Red, red wine, stay close to me
Don't let me be alone
It's tearing apart my blue heart
Andrea reconoce esa canción. No tiene ni idea de quién la canta o cómo se llama, pero su tonada la lleva, inevitablemente, a una madrugada en la sala de su casa y al matiz embriagado de una voz querida. Los recuerdos se apoderan de ella de inmediato, pero, por suerte, toda la clase aplaude a la profesora, cuya voz no es tan agradable como la que ella estaba recordando, y la devuelve a la realidad.
—Gracias, gracias, la próxima clase serán ustedes los que cantarán así que elijan una canción que les guste y practiquen —dice ella en inglés—. No se preocupen que solo se calificará la pronunciación y no el talento vocal. Buenas noches.
Ante la despedida, los alumnos se van poniendo de pie. Andrea está haciendo lo mismo, cuando su teléfono suena. Extrañada al ver que se trata de una videollamada, decide no contestar, pero se da cuenta de que el número tiene el prefijo +82 y se queda paralizada hasta que el teléfono deja de timbrar. Sin embargo, vuelve a sonar cuando ya está en el pasillo del instituto; esta vez contesta de inmediato y en la pantalla aparece Kim.
Ahora su reacción es pegar el teléfono a su pecho y correr al baño. En cuanto entra, cierra la puerta con seguro, pega la espalda a esta y respira hondo antes de poner el teléfono frente a su rostro.
—Creí que se había perdido la señal —dice él en inglés con una sonrisa nerviosa, luego se disculpa y coge otro teléfono para ahora sí, traducir sus palabras.
—No es necesario. Te entiendo —le dice Andrea en inglés rogando porque su agitación no le haga olvidar todo lo aprendido.
Con un gesto sorprendido, Kim deja el teléfono en lo que parece una mesa.
—Llevo un tiempo estudiando, todavía no soy una experta en el idioma, pero puedo mantener una conversación —agrega ella.
El último año ha descubierto que le gusta mucho aprender otros idiomas y que se le da muy bien una vez le coge el truco a la pronunciación.
Kim le regala una sonrisa tan amplia, en un evidente gesto de orgullo, que de pronto la invaden las ganas de llorar. Sin embargo, su propio orgullo le ayuda a contenerse.
—Lo haces genial —le dice Kim.
—Lo sé —responde ella y ambos ríen.
De repente empiezan a tocar la puerta y a intentar abrirla.
—No estás en casa… si estás ocupada puedo llamarte después…
—¡No!
Su grito la sorprende a ella misma, pero él evita que la vergüenza le dure mucho.
—Esta vez sí lo haré, lo prometo —afirma con seriedad y ella entiende que se refiere a que, cuando se despidieron, él dijo que le llamaría y le escribiría (y volvería) pero nunca lo hizo.
Ahora ella debería demostrarle que no le importa si esta vez tampoco cumple, pero, aunque se obligó a pensar que ya lo había olvidado, en el fondo todavía lo esperaba.
—Estaré libre en dos horas… no, una hora —se apresura a decir.
—Ok. Te llamaré en una hora, entonces.
Las chicas que querían entrar al baño le reclaman furiosas en cuanto les abre la puerta, pero Andrea no las escucha pues ha salido corriendo.
*****
Andrea se arrebuja en las mantas de su cama y mira la pantalla de su teléfono. Está empezando a arrepentirse de haber tomado un taxi para llegar con tiempo.
—Llama de una vez… —murmura y al instante siguiente el aparato vibra.
Ella conteste de inmediato y Kim aparece en la pantalla, sentado a una mesa en medio de una habitación que parece vacía.
—Hola —saluda él en inglés con una sonrisa.
—Creí que me habías dejado plantada —responde Andrea en el mismo idioma.
—Nunca te haría algo así. Demoré en llamar porque debía terminar algo del trabajo antes. Lo lamento.
Andrea parpadea sorprendida. Aunque nunca se mostró agresivo (salvo cuando se agarró a puñetazos con unos tipos por ayudarlos a Erick y ella), los modales de Kim eran más bien fríos o cuando menos burlones pues la gentileza la guardaba para ocasiones muy especiales, sin embargo, ahora parece más… suave.
—Wow. Te hizo bien volver a casa. Ahora hasta pareces amable.
Él sonríe y baja la mirada en un gesto más propio de un lindo chico tímido que del gran Kim Tae Hyuk.
—¿Andy?
Andrea se descubre mirándolo embobada de modo que, para disimular, dice lo primero que se le ocurre.
—¡Qué bonita tu camiseta! ¡Quiero una igual!
Él la mira desconcertado: La camiseta en cuestión es una de cuello V, color azul marino, evidentemente masculina. Andrea se sonroja y le sostiene la mirada por puro orgullo.
—Te mandaré una, aunque dudo que la vendan de tu talla —le dice Kim, al fin, con una expresión inocente que ella no se cree.
Ambos permanecen viéndose a los ojos unos segundos hasta que terminan riendo.
—Espero no tener que corresponder el halago —dice él—. Supongo que tu pijama es bonito, pero no es mi estilo.
—Muy gracioso. ¿Ahora me dirás por qué no me mandaste ni siquiera un mensaje?
La sonrisa se borra de la expresión de Kim, y esto asusta a Andrea.
—¿Fue por tus problemas legales? —insiste ella.
—Sí. Tuve una temporada difícil.
—¿Lo solucionaste?
—Estoy en eso.
—Pero, ¿estás bien?
—Ahora lo estoy.
Algo en su tono, en su forma de mirarla, hace que Andrea perciba un significado especial para sus últimas palabras.
Un año y siete meses han pasado desde que Kim partió. Andrea esperó en vano que él se comunicara y aunque al principio temía que ese silencio se debiera a que sus problemas se agravaron, luego se obligó a aceptar que, en realidad, a él no le interesaba estar en contacto con ella. Siguió con su vida, adoptó una nueva normalidad, pero en el fondo todavía lo esperaba. Y ahora se permite aceptar lo mucho que lo extrañó. Tanto, tanto, que el solo hecho de hablar con él de nuevo la hace sentir como si volviera a estar en casa.