—Tu le inventaste ese cuentito ridículo —espetó agarrándola del brazo para evitar que se acercará más, una sonrisa picara invadió esos labios rojos carmín iba a necesitar más que eso para detenerla.
—Él lo creyó —Se abalanzo contra él desasiéndose del agarre—. No es mi culpa que sea tan idiota como para creerlo —susurró rosando los labios del rubio, no era justo ¿Por qué un simple roce causaba cosas en ella? Era un capricho. Capricho—. Además tú lo seguiste. —Colgó sus brazos al rededor de ese cuello, acaricio su cabello, tan suave, tan agradable, tan brillante, estaba despeinado, aún así se veía tan correcto, tan pulcro, tan perfecto—. Pudiste delatarme.
Tenía que concentrarse o terminaría haciendo algo de lo que se arrepentiría.
—Pero seguiste él juego —Cerro sus ojos, su respiración ya no era uniforme, podía jurar que la de él tampoco, una probadita más, no haría daño, solo un beso, solo uno más—. También es tu culpa —No aguantó.
—¿Qué querías que le dijera? —preguntó con un hilo de voz mientas volvía a devorar aquellos labios—. ¿Qué me acosté con la mujer de la que esta enamorado por un estimulante en mi bebida? —chupó sus labios con voracidad, succionó su sabor, mordió el labio inferior de la pelirroja, estaba molesto, no era un beso tierno, ella no quería besos tiernos, quería lo que él le diese, lo que sea—. ¿Qué su noviecita es una zorra? —Su pecho subía y bajaba, las manos del rubio aprisionaban su cintura tan fuerte que dolía, era mejor que la indiferencia, prefería eso a aquella cara de piedra—. Eso lo habría... lo habría desecho. —Por alguna razón al decirlo era como sacarse un peso de encima—. Le brillan los ojos cuando te mira. —Un revoltijo en el estomago, ira crecía en su interior, pero esta vez no apago lo que sentía, lo encendió, Nicolás la miraba, Jacob la tendría, ella vino a él, dejó tirado a su amigo por él. Por mí.
—¿Si me voy no romperé su corazón? —habló mientras sentía besos en su cuello, se estremeció, tan bueno—. ¿Quieres eso? —Suspiró con un gemido ahogado, eso debió detenerlo, solo hizo que algo dentro de él se retorciera de gusto, placer—. ¿Qué rompa su corazón? —preguntó al momento de acariciarlo por sobre esa fastidiosa camisa que impedía sentirlo más cerca, desea quitarle eso, estorbaba.
—Cállate —demandó besándola, al menos así podría callarla.
—Te gusto. —No salió tan firme como le hubiera gustado, pero la sensación de ser tocada, acariciada, besada por él, después de parecer tan frío como una piedra no tenía precio—. No puedes negarlo. —Gimió con la boca entre abierta, se sentía liviana, quería que la cargara, ir a otro lado, más intimo, solo ellos, juntos, ella y él, su cabeza estaba mal—. No soportas verme en sus brazos.
—Tienes una rara compresión de la realidad. —Una risa estrangulada escapo de la garganta del rubio ¿La estrellas siempre eran tan brillantes? Se veían hermosas, pero no tan hermosas como la mujer que estaba en sus brazos, solo se veía hermosa entre sus brazos, ese era su lugar—. Solo vez lo que quieres ver. —Eso iba más para él que para ella
—Ahora no hay ningún estimulante. —Su corazón palpitaba—. ¿Por qué me besas? —Enrollo sus piernas alrededor de la cadera del rubia, un gemido escapo de sus labios al sentir algo duró en su vientre—. ¿Por qué me tocas? —Besó su cuello—. ¿Por qué no te alejas? —odiaría tanto a su boca si lo alejaba con eso, él acuno su rostro entre sus manos y la beso, no quería escuchar lo que tenía que decir, el sabor de sus labios era mejor que sus palabras, mucho mejor, más dulce, pero igual de mortificante—. ¿O a que echaras la culpa esta vez? —Se separó unos milímetros, se miraron fijamente, esos ojos casi celestes, profundos, fijos en ella, solo en ella ¿Qué podía importar ahora? Su corazón latió. Capricho. Su corazón martilleo como un tambor—. ¿La luna te manera? —Junto su frente a la de él, sabía que las noches alemanas eran frías, pero ella sentía calor, calidez—. ¿O talvez el resplandor de las estrellas nublan tu juicio? —Suspiró con los ojos cerrados al volver a jugar con aquel brillante cabello, suave, sedoso, esponjoso, dudaba que la seda se sintiera tan bien.
—Tu nublas mi juicio. —Susurró en su oído mientras mordía su oreja—. No me gustas —aclaró moviéndose hacia otro lado.
—Me deseas —mustió con la cara recostada en aquel hombro—. Me necesitas.
—No te necesito. —La colocó en el asiento tarsero del auto—. Te deseó. —Volvió a besarla—. Pero no te necesito.
Lo que pasó después de eso fue borroso. Pero no lo lamentaron, al menos no en ese momento. Ya tendrían mucho tiempo después para volverse locos.
***
La mañana siguiente no pelaron, no discutieron, era un avance. Corto, pero lo era. Lograron llegar a un acuerdo.
—¿Ya no estas enloqueciendo? —cuestionó con las piernas cruzadas mientras estaba sentada en la cama de Jacob, tenía que admitirlo, tenía buen gusto con sus cosas—. Eso es nuevo —sonó burlona mirando con interés aquellas sabanas aterciopeladas, una sonrisa se formó ante lo que surcaba su mente.
—Solo fue sexo —agregó colocándose un saco azul mediterráneo, ella no entendía para que tantos abrigos, el clima no era tan frío, además de tantos tono oscuros—. El sexo no significa nada —continuó abotonándose su abrigo, bueno en cierto modo le daba un aura de respeto, decían que los colores oscuros aportaban elegancia a la persona, viéndolo de pies a cabeza solo podía decir que muy era cierto—. Uno puede tener sexo con quien quiera —terminó de decir mientras ajustaba las mangas de su abrigo.
—Entonces que sea solo eso, será "solo sexo" —Se levanto de la cama.
—¿Será? —Detuvo su caminar para darle una mirada inquisidora, ella asintió acercándose.
—No negaras que te gusto. —Cruzo sus brazos poniéndose frente a él—. Tengo ojos Jacob, se cuando a alguien le gusto. —El rubio arqueó una ceja como si eso fuera la mayor ridiculez de mundo, había algo ene esa arrogancia y altanería que la hacia sentirse cómoda, había convivido con ese tipo de personas desde que nació, era lógico que le resultara fácil tratar con ellos y meterse en sus cabezas.
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Editado: 11.06.2022