Eterno

ENTRE LA NIEBLA

7 de diciembre de 1952

Descorrió las cortinas con rapidez, con precisión y mientras miraba por la ventana contemplando la inquietante extrañeza del exterior, no pudo hacer más que horrorizarse. Se preguntó cómo era posible que su pequeño mundo, aquella vieja ciudad en la que sus abuelos, sus padres, y él mismo y su hermano menor habían nacido pudiese haber cambiado tanto en tan poco tiempo.

—No abriré la tienda hoy y puede que tampoco mañana. No hasta que la situación vuelva a la normalidad —le dijo su padre recargado en el marco de la puerta, acomodándose los gruesos anteojos—. En la radio dijeron que los trenes se encuentran detenidos o saldrán con retraso. El aeropuerto también está cerrado, no habrá vuelos por el momento. Y eso no es todo, al parecer, se está suscitando una ola de nerviosismo e histeria entre la gente, pero era de esperarse. La incertidumbre es una tortuosa carga. ¡Solo Dios sabe cuánto durará esto!

—En situaciones como estas es preferible ser un niño. Will no está preocupado en lo absoluto, a excepción del hecho de no poder salir en bicicleta —el muchacho se apartó de la ventana y procedió a sentarse en la orilla de la cama donde sacó de la bolsa de su pantalón un bello reloj dorado de bolsillo. Su padre, imitándolo, se sentó a su lado.

—Te compraré una cadena después —prometió el hombre, refiriéndose al reloj—. Quizá te haya parecido un regalo anticuado, Edgar.

—No, para nada, padre. En verdad que no pude recibir nada más espléndido. Te lo agradezco.

El muchacho, cuyo nombre completo era Edgar Lockhart, rememoró de manera fugaz el primer día de aquel mes, cuando celebraron su cumpleaños número dieciséis. Su madre preparó un sabroso pastel para la ocasión e inclusive, invitaron a algunos amigos suyos del colegio, que, junto con su hermano Willard de doce años, pasaron la velada charlando y riendo. Para cuando los invitados se retiraron, ya cerca del atardecer, su padre le entregó dicho reloj dorado, que según le comentó, perteneció al abuelo de Edgar, quien luego se lo obsequió a él como regalo de boda y ahora como ya era tradición, debía recibirlo el primogénito. <<Tenía 26 años cuando me desposé con tu madre, diez más que tú, ¿para qué esperar tanto?>>, le había dicho su padre bromeando. En ese entonces, el cielo estaba despejado y las preocupaciones, en general, parecían centrarse más que en cuestiones simples que eventualmente se resolverían.

El teléfono de la planta baja comenzó a sonar, pero antes de que alguno de los dos, padre e hijo, pudiesen hacer ademán de levantarse, este se calló de forma abrupta.

—Tu madre habrá contestado —supuso el señor Lockhart, ahora sí, incorporándose—. Me pregunto quién será. Es muy temprano, todavía no son ni las nueve —añadió, para a continuación dirigirse a su mujer con un tono más elevado para que ella pudiera escucharlo desde la estancia—. Querida, ¿estás hablando? ¿Quién es?

—El doctor Reynolds, baja. Enseguida te lo comunico —le respondió con el mismo volumen de voz.

Edgar siguió escaleras abajo a su padre, que no demoró en tomar el teléfono y atender la llamada. En tanto, la señora Lockhart volvió a la cocina donde prosiguió preparando el desayuno de esa mañana. Los minutos transcurrieron y luego de una breve plática, donde no pudieron dejar de lado las terribles noticias actuales, el señor Lockhart y el doctor Reynolds pusieron fin a su conversación, pues este último le pidió al primero, de manera bastante cordial que, si podía comunicarle a Edgar, puesto que también deseaba hablar con él y pedirle un favor. Por supuesto, el señor Lockhart así se lo hizo saber a su hijo y le extendió el teléfono para que él mismo pudiera ahora hablar con el galeno. Edgar sabía que su padre y el médico mantenían una estrecha amistad desde la juventud, y que esa amistad había crecido con el paso de los años, al punto de que el doctor Reynolds era considerado no solo un querido amigo de la familia Lockhart por todos sus miembros, sino también parte de ella. Y aunque, solo el señor Lockhart se dirigía al doctor Reynolds por su nombre de pila, la confianza no escatimaba en su relación con los demás.

El muchacho se colocó la bocina del teléfono en la oreja y con voz animada saludó al médico, quien enseguida le correspondió el saludo y tras aclararse la garganta, le preguntó sobre cómo estaba esa mañana.

—Desconcertado como la mayoría —se limitó a decir—. ¿Y usted?

—No tan bien como quisiera, muchacho. Escucha, no tengo mucho tiempo. Estoy hablando desde el hospital. Estamos saturados de trabajo, hay muchas personas enfermas e incluso, algunos compañeros míos ya también enfermaron. El inhalar el aire contaminado es lo que los está afectando. Verás, hay dióxido de azufre en el ambiente y aunque les damos máscaras de tela, no hace ninguna diferencia considerable. En otras palabras, son inútiles. Las áreas están llenas, no hay suficientes camas y más pacientes siguen llegando… ¡En fin!, lo que te quiero pedir créeme que no lo haría, sino fuera por la gravedad de las circunstancias. Pasé toda la noche en el hospital por los motivos que ya te he comentado y hoy tampoco podré regresar a casa hasta la tarde y solo para darme una ducha y cambiarme, luego, volveré al hospital. Pero son bastantes horas que estaré ausente y Daisy está sola en casa y no ha comido desde ayer en la mañana que le dejé su alimento antes de salir. De modo, que necesito que alguien pase a verla y pueda darle de comer. La señorita Griffiths, mi doncella, no se ha presentado al trabajo. No obstante, no la culpo. Hay muchos otros como ella que no han podido llegar a sus trabajos. La pobre muchacha vive al otro lado de la ciudad. Solo espero, que ella y su familia estén bien. He visto tanto horror las últimas horas que no quiero comenzar a pensar tonterías.



#602 en Thriller
#225 en Suspenso
#1946 en Otros
#330 en Novela histórica

En el texto hay: gotico, suspenso, inglaterra

Editado: 18.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.