Los días siguientes, Andrea empieza a atender regularmente al paciente parapléjico y su atención se desvía hacia el trabajo. En el fondo sabe que tiene miedo de hurgar en este nuevo secreto oscuro de Kim y por eso prefiere fingir que aquello, el miedo que vio en él, no fue nada.
Las semanas van pasando y Andrea adopta una nueva rutina. Divide su día entre cuidar a su paciente, atender a los gatos y prepararse para retomar algunos de los cursos de la universidad, ya que no puede solo dar los exámenes para obtener su bachillerato. Kim continúa tan bien como siempre, o por lo menos eso aparenta.
Algo que sí cambia y le resulta del todo extraño, es la actitud de Karen. Últimamente pasa mucho tiempo en casa de Sofía —que ha vuelto hace poco luego de dejar a su hermana Diana casada con el francés— y pareciera que solo habla con Erick para discutir. A ella la mira con una especie de pena que no entiende y a Kim parece que quisiera pegarle un tiro. Con el único con quien sigue igual de amorosa es con Scott, que se ha convertido en su precioso, enorme y mimado bebé.
En un intento por averiguar qué es lo que pasa, Andrea insiste en que la visite una tarde aprovechando que Kim ha salido a uno de esos paseos que le da por hacer de vez en cuando. Durante un largo rato, Karen y ella se dedican a hablar de cosas insustanciales, como algún que otro chisme, pero luego se quedan en silencio.
—Voy a pedirle a Erick que nos separemos —declara Karen de pronto.
Andrea, que está sentada a su lado en el sillón grande, se vuelve del todo hacia ella.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Llevo bastante tiempo pensándolo y creo que es lo mejor.
—¿Tan mal están las cosas? Se les escucha pelear seguido, pero creí que era algo pasajero...
Karen se agacha para acariciar la cabeza de Scott, que se halla sentado a sus pies soportando estoicamente los ataques de los gatitos a su cola.
—Qué mancito eres con estos diablos —murmura Karen a Scott, que la mira con el gesto arrobado de siempre.
Para sorpresa de todos, el perro resultó ser un excelente niñero para los trillizos y apenas demoró un par de horas en caerle pasablemente bien a Tigresa. Claro que, en su primer encuentro, la gata se aseguró de mostrarle quien manda al darle un buen zarpazo que hizo aullar al pobre grandulón y le quitó las ganas de volver a meterse con ella.
—Esa tigresa es una matona —agrega Karen—. Basta con que mi bebé la vea para que se quede todo asustado.
Como si la hubiera escuchado, la gata se vuelve a mirarlos un segundo con su altivez natural, luego continúa su rutina de limpieza desde la comodidad de la mullida cama que Andrea ha acondicionado en su rincón favorito.
—No intentes cambiar de tema —regaña ella—. Ya empezaste a hablar así que termina.
Karen le da un beso a Scott en la cabeza antes de responder.
—Queremos cosas diferentes. O, mejor dicho, yo quiero cosas. Él de lo único de lo que está seguro es de lo que no quiere.
—¿Te refieres a lo de casarse?
Karen resopla fastidiada.
—Oye, ¿cuándo te he dicho yo que me quiero casar?
—El día que Alejandro terminó conmigo. Creo que estabas intentando consolarme...
—No te dije que quería casarme, te dije que era normal el que una piense en casarse con su novio cuando tienen una relación seria...
—Y que a ti te gustaría que Erick te lo propusiera.
—No dije eso.
—Sí lo hiciste.
—No puedes asegurarlo. Yo no me acuerdo, habíamos tomado… y aunque lo hubiera dicho, ¿cómo se te ocurre contárselo a él?
Andrea se encoge de hombros en un gesto de vergüenza.
—Se me escapó. Después quise arreglarlo, pero no sirvió de nada...
—Y desde entonces el muy idiota no me deja en paz con eso. Me lo ha pedido como cinco veces.
Andrea se yergue en el asiento tomada por sorpresa ante esto.
—¿Y aun así quieres separarte? —pregunta.
—¿Es que no lo entiendes? —le reprocha Karen— Él no me lo pide porque quiera, sino porque piensa que eso es lo que yo quiero.
—¿Y no quieres?
—¡Ese no es el punto! Erick y yo hemos creado una costumbre dañina: si yo quiero algo que él no, el muy tonto lo acepta solo por darme gusto.
—Como adoptar a Scott...
—¡Exacto!
—Pero, algunas veces cedemos por el bienestar de la relación. Tú también lo haces, ¿o no?
—No de la misma forma. Yo sé decir "no", él solo sabe decir "como tú quieras". Y me he acostumbrado a eso. Sin darme cuenta le he hecho aceptar muchas cosas que no le interesan, o incluso que le molestan, y eso no está bien. Además, yo tengo planes, quiero hacer cosas, pero él está muy contento tal como está.
—Si hablas de su trabajo, se lo merece, le ha costado mucho.
Karen levanta las dos piernas sobre el sillón y las acomoda de forma cruzada.
—Lo sé. Está bien que esté contento con su profesión y con su vida en general, pero no sabe lo que quiere para su futuro y así no puedo involucrarlo en mis planes. A veces siento que volvemos a ser los chiquillos del colegio, los enamoraditos sin mayor ambición que la de una bonita salida el fin de semana.
Esta vez es Andrea quien cruza las piernas sobre el sillón, pero además se coloca un cojín encima para apoyar los brazos.
—¿Qué quieres tú exactamente? —pregunta.
—Ahora, creo que estudiar. Tú estás retomando tu carrera por fin, él ya es ingeniero, incluso tu Kim es abogado, mientras que yo soy mesera en un casino...
—Oye, ganas mucho mejor que yo y casi tan bien como Erick. A veces incluso sacas más que él en una semana.
—Pero no me voy a dedicar a eso toda la vida, ¿me imaginas a los cincuenta años vestida con ese uniforme apretado intentando conseguir clientes?
—¡Eso sonó a otra cosa! —se ríe Andrea, lo que termina contagiando también a Karen. Cuando terminan de reírse, Andrea cuestiona—: Podrías estudiar y seguir con Erick sin problemas. Es más, él te ayudaría.
—Sí, es posible, pero luego ¿qué? Dentro dos años, como máximo, quiero tener hijos. Él no, pero si yo los quiero estará "feliz de ser su padre".