—Otra vez Kim está raro.
Karen deja sobre la mesa la manzana que está comiendo y observa a su amiga que, fingiendo despreocupación, acaricia a Scott dormido a su lado, en el sillón.
—¿Qué le pasó ahora? —pregunta Karen con suspicacia, poniendo atención a los gestos de Andrea.
—No sé. Se la pasa encerrado en su cuarto, no come bien, deambula en la sala por las noches, incluso cuando discute por teléfono suena raro.
—Define “raro”.
—Te lo acabo de explicar…
—Yo no sé cómo discute “normalmente” así que menos voy a saber cuándo es “raro”.
Andrea resopla, pero termina por dejar en paz a Scott y se concentra en Karen.
—Es el tipo más seguro de sí mismo que conozco. Cuando discute con sus amigos o sus empleados, no sé a quién le llama tanto, habla como si tuviera toda la razón del mundo. Tiene un tonito sarcástico y eleva la voz, pero no grita. Procura no parecer agresivo, solo lo justo para intimidar. Ocupa todo el espacio a su alrededor haciendo gestos, como si lo pudieran ver, y dando pasos largos. Nunca mira al piso, siempre está derechito, como un militar en formación. No titubea. Puede tomarse su tiempo para hablar, pero no porque dude, sino porque está pensando cómo hacerse entender con alguien tonto…
—Ay, Dios… —murmura Karen, llevándose una mano a la frente.
—¿Qué? —pregunta Andrea, alarmada al ver la expresión de preocupación en el rostro de su amiga.
—Que estás jodida.
Andrea va a preguntar de qué demonios habla, pero una llamada la interrumpe.
—¿Aló?
—Buenas tardes, mi nombre es Lucía Kwong, llamo de la embajada de Corea del Sur. El señor Kim Tae Hyuk nos brindó este número de contacto…
*****
Andrea se toma un momento antes de confrontar a Kim. Al parecer, todo el mundo tiene razón y ella es una idiota que confía demasiado… Kim está metido en un enorme escándalo de corrupción de funcionarios. Es cierto que es abogado, también es cierto que tiene una vida acomodada en Seúl, pero sus supuestas sus vacaciones parecen, más bien, un intento por huir de la justicia de su país.
Frustrada por sentirse decepcionada en lugar de molesta, Andrea se dirige a la habitación de él con toda la intención de exigirle que se vaya, pero su desilusión puede más.
—Dime la verdad —dice a través de su traductor dejando a Kim con una expresión confundida que la obliga a agregar—: me llamaron de la embajada.
Con esto último él entiende lo que Andrea le está pidiendo. La mira un instante, luego le hace un ademán con el brazo indicando la sala. Ambos se dirigen allí.
Una vez sentados en los muebles, es Andrea quien empieza a hablar.
—¿Qué delito cometiste?
—Ninguno —se apresura a responder él usando su propio teléfono para traducir.
—En los medios de tu país dicen otra cosa —replica ella.
—En ninguna parte del mundo la prensa es totalmente confiable. No todo lo que publican es verdad.
Andrea nota que esta frente a otro Kim. Ya no es el inquilino maniáticamente ordenado, ni el ejemplo de hijo perfecto, ni mucho menos el vagabundo asustado y perdido. Y ni siquiera se parece al Kim gruñón con el que discute y bromea cada día. Esta nueva versión suya no le gusta nada.
—¿Por qué viniste aquí? —pregunta.
—Eso ya lo sabes.
—No estoy segura de que sea verdad.
Kim se toma un momento para responder.
—Planeé mis vacaciones con mucha anticipación. Puedo mostrarte todos los preparativos.
—¿Cómo terminaste botado?
—Eso también lo sabes. Luego de estar en Bolivia, vine a tu país y recorrí varias ciudades antes de llegar aquí. Tenía la intención de quedarme solo unos días, y luego partir a Chile, pero se me acabo el efectivo y tuve problemas para usar mis tarjetas, así que terminé quedándome casi una semana. El día anterior a que me fuera, salí a un tour en bus, me perdí en un callejón y unos tipos me robaron. Pensé que sería fácil encontrar ayuda para volver al hotel, pero aquí nadie habla inglés. Todas las personas a las que pedía ayuda terminaban por irse al ser incapaces de entenderme. Se repitió lo mismo durante dos semanas, hasta que tú apareciste.
—¿Por qué no pediste ayuda a la policía?
—El primer día no me topé con ninguno. Al día siguiente lo hice, pero no resultó bien.
—¿A qué te refieres?
Kim guarda silencio. Andrea reconoce en su gesto ese detalle que mencionó a Karen de estar pensando cómo explicar algo a alguien tonto.
—Pedí ayuda —continúa él—, me trataron con condescendencia y falta de respeto, respondí siendo agresivo y terminé encarcelado. Desaparecí en cuánto me dejaron libre y no volví a acercarme a un policía.
—No me interesa el resumen, quiero la versión larga —exige ella y nota que Kim quiere replicar con una negativa, pero se termina conteniendo y hace lo que ella pide.
—Al principio, cuando pedí ayuda, se mostraron solícitos: me llevaron a una comisaría y buscaron un traductor, pero uno de ellos era xenofóbico, al parecer, y no dejaba de burlarse de mi... —Andrea quiere cuestionarlo, pero él hace un gesto para cortar su intervención—… solo lo supe: es evidente cuando alguien hace escarnio de ti, aunque no entiendas sus palabras. No habría pasado nada si no hubiera llevado su burla a lo físico… y no, no me refiero a hacer mofa de mi apariencia, sino a intentar intimidarme físicamente. Era grande, no llegaba a mi estatura, pero era más robusto y, al parecer, estaba frustrado con su jefe por alguna razón porque le hacía gestos en cuanto se alejaba. El jefe era el que se mostraba más amable conmigo y tal vez por eso el otro policía quería fastidiarme. En un momento, mientras me llevaba a una oficina, me dio dos palmadas bruscas en la espalda. Detesto que me toquen y ya estaba crispado por haber pasado la noche en la calle, así que reaccioné por instinto apartándole el brazo con un golpe… terminamos peleando hasta que vinieron sus compañeros y nos separaron. Me pusieron a esperar al traductor en una celda y allí vino a buscarme el policía. Era más fuerte que yo, y estaba mucho más propenso a la lucha que yo, así que terminé bastante mal. El traductor nunca llegó, pero me quedé en la celda un par de días. Me dejaron libre en medio de una calle que nunca antes había visto y me dediqué a sobrevivir.