Cuando Andrea era una niña, soñaba con tener una granja enorme en la que pudiera cuidar a todos animales que quisiera. De adolescente, después de enfrentarse a la dura realidad del abandono y maltrato animal, decidió, seriamente, que su sueño de niña se volvería real, así que empezó ahorrar dinero con ese fin. Ya siendo una adulta, con la ayuda de Alejandro, la idea iba tomando cada día una forma más definida, y ahora que lo piensa, quizá fue esa la verdadera razón de que su ruptura le chocara tanto: su único aliado en proteger animales indefensos fue él.
Lo de Rocky significó uno de sus más grandes fracasos como rescatista, pero está consciente de que el golpe para Alejandro fue todavía peor por la seguridad que él tenía de poder darle una vida mejor. Mientras el auto avanza, Andrea se pone a pensar, por primera vez en mucho tiempo, en qué es lo que quiere hacer. Con Scott a cargo de Karen, ya no tiene ningún pequeño que cuidar y la empieza a invadir una sensación de vacío; no en vano se ha dedicado poco más de dos años, en exclusiva, a rescatar animales.
Al llegar a su paradero, Andrea baja del auto y recorre el camino a casa a pie. Es temprano, pero Kim debe estar preparando el almuerzo. Sin darse cuenta, sonríe. Le gusta saber que hay alguien esperándola en casa: Kim sustituye muy bien a sus rescatados.
Efectivamente, su inquilino está trajinando en la cocina concentrado en preparar otra de sus innovaciones coreano—americanas. Últimamente parece muy enfocado en eso, lástima que ella ya no disfrute de las delicias que prepara: lo único que le provoca esos días es acurrucarse en su cama y dormir. Con un suspiro agotado, entra a la cocina y se dispone a ayudarlo. Él le dice algo en coreano y ella adivina que le está diciendo que pronto estará lista la comida.
—No importa. Renuncié al trabajo —responde y, al percatarse de que no lo tradujo, lo repite usando su teléfono—. Ya no tengo que ir a trabajar. Renuncié.
Cuando escucha la voz del traductor, Kim deja todo lo que está haciendo y se vuelve a mirarla.
—¿Por qué renunciaste? —pregunta, usando el teléfono de ella.
—Estoy cansada. Creo que necesito vacaciones… —responde Andrea, entonces se le ocurre la idea—. Voy a pasar una temporada con mis padres —termina de decir y deja que el traductor haga su trabajo.
—Why? When?
—¿Ah? I don’t know, tomorrow, maybe…
Andrea se encoge de hombres y Kim se le queda viendo. Ella nota la preocupación de él, así que se apresura a explicar:
—No hay problema con tu estadía, creo que ya terminó el tiempo de alquiler que acordaron con mi tía, pero puedes quedarte hasta que yo regrese. Luego coordinaremos todo.
—¿Qué? ¿Solo me dejarás aquí?
—Ah, pues… sí…
Kim de pronto parece avergonzado.
—A penas nos conocemos hace unos meses y piensas dejarme tu casa, ¿no has aprendido nada?
—No nos perjudica en absoluto que te quedes aquí. Aunque quisieras robarnos aquí no hay valioso.
—Pero podría… podría… traer mujeres. Armar grandes fiestas con chicas y mucho alcohol.
Andrea abre los ojos, perpleja, al escuchar las palabras del traductor, a lo que Kim replica:
—Ya lo ves. No puedes dejarme aquí solo.
Por un momento Andrea cree que él está hablando en serio, luego se convence de que es una broma y menea la cabeza con una sonrisa desganada.
—¿Qué harás respecto al tus problemas legales? No puedes quedarte aquí por siempre —dice, ayudándose de su teléfono.
A Kim se le borra la expresión animada del rostro. Tomando el teléfono de las manos de ella, contesta:
—Todavía me conviene mantenerme lejos.
Andrea asiente. Quiere decirle que, tal vez, lo mejor es enfrentar todo de una vez, pero se contiene.
Esa noche Andrea define la fecha de su viaje. Es inicios de diciembre, así que partirá el fin de semana y volverá pasadas las fiestas. Le apena un poco dejar a Kim solo, de modo que decide dejarlo encargado a Karen y a Erick.
Los días siguientes, mientras ella se encarga de los preparativos para el viaje, Kim se vuelve inusualmente conversador. De pronto se interesa por su ciudad natal, por su familia, por sus costumbres y hasta por el clima de allá. Andrea responde a todas sus preguntas, pero eso solo aviva más su curiosidad de modo que, sin quererlo, prácticamente le termina contando todo sobre su vida allí.
Finalmente, el día de la partida, se despide de él dándole un corto abrazo y un saludo adelantado por Navidad y Año Nuevo que el corresponde sin muchas ganas.
Claro, a los coreanos no les gusta el contacto físico, piensa.
Ya en la terminal, luego de haberse encargado de que cargaran su equipaje, se lleva una sorpresa mayúscula al ver a su inquilino dirigiéndose hacia ella a paso rápido. Consigo trae una maleta de ruedas y un maletín pequeño colgado del hombro.
—Pero qué rayos…
Kim se planta frente a ella y, usando su teléfono, le pregunta a dónde debe llevar su equipaje. Andrea, todavía sin poder creerse lo que está viendo, le quita el aparato de las manos y lo usa para preguntar:
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿A dónde vas?
—With you —responde Kim como si nada.
—¿Qué? No, tú estás…
Una voz anuncia que los pasajeros con el destino de Andrea deben abordar ya el bus. Tae Hyuk, misteriosamente, parece entenderla, pues la coge del brazo y empieza a caminar.
—¿Ahora a dónde vas? Oye, Kim… Where you go?
—With you. I told you…
—Espera, yo tengo que abordar… wait!
Kim se detiene al fin y, hablando al traductor de su celular, pregunta con prisas.
—¿Dónde está el centro de equipajes? Esta maleta es demasiado grande, no puedo llevarla conmigo.
—¿Qué? ¿Es en serio?
Nuevamente se escucha la voz que anuncia la salida del bus que debe tomar Andrea, de modo que ahora es ella quien coge a Kim del brazo y lo arrastra hasta la zona de equipajes. Cuando terminan con ello, corren al área de abordaje.