuk se aleja de la caja con las bolsas en la mano y Andrea siguiendo sus pasos. Aunque no se da cuenta de esto último sino hasta que la oye murmurar a su lado.

Esta vez es él quien dirige la caminata. Luego de varias semanas viviendo como un remedo de sí mismo, Tae Hyuk se siente revitalizado. Siempre ha creído en la seguridad que te aporta tener dinero, pero, en este momento, el simple hecho de poder comunicarse con relativa soltura es lo que le permite desechar por completo esa despreciable sensación de vulnerabilidad que cargaba durante las últimas semanas y que lo devolvía a su infancia de niño solitario, medroso, siempre en busca de un refugio.




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