Esto no es un drama coreano

29. Perdido otra vez

 

La semana siguiente vuelve a diario muy temprano por las mañanas, supervisa a sus bebés y se encarga de asear el arenero, que es lo que Kim más detesta hacer. Luego se eso desayuna con él, le cuenta sobre el estado del paciente y se va poco después. Así, cinco días pasan volando.

La mañana en la que regresa al fin, escucha los quejidos de Kim incluso antes de llegar a la puerta. Cuando la abre lo descubre doblado, como si se hubiera quedado congelado a medio camino al intentar levantarse del piso, tratando de quitarse de encima a los trillizos. Uno de ellos se le ha trepado a la cabeza, otro a la espalda y el tercero se le va subiendo por una pierna.

Andrea se apresura ayudarlo, lo que le cuesta trabajo pues los diablitos se están aferrando a él a consciencia. Conociendo los gritos que Kim suele pegar Andrea se da cuenta de que, esta vez, él está conteniéndose para no sobresaltar a los gatitos y sobre todo a la madre, que observa la escena desde su rincón con evidente desconfianza.

Una vez que ha apartado a los trillizos, Kim se incorpora, sonrojado y agitado, y reclama en coreano mientras que los pequeños vuelven a corretear como sin nada. De pronto Clarita se sube al respaldar del sillón cercano a ellos, les lanza en zarpazo juguetón, y provoca que Kim chille y se aparte de un salto mirándola como si fuera el demonio.

Andrea disimula sus ganas de reír y lo coge del brazo para llevarlo al baño; le ha visto unos arañones que necesitan limpieza.

Kim empieza a lavarse las heridas, todas en las manos, al tiempo que refunfuña en su idioma, indignado. Andrea se lo imagina acusando a los gatitos de querer matarlo o de estar en riesgo de muerte por una grave infección bacteriana o alguna enfermedad felina.

Sin decir nada, porque no lo entiende y porque le importa más asegurarse de que sus bebés no le hayan lastimado seriamente, Andrea coge una toalla y le seca las manos con cuidado. Después, mete la mano en la chaqueta de su uniforme de enfermera y saca su teléfono para decirle:

—Revísate el resto del cuerpo y limpia los demás arañazos con esto.

Le entrega un frasco con un paquete de algodón y sale del baño. Un rato después, Kim aparece en la sala.

—Ven —le dice Andrea, sin traducir al tiempo que señala una silla a su lado.

Kim se sienta, ella le coge de una muñeca, le acomoda el brazo sobre la mesa y le aplica un ungüento antiséptico en todos los arañones. Repite la operación con la otra mano.

—Listo ahjussi… —le dice ella y Kim resopla fastidiado—… ok, ok, oppa, —se apresura a decir ella—. El resto del cuerpo lo tenías protegido así que no creo que necesites nada más. Pero, por si lo quieres, puedes aplicarte está crema.

Kim se la recibe y toma el teléfono de su mano, que ha usado para traducir lo último que dijo.

—¿Está mejor tu paciente? ¿Cómo salieron los análisis? —le pregunta.

—Si está mejor de su última crisis, pero su condición no cambiará mucho.

Andrea sabe que Kim percibe su pesar incluso antes de que el traductor le permita entender sus palabras. Le gusta la forma en que ambos se entienden más allá de las barreras del idioma, de la cultura incluso. Ante el silencio comprensivo de él, se da cuenta de cuán reconfortante le resulta el solo hecho de que le pregunte cómo le fue o que la escuche y la mire con esa expresión serena y amable.

Un cosquilleo agradable le invade el cuerpo y le provoca abrazarlo. Al ser consciente de este anhelo se sonroja profundamente, se levanta con brusquedad y camina hacia el pasadizo. Luego, fingiendo naturalidad, se vuelve y dice:

—Gracias por cuidar a mis chicos. Te lo compensaré.

Y sale corriendo a refugiarse en su habitación.

 

*****

 

La compensación de Andrea es un paseo por las partes turísticas de la ciudad que Kim niega conocer. Andrea desconfía un poco de esto pues recorren lugares bastante populares, los primeros que visitaría un turista, pero le da gusto y no le replica nada.

Pasean, se fotografían, comen chucherías —más o menos como hicieron en la ciudad natal de Andrea— y en medio de todo ello Kim recibe una docena de llamadas. Una de ellas es de su madre, a la que Andrea saluda con ayuda de él, las demás no las contesta y hasta llega a apagar el aparato. Andrea no le pregunta nada, pero la invade ese mal presentimiento que empezó cuando conoció a Ji Chang Wook y al terror en la mirada de Kim.

Están dando un último recorrido cuando, desde la avenida cercana, aparece una muchedumbre cargada con carteles y arengas.

—Manifestantes... —murmura Andrea al mismo tiempo que Kim la toma del brazo.

Ambos procuran alejarse, pero pronto estalla el caos. Un contingente policial aparece en otra avenida e intercepta la manifestación, en algún punto la gente reacciona con violencia, la policía responde y se produce un enfrentamiento.

Kim y Andrea no se alejan a la velocidad suficiente, así que quedan atrapados en medio de una marea de personas que arrasa con todo a su paso en su intento por escapar. Corren como todos los demás, pero sufren tales sacudidas en su afán de mantenerse juntos que se les dificulta avanzar.

Al llegar a una esquina, Andrea siente un brusco empujón que casi la derriba, pero logra tenerse en pie y ponerse a resguardo en el interior de un restaurante que la deja entrar justo antes de cerrar su portón. La demás gente refugiada a su alrededor le dirigen mirada asustadas y, con un golpe de pánico, se da cuenta de que Kim no está con ella.

Lo ha perdido.

 

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Hola! Les cuento una curiosidad: Este capítulo lo tenía escrito desde hace mucho, pues la escena se me ocurrió cuando iba en la tercera parte o menos de la novela. ¿Imaginan el terror de perderse por segunda vez en una ciudad extraña, sin medios para subsistir y ni siquiera para comunicarse? =(

Un abrazo, nos vemos en el próximo capítulo.




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