Andrea regresaba del trabajo casi a las 7 de mañana, cuando vio a un tipo sacando de su auto a un enorme bulto cubierto con una tela bañada en sangre. Una cola se escapó del envoltorio y Andrea adivinó de inmediato que era un perro.
El hombre que vivía en esa casa tenía un pitbull muy bravo al que mantenía encerrado y al que le ponía bozal siempre que salía… Todo el barrio sabía que ese hombre andaba en cosas turbias y que tenía amistades muy sospechosas, pero Andrea no pensó ni dudó ni temió.
Dos tipos más salieron del auto y siguieron al hombre con el perro dentro de la casa, al tiempo que Andrea corría a su encuentro. Ellos estaban a punto de cerrar la puerta cuando ella llegó, así que la empujó con todo su peso exigiendo ver al animal.
Entonces empezó todo.
El hombre ni siquiera se molestó en negar que el bulto sangrante era un perro. Andrea y él se enzarzaron en una discusión furibunda, hasta que él logró cerrarle la puerta en la cara. Ella se dedicó a aporrearla y a vociferar de tal forma que llamó la atención del vecindario y los tipos tuvieron que abrirle. Se encontró cara a cara con ese vecino suyo tan peligroso y empezó un forcejeo violento para entrar a la casa. Andrea perdió la noción de la realidad con tanto zarandeo y, sobre todo, con el aullido agonizante que se dejó oír desde el interior de la casa.
A pesar de la agresividad con que el tipo le cerraba el paso, ella logró colarse dentro y fue entonces que sintió el primer golpe, que intentó ser un puñetazo en la cara, pero solo llegó a tener el impacto de un manotazo gracias a Erick. Su amigo había aparecido providencialmente y le había ahorrado la paliza que el tipo le habría propinado ante la mirada inactiva de sus vecinos.
Ni cuando la policía le informó que habían incautado armas en la casa, Andrea se dio cuenta de la magnitud que pudo haber tomado el enfrentamiento. Lo hizo recién en el instante en que Kim le reclamó que podía haber perdido a un amigo esa noche, por eso al mirar a Erick malherido, Andrea entró en pánico. Ella amaba a los animales con todo su ser, pero era verdad esta vez se había pasado de la raya.
Acurrucada en la cama, lucha por sacarse de la cabeza una escena de la pelea, pero con Erick y Kim baleados. Mientras se cubre la cabeza con los brazos, apretándolos con fuerza, su teléfono suena. No contesta, pero insisten muchas veces y esto logra sacarla de su desesperación.
—¿Estás bien? —pregunta una voz conocida apenas contesta.
—Ale…
Un sollozo le impide seguir. Él es la última persona con la que esperaba hablar en este momento, pero quizá sea a la que más necesita. Cuando se tranquiliza, él habla.
—Sergio me llamó hace un rato y me contó todo. No sé si te lo mencionó, pero somos socios: él se encarga de la parte médica de la veterinaria y yo de la administrativa.
—No, no lo sabía —responde Andrea.
—¿Te molesta que me lo haya contado?
—Bueno, si son socios te ibas a enterar de todos modos. Pero no quiero causarte molestias, ya me ocuparé de todo. Tenía que encargarme de algo urgente, pero puedo volver en unas horas…
—Te ayudaremos.
—No, no te preocupes, yo me encargo. Solo necesito organizarme…
—Tranquila, tómate tu tiempo. El caso es grave, va a necesitar de toda la ayuda posible… y sí, sí, ya sé que tú asumiste la responsabilidad, pero no podrás con esto sola…
—Alejandro, sabes que no es la primera vez…
—Cariño, lo sé. Pero no eres super poderosa ni millonaria, a no ser que te ganaras la lotería y no me enteré. Vamos a hacer esto juntos, como en los viejos tiempos.
Andrea respira hondo para que él no note que ha vuelto a llorar. Pensar en esos “viejos tiempos” no le hace bien. Pero ahí está otra vez el hombre cuya empatía siempre admiró.
—Lo siento, no debí decir eso…
Y ya no es necesario disimular el llanto.
—No, no te disculpes, es que… fueron buenos tiempos, los mejores... y por eso duelen…
Alejandro guarda silencio y Andrea casi puede ver su gesto apenado. De repente se siente avergonzada. Lo último que debería hacer en ese momento es aludir a sus sentimientos por él.
—Estoy bien, Ale, gracias por llamar.
—No te escuchabas bien cuando contestaste.
—Solo me sentía mal porque actué como una estúpida.
—¿A qué te refieres?
Andrea inspira profundamente antes de contestar.
—Los tipos que tenían al perro son delincuentes: tienen antecedentes y la policía incluso encontró armas en la casa. Todo pudo resultar mucho peor…
—Lo salvaste. Pudiste hacer las cosas de otro modo, sin ponerte en riesgo, pero la desesperación te ganó. Nunca has sido estúpida y nunca lo serás.
—Pero…
—Nadie salió herido y salvaste a ese animal, eso es lo que importa. Lo harás mejor la próxima vez, tú siempre aprendes de tus errores.
Andrea deja que las lágrimas caigan. Él le da unos segundos antes de despedirse.
—Descansa. Te escribiré si hay novedades.
—Gracias.
Cuando Alejandro corta, Andrea cierra los ojos con un suspiro tranquilo.
Horas después, llaman a la puerta. Andrea se sorprende al encontrarse cara a con Alejandro.
—Hola —saluda él con una sonrisa.
—Hola —contesta Andrea con timidez. Hacía mucho tiempo que no se encontraban a solas.
—Solo estoy de pasada. Tenía que ir al centro por unos trámites y aproveché que tu casa me queda de camino, ¿te sientes mejor?
—Sí, gracias.
Parece que Alejandro quiere decir algo más, pero su mirada se detiene en la mejilla de Andrea que está un poco hinchada. La mano de él toca esa zona, pero ella se la quita con suavidad. Sin embargo, al hacer esto deja ver su brazo, que tiene varios moretones.
—¿Pusiste una denuncia por agresión? —pregunta él con gesto enojado.
—Sí.
—¿Pasaste por el médico legista?
—Sí.
—Bien. Te pondré en contacto con una abogada para que te ayude con el proceso.
—No creo que sea necesario…