Después de atravesar un largo sendero del bosque, se encontró con un claro, donde en para su sorpresa, había una residencia. Esta poseía una altura considerable, aunque no lo suficiente para alcanzar las elevadas copas de los árboles, razón por la que, supuso, no pudo observarla a la distancia. Su tamaño no era pequeño, pero tampoco demasiado grande, y, sin embargo, irradiaba ese aire casi aristocrático de las elegantes propiedades construidas por la sociedad burguesa a la que tan bien conocía al ser perteneciente de ella. A ambos costados de la puerta de entrada, sobre la pared, estaban dos faroles encendidos, cuyas luces armonizaban con los mismos tonos anaranjados, rojizos y rosados de esa tarde. Era un escenario irreal.
Es decir, ¿acaso era posible que un tipo de construcción de esa índole fuera cimentada en un lugar como aquel? No, no lo creía. En cualquier caso, dicha residencia tendría que ser una cabaña, o al menos, poseer un estilo más simple, rudimentario.
Dio un paso atrás.
El sol estaba por ocultarse y si se demoraba en regresar con sus dos amigos, estos se preocuparían. Llevaban tres días acampando en el bosque de Cannock Chase, y hasta ese instante, todo transcurrió con normalidad. En los días previos pescaron truchas en el lago, recogieron piñas y hojas que les resultaron peculiares, hicieron fogatas a la luz de la luna donde contaron anécdotas divertidas y bastante alejadas de sus obligaciones y responsabilidades que los esperaban de vuelta en la ciudad. Eran hombres jóvenes, su amistad se había forjado desde la más tierna infancia, por lo que entre los tres, siempre existió un sincero compañerismo y aprecio mutuo. No obstante, y aun con esas agradables conversaciones de por medio, para ese tercer amanecer estaban aburridos, lo que los llevo a tomar la decisión de explorar nuevas zonas.
El plan consistía en dividirse con el fin de cubrir más terreno en menor tiempo y así, cuando se reencontrasen en cierto punto designado, cada uno regresaría con una descripción de lo que vio en su camino. De este modo, la ruta que les pareciera más interesante es a la que se dirigirían para explorar los siguientes días. Sus amigos se movieron al norte y sur respectivamente, a él le había tocado adentrarse hacia el oeste, y aunque su travesía fue grata, observando con singular atención el verde follaje de los árboles y los animales que allí habitaban, consideró que hasta que tuvo frente a sus ojos la extraña residencia, nada antes de lo visto se diferenciaba en demasía del rumbo en el que en un primer inicio levantaron su campamento.
Sin desearlo, tenía una razón de viable peso para que considerasen dirigirse hacia la dirección en la que él fue, aunque las dudas y cuestionamientos seguían revoloteando en su cabeza, al no lograr hallar una respuesta del todo lógica entre sus cavilaciones. ¿Quién era el dueño de la extraña residencia? ¿Y por qué tendría semejante casa en ese lugar?
Un repentino viento le meció los negros cabellos. Los árboles parecían susurrar. En lo alto del cielo las aves volaban regresando al hogar e inclusive, a lo lejos, se podía percibir el sonido de un búho que ululaba. Dándole fin a su indecisión, resolvió entonces, que quizá lo mejor, en efecto, sería dar media vuelta y volver con sus amigos para que juntos explorarán el interior de la residencia a la mañana siguiente, cuando tuvieran más tiempo de luz solar a su disposición. Y sintiéndose complacido de la futura emoción que surgiría ante su hallazgo, estuvo a tan solo un segundo de hacer lo que se había propuesto, cuando el rostro de una mujer se asomó por una de las ventanas inferiores de la residencia.
Fue por un breve momento, casi imperceptible, pero él logró observarla antes de que se volviera a apartar. Perplejo, notó que el aire se le había ido de los pulmones. El corazón le dio un vuelco. ¿Aquella mujer que acababa de ver podría ser ella…? ¿Debía de serlo o no? ¡Jamás la confundiría! ¡Sus ojos, sus labios, su expresión era la misma! Y aun siendo todo tan rápido, llevaba tanto tiempo anhelando volver a ver ese rostro y rememorándolo en su pensamiento día con día, que resultaba imposible que se equivocase. Completamente abstraído, sin despegar la vista de la residencia, apretó con más fuerza la hoja doblada que llevaba en la mano, misma donde había elaborado una especie de mapa de la dirección a la que le tocó dirigirse y con paso rápido comenzó a caminar hasta ella.
El bosque olía a tierra. A hojas. Y añoranza.
Cuando su mano entró en contacto con la puerta de madera, le dio un ligero, pero firme empujón que basto para que se abriera al instante. Una vez dentro, todo allí resultó ser más peculiar de lo que le pareció ser por el exterior. Encontrándose, así mismo, en un ridículamente grande y elegante vestíbulo, que para nada se adecuaba a las dimensiones que a simple vista poseía la residencia, y que, además era para él, bien conocido.
—El Hotel Ivory Pearl —susurró, sin creerlo. Sus pasos resonaban en el bien pulido e impecable piso de la estancia, mientras maravillado observaba cada detalle a su alrededor. Desde las blancas paredes, los pilares de mármol, la lámpara de araña, los muebles estilo Tudor, hasta los jarrones chinos repletos de flores frescas. Y claro, también estaban los amplios ventanales que, de igual manera, diferían en tamaño con las ventanas de la fachada de la residencia. Al mirar a través de ellos ya no había bosque, sino una concurrida calle de ciudad en pleno invierno.
Aun estupefacto, pero aventurándose, camino hacia donde sabía se ubicaba la recepción. Una vez allí, vio a un alto y robusto hombre de rostro rojizo con anteojos circulares, cabellera blanca, bigote gris y semblante afable, que detrás del mostrador limpiaba el mismo con una sonrisa.