Esto no es un drama coreano

22. Sanar

Echada en una cama improvisada en su antigua habitación, Andrea rememora los días tan extraños que ha tenido, empezando por la intromisión de Kim en su viaje y el beso en el bus. Como todas las otras veces en que estos recuerdos afloraron, los sepulta en el fondo de su mente para no ahondar en ellos. Y es que, aunque al principio creyó que él la siguió porque no quería quedarse solo, este razonamiento no soportó un análisis más profundo. Además, con lo del beso la cosa se enredaba más puesto que involucra sentimientos que han surgido sin que se diera cuenta y que no está preparada para afrontar.

Luego está el asunto ese de Kim insertándose en su familia con la misma facilidad con que parecer hacerlo todo. Es cierto que los primeros días la situación seguía un poco incómoda, pero luego del paseo con sus sobrinas la confianza surgió poco a poco y ahora, a menudo, él anda acompañado de algún miembro de su familia.

Con las niñas Kim resultó ser todavía más blandengue que la propia Andrea y el día que, finalmente, "rescataron" a sus sobrinas, él se dedicó a darles gusto en todo: no solo eligieron los destinos a visitar —pocos en realidad, pues el lugar no es muy turístico que digamos— sino que obtuvieron cuantos juegos, golosinas y chucherías se les antojó. Y ya devueltas a su madre rendidas de cansancio y cargadas a caballito, las bribonas le hicieron prometer a Kim que las llevaría en sus viajes más allá del pueblo, cosa que él, arrastrando también a Andrea, no había dudado en hacer los días siguientes.

Con el resto de su familia tampoco le había costado demasiado congeniar. Almorzaban todos juntos en casa de los padres de Andrea y fue por ahí que se ganó a su madre cuando, un día, la tía Dora insistió en que a él le encantaría ayudarlas a preparar la comida. Andrea no estaba segura de que esto fuera verdad, aunque Kim lo confirmó, pero dejó que se metiera a la cocina. Por supuesto, don perfecto dejó boquiabiertas a su mamá y a su cuñada cuando demostró que la tía Dora no bromeaba respecto a sus dotes culinarias.

A su hermano le divertía las patinadas de Kim en sus intentos de ser útil y colaborar con las actividades de la familia. Cuando lo acompañaba para llevar a cabo alguna tarea, siempre tenía algo gracioso que contar respecto al pobre coreano citadino, pues, si bien era un experto en la cocina, era torpe en las labores de cultivo y la cría de animales por lo que tuvo unos cuantos incidentes, especialmente con estos últimos: un gallo lo pateó, unos cerditos lo hicieron corretear como un loco y el gato de la familia no perdía oportunidad para subírsele al regazo y restregarse contra él.

En cuanto a su papá, Andrea se daba cuenta de que, si bien se mostraba algo receloso con él, no parecía especialmente disgustado con su presencia. Además, como no, también recibió una botella de vino como obsequio lo cual le gustó bastante, aunque intentó disimularlo.

Andrea nunca tuvo oportunidad de presentar a Alejandro con su familia —por suerte— y se pregunta si a él lo hubieran recibido tan bien.

Seguro que sí, ambos son muy sociables. Aunque a Ale se le daría mejor la vida en el campo. Pero Kim cocina como un chef y eso a mi mamá le encanta...

El ruido de pasos que intentan ser silenciosos la hace volverse hacia la puerta y descubre a su cuñada escabulléndose con la pequeña Jacky en brazos.

—Buenos días —saluda con una sonrisa, lo que hace que su cuñada se vuelva hacia ella con gesto culpable.

—Discúlpame, esta mocosa se metió sin que me diera cuenta… —murmura, avergonzada.

Andrea ya está empezando a acostumbrarse a las visitas inesperadas de sus sobrinas. Las niñas son tan terriblemente curiosas que no la dejan en paz, aunque, cuando Kim está cerca, prefieren acosarlo a él.

—No importa, ¿todavía es de día? —pregunta levantándose.

—Sí, apenas te dormiste dos horas. ¿No iban a ir hoy a la ciudad?

La cuñada se arrepiente de inmediato de su pregunta cuando Jacky empieza a pregonar que ella también quiere ir. Andrea suelta una carcajada, luego se incorpora en la cama.

—Kim se fue con Luis —responde apenas emitiendo sonidos aprovechando un momento de distracción de la niña, que se ha soltado de su madre porque ha visto algo que le llama la atención.

—No te sientes bien ¿verdad? —pregunta su cuñada con esa expresión de mamá a la que no se le escapa nada.

—No mucho —reconoce Andrea.

—Tal vez te haga bien caminar, distraerte un poco.

Andrea no tiene que responderle pues la niña nuevamente acapara su atención al empezar a meterse bajo la cama. Su madre la toma de una pierna y ahora sí la saca de la habitación. Apenas salen, Andrea se vuelve a tirarse en la cama.

A pesar de que haber vuelto a casa la llenó de ánimos, estos poco a poco se fueron desvaneciendo y ahora, una semana después, vuelve a sentirse cansada. Es por eso que en los últimos dos paseos de Kim ha mandado a Luis para que lo acompañe en lugar de hacerlo ella.

Los días siguientes los pasa más o menos igual, recluida en su cuarto, dando uno que otro paseo por la huerta o tumbándose en la hierba con el gato de la familia dormido a su lado. Así, casi sin que se dé cuenta, llega la Navidad.

Ese día la casa se sumerge en un alboroto gigantesco pues todos tienen algo que hacer: comprar los ingredientes para la cena, limpiar la casa, poner adornos y armar un nacimiento a última hora, esconderse los regalos, descubrir los regalos, preparar la cena, bañarse, vestirse, corretear a las niñas para que su madre pueda alistarlas, resguardar a los animales para que no se escapen con el barullo de medianoche…

La familia de Andrea tiene la costumbre de cenar temprano para evitar problemas digestivos de modo que a las nueve la mesa está ya servida. Andrea busca a Kim y lo encuentra en el patio, hablando a su teléfono. Cuando termina, lo llama para que se siente a cenar.




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