Esto no es un drama coreano

21. Volver al nido

Las diez horas de trayecto, Andrea las pasa fatal por culpa de su inesperado compañero. Ella está acostumbrada a viajar en buses baratos, pero su majestad Kim Tae Hyuk, príncipe de Corea de Sur, no. Esto provoca que, tras las primeras horas de viaje, se la pase retorciéndose en el asiento en busca de una posición cómoda que, por supuesto, no encuentra. Sumado a esto, se la pasa refunfuñando en coreano y, en el colmo de desfachatez, se termina acomodando en ambos asientos usando el lado de la ventana como respaldo y las piernas de Andrea como colchón. Ella se lo saca de encima de un empujón, lo que provoca que el vuelva a hacer contorsiones en su asiento. Muerta de sueño e incapaz de poder dormir con él moviéndose así, es ella misma quien termina jalándole de un tobillo para que se recoloque con las piernas sobre su regazo.

—Si no te duermes en cinco minutos te aviento por la ventana —susurra a su teléfono para luego hacerle escuchar la traducción.

Sin siquiera mirarlo, y ya con él acomodado, Andrea intenta descansar.

Al despertar, ya están en la estación. Los pasajeros están bajando del bus, por lo que Andrea se apresura a despertar a Kim y bajan también.

—Lo prometido es deuda —les dice la señora con la que intercambiaron lugares, apareciendo tras ellos.

Luego de que Kim le compre el boleto ofrecido y de que recojan sus maletas, se encaminan a la entrada del terminal. Cuando Andrea para un taxi, Kim le coge del brazo y le dice algo en su idioma con un tono angustiado.

—Este será un trayecto corto, no demoraremos ni dos horas.

A pesar de que no traduce lo que dice, el parece intuirlo así que se relaja un poco. Mientras el auto recorre el camino hacia su pueblo, Andrea se va sintiendo reconfortada. La última vez que estuvo allí fue cuando terminó con Alejandro y se encontraba emocionalmente devastada. Ahora que lo piensa, a pesar de los años que lleva viviendo lejos, su pueblo natal sigue siendo su refugio, el sitio en él siempre se sentirá en casa.

Tal vez debería volver.

Al sentir a Kim codeándola se da cuenta de que el auto se detuvo.

How beautiful —murmura él mirando las montañas verdes que rodean a lo lejos la plaza en la que se bajan.

El pueblo consta de esa pequeña plaza, algunos edificios municipales, un colegio, un centro médico, y multitud de casas con techos te teja roja, con un fondo de lleno de árboles, flores y plantas de todo tipo. El verdor sobresale de tal manera que el pueblo parece un pequeño oasis en medio del bosque.

Andrea le indica a Kim que la siga. Cada uno toma su equipaje y se adentran en uno de los caminos de tierra.

—¿Por qué el auto no dejó allí? —pregunta su inquilino en la voz del traductor de su teléfono.

—El taxista dijo que están haciendo obras y que no puedo ir más allá —responde Andrea de la misma manera.

De repente se detiene, y confronta a Kim.

—¿Por qué me seguiste?

El parece aturdido. Esta es una de las pocas veces en que lo ha visto titubear.

—No te seguí. Yo solo… aproveché el momento. Dijiste que tu ciudad era muy bonita y quise conocerla. Después de todo, la razón de que viniera a Sudamérica es conocer nuevos lugares.

Andrea entrecierra los ojos. Sabe que está mintiendo.

—No querías quedarte solo —declara ayudándose con su teléfono.

Kim abre la boca, pero se arrepiente de lo que sea que iba a decir y termina mirando a otro lado. Andrea sonríe ante su gesto claudicante y retoma la caminata.

Por un momento tiene intención de preguntarle también por qué la besó, pero se arrepiente pronto pues todavía no logra procesarlo. Esta vez no fue un sencillo roce de labios en medio de una borrachera y eso le crea una sensación de pánico que se apresura en espantar pensando en otra cosa. Para esto le sirve encontrarse con un grupo de hombres que trabajan en medio del camino y a los que se detiene a saludar.

Luego, finalmente, llegan a su casa. El primero que sale a recibirla es su hermano menor, que le abre la puerta y se queda plantado en el umbral sorprendido de verla.

—Mocoso —le dice Andrea, lanzándose sobre él en un apretado abrazo.

El chico, de unos quince años, le corresponde durante un rato, pero cuando quiere soltarse, ella lo aferra más a sí en un intento por contener las lágrimas. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que había extrañado estar allí con su familia.

—¿Quién es que te demoras tanto? —pregunta una potente voz femenina.

—Andrea ha venido —le responde el chico todavía apretujado por su hermana.

Andrea lo suelta de inmediato y se da media vuelta, quedando casi pegada al pecho de Kim. Su madre no tardará en aparecer también y no quiere que la vea llorando, así que se seca la cara lo mejor que puede y respira hondo.

—Cómo que...

La señora no termina de hablar pues en media frase ve a su hija, que le sonríe y agita la mano a modo de saludo. En menos de un segundo, Andrea se ve envuelta en los brazos de su madre, que comienza a dar chillidos de sorpresa y alegría al tiempo que la apachurra con la misma fuerza con que ella lo hacía a su hermano.

—Pero ¿qué haces aquí? —exclama su tía Dora apareciendo tras su madre y mirando con sorpresa a Kim.

Entonces la madre suelta a Andrea y se percata de su compañero.

—Él es mi inquilino —lo presenta la tía.

—Se llama Kim Tae Hyuk. Vino a hacer turismo por Sudamérica, así que le ofrecí que pasara las fiestas con nosotros para que conozca la ciudad —se apresura a explicar Andrea ante las miradas interrogantes de su madre y su hermano.

—¿Te vas a quedar hasta pasar las fiestas? —pregunta la señora al tiempo que los hace entrar a la casa.

—¿Es chino? ¿Sabe karate? —pregunta el muchacho.

—Si, ma, voy a quedarme un tiempo, luego te explico. Es coreano, Luis, y no estoy segura de... You know karate?

Kim parece confundido por la pregunta de Andrea, pero esboza una sonrisa y termina diciendo.




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