Esto no es un drama coreano

47. Volver nuevamente

La aguja penetra la piel de la paciente con tanta delicadeza que, incluso con gran estado de nerviosismo, esta ni siquiera se mueve. Andrea presiona el embolo de la jeringa teniendo mucho cuidado pues, sabe, cuando el medicamento entra es el momento en el que produce más dolor. La señora emite un quejido, pero Andrea termina justo entonces.

—Ya está, poco a poco el dolor irá disminuyendo —declara mientras la mujer, de unos cincuenta años y presa de un evidente estado de ansiedad, se acomoda la ropa y sale acompañada de una muchacha.

—¿Con esto se sentirá mejor? —pregunta está última ya casi fuera del tópico.

—Sí, además de calmarle el dolor le ayudará a relajarse y estar más tranquila.

De todos modos le muestra algunas técnicas de respiración para intentar calmarse. Andrea se las explica con calma y va guiando a la señora de modo que, a los pocos minutos, esta se encuentra tan concentrada en inhalar y exhalar profundo que sus nervios se van calmando. La pobre mujer estaba dentro un bus que sufrió un violento choque y es una de las pocas personas que resultó más o menos ilesas.

Cuando la paciente y su hija salen, Andrea aprovecha que no hay nadie más requiriendo su atención para rellenar sus informes y documentos antes de que llegue la compañera que la relevará.

Poco después está recorriendo la clínica rumbo a la salida. Mientras se despide al vuelo de sus colegas del área de psicología, se encuentra en las escaleras con alguien a quien demora unos segundos en reconocer.

—¿Alejandro? —pregunta, insegura.

El hombre con una capucha puesta hasta casi ocultarle todo el rostro, y que está unos escalones arriba de los que ocupa ella, se voltea al oírla.

—Hola —saluda con una sonrisa.

Ambos recorren los peldaños necesarios para encontrarse y darse un abrazo. Alejandro se aferra a Andrea unos segundos más de los necesarios lo que sumado a su aspecto demacrado y desaliñado, le da muy mala espina.

—¿Trabajas aquí? —pregunta él recorriendo su uniforma con la vista.

—Sí. Terminé la carrera al fin. ¿Y tú? ¿Vienes a atenderte o a visitar alguien?

—No, solo me estoy haciendo unos chequeos...

—¿Estás enfermo?

—No, no, son más trámite que otra cosa. Asuntos del trabajo.

—¡Ah!

¿Qué tan maleducado sería decirle que se ve como si estuviera enfermo? Ellos siempre se tuvieron mucha confianza, pero van más de tres años que no se ven.

—Me alegró verte —dice él y Andrea entiende de inmediato que quiere poner fin a su encuentro.

Se despiden con besos en la mejilla, como buenos conocidos, y siguen sus respectivos caminos.

Andrea no deja de pensar en él durante el trayecto hasta el paradero donde toma el bus a casa. Desde el asunto de Rocky, no había vuelto a contactarse con él y ni se le ocurrió preguntarle nada a Sergio, el veterinario que era su socio, y con quién si se mantuvo en contacto. El Alejandro que acaba es más delgado, además que está pálido, ojeroso y con una barba de varios días y eso no es nada normal en él.

Tan distraída está en estos pensamientos que recién al subir al bus se da cuenta de que ha olvidado el teléfono en el tópico. Se baja del carro de inmediato para fastidio del chófer y emprende el camino de vuelta a la clínica.

Luego de que la compañera que la relevó le entregue su aparato, Andrea vuelve a pasar por el área de salud mental y allí, para su consternación, ve a Alejandro saliendo del consultorio psiquiátrico.

El no demora mucho en notar su presencia a pocos metros. El semblante desencajado que se le dibuja confirma las sospechas de Andrea: él está enfermo.

 

*****

 

Alejandro golpetea insistentemente en la mesa en un inequívoco gesto ansioso. Andrea emite un suspiro. Luego de haberse topado con él por segunda vez en la clínica, y ya que ambos estaban de salida, decidieron ir a comer algo. Recordando sus antiguas costumbres, escogieron su opción favorita, la comida rápida, y ahora se encuentran sentados frente a frente, en espera de que llamen para entregarles su orden.

—¿Por lo menos te está ayudando? —pregunta Andrea refiriéndose a la terapia que él debe estar siguiendo.

—Supongo... No me mires con esa cara de pena, por favor, ya ha sido bastante vergonzoso que me descubrieras.

—No tienes por qué avergonzarte.

—Bueno, tampoco es algo de lo que pueda enorgullecerme.

Andrea detecta de inmediato la acritud en su tono. Su carácter agradable es uno de sus mayores atractivos por lo que antes nunca le hubiera hablado así a nadie, incluso estando molesto...

—Discúlpame, yo... no soy el mismo últimamente —se explica él.

Un trabajador del restaurante lo llama por altavoz y Alejandro va de inmediato a recoger el pedido. Por lo menos tiene el mismo apetito piensa ella al verlo comer con entusiasmo.

—Como en los viejos tiempos —dice Alejandro al tiempo que separa los sachet y reparte: kétchup para Andrea, mostaza para él, mayonesa al medio.

Ella sonríe recordando ese detalle de su tiempo juntos.

—¿Hace cuánto trabajas en la clínica? —pregunta él, mientras se lleva a la boca un par de papas fritas.

—Poco más de un año —contesta Andrea, imitándolo—. Es un poco cansado, pero me gusta estar ahí. ¿Y tú? ¿Sigues trabajando en la Contraloría o ya pusiste tu estudio contable?

—Ni lo uno ni lo otro. Me estoy dando un descanso. Aunque paso casi todo el día ayudando a Sergio en la veterinaria.

—Tú debiste estudiar eso.

—Tú también.

—No, sabes que yo soy mala para manejar situaciones críticas. Si no fuera porque ustedes me ayudaron, no sé qué habría hecho con Rocky…

Andrea se arrepiente de inmediato de haber tocado ese tema en cuanto nota que la expresión de él se ensombrece.

—Al final no sirvió de nada —declara él, dolido.

—Claro que sí. Hiciste todo lo que pudiste, lo que pasó no fue tu culpa…

—Sí lo fue.




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