Con el pasar de las semanas, la rutina de Andrea retoma su curso habitual, salvo por la comunicación constante con Alejandro para saber de Rocky. El animal se ha recuperado casi del todo de sus heridas, aunque se le han descubierto varias enfermedades, incluido un tumor maligno. Sin embargo, Alejandro se muestra muy optimista pues Rocky está respondiendo favorablemente a los tratamientos que recibe, además de que el método que implementó para cuidarlo ha dado sus frutos y ha hecho grandes avances en cuanto a controlar su agresividad. Está tan estusiasmado que ha decidido adoptarlo... en cuanto convenza a su esposa.
Por otro lado, la situación con Kim mejoro un poco a pesar de no haber tenido esa conversación tan necesaria, y ahora llevan una convivencia cordialmente distante. Lo que cambia con una visita de las primas de Karen.
Un sábado, Andrea las encuentra en casa de su amiga y allí la invitan a ella y a Kim a un almuerzo de despedida.
—¿Quién se va? —pregunta Andrea.
—Pues, nosotras —responde Sofía—. ¿Karen no te contó? Bueno, ya te chismearemos con detalle mañana. Ah, y dile a tu chico que, si se consigue otro de esos vinos que llevó al cumpleaños de Karen, le doy doble postre.
La prima hace un gesto pícaro apenas termina de decir “postre”, lo que hace reír a Andrea.
Ella le da el recado a su inquilino durante la cena y este sonríe divertido por la insinuación, confirmando su asistencia con un “ok”. Sin embargo, Andrea se siente tan agotada que no está segura de asistir.
—Puedes ir con Karen y Erick —le dice usando su traductor.
Él deja de comer cuando la escucha, pero se limita a mirarla durante un momento antes de seguir con su cena. Sin embargo, cuando está recogiendo los servicios, graba un mensaje en su teléfono y lo deja en la mesa con la traducción reproduciéndose mientras él va a la cocina.
—Será bueno que salgas. Pasas demasiado tiempo trabajando. Además, ellas también son tus amigas y son muy divertidas.
Andrea, aunque extrañada por el mensaje, que le suena al consejo de un amigo preocupado, termina por decidir que irá.
Al día siguiente, cuando se alista para salir, Andrea descubre el misterio de los vinos: Kim guarda un arsenal de botellas en el mueble para la vajilla y las ollas. Al preguntarle de dónde saco todo eso él, apartando una botella y acomodando con cuidado la media docena restantes, le responde con una sola palabra que no se ocupa de traducir: “internet”.
En el taxi que comparten con Karen, Erick y Scott, Kim ocupa el asiento del copiloto, mientras los demás se acomodan atrás.
—Qué bueno que trajeron a este petiso —comenta Andrea, acariciando al inquieto perro.
—Eres increíble —contesta Erick—. El bicho te está bailando encima por querer sacar la cabeza por la ventana, pero tú igual estás contenta con él.
—¿Cuál bicho? —le recrimina Karen dándole un pellizco en el costado, a lo que él hace un ademán exagerado de dolor que logra preocuparla.
El muy bandido ha aprendido a usar las secuelas de la pelea a su favor. Cada vez que lo hace y Andrea está para verlo, no puede evitar sentir un ramalazo de miedo ante lo que pudo pasar. Para consolarse apretuja a Scott en un abrazo y al hacerlo sus ojos se encuentran con los de Kim, a través del espejo retrovisor. Ella le sonríe, él le esquiva la mirada.
Este tonto maleducado...
Al llegar a la casa, Diana los recibe. Saluda a todos con efusividad, Scott incluido, pero Kim se lleva su atención al mostrarle el vino que trajo.
Dentro ya hay algunas personas, la mayoría familiares, por lo que Andrea entiende que la reunión es bastante íntima y se siente un poco fuera de lugar. Sin embargo, cuando se está sentando a la mesa, Diana la acomoda cerca de ellas y le hace un guiño cómplice que la hace sentir bienvenida.
—Hola, gracias a todos por venir —empieza a decir Sofía.
—El traductor, Sofi —la interrumpe Diana—, sino Kim no nos va a entender.
El aludido no se da por enterado de este detalle, hasta que Diana coge su teléfono y empieza a hablar usando la app que se instaló.
—Hola a todos, gracias por estar aquí. Los invitamos hoy porque, como saben, en unos días nos vamos a Francia y es posible que Diana se quede allá por lo menos un año. Para los que no sepan la historia completa, les voy a hacer un resumen. Mi hermana es mayor que yo y también más moderna, así que usa Instagram, Tinder y no sé qué más… el asunto es que en sus andanzas por internet conoció a un viejito…
—¡Oye! —la interrumpe Diana dándole una nalgada, lo que provoca la risa de los comensales.
—Ya, ya, conoció a un francés que le lleva unos añitos y terminaron enamorándose. Ya tienen como dos años de relación, él incluso vino aquí, y ahora están pensando casarse y vivir en Francia. Pero, como yo soy una buena hermana, voy a ir con ella para asegurarme de que su francés no me la devuelva en pedazos dentro de una maleta… —Diana le vuelve a dar otra nalgada, por lo que Sofía pega un salto que vuelve a generar risas—… oye, es la verdad. Me voy a quedar con ellos tres meses para dar mi visto bueno al novio antes de la boda. Solo así voy a estar tranquila.
Mientras el traductor hace su trabajo, Diana mira a su hermana menor, conmovida, y le dedica una sonrisa agradecida. Al terminar de escucharlas, Kim sorprende a todos aplaudiendo. Los demás no tardan en seguirlo lo que provoca el sonrojo de la anfitriona.
—Gracias. Sírvanse, por favor.
Al toparse con la mirada de Kim, Sofía le hace una ligera reverencia indicando los platos en un gesto para invitarlo a comer. Él la entiende y le responde con una deslumbrante sonrisa y una graciosa inclinación de cabeza.
Después de la comida, con los invitados reposando en la sala, Andrea mira de reojo cómo Kim conversa con una mujer mayor sentada a su lado. Su teléfono resulta indispensable, pero hay un momento en el que no resulta suficiente, sobre todo por la rapidez de la señora al hablar.