Después de un día de trabajo solo me quedan dos pensamientos: “odio a la gente” y “estoy hecha mierda”. Llego a casa viajando como sardina en el metro y luego en un minibús aún más lleno, y me desplomo en la cama. Paso una o dos horas con las piernas levantadas y después me obligo a ducharme y buscar algo para cenar.
Esa noche la heladera estaba vacía. Y claro, ¿cómo iba a haber comida si no puse nada dentro? Ni siquiera quedaban los fideos instantáneos que guardaba como reserva estratégica. Fondo total. Solo quedaba una opción: colarme de invitada. En el dormitorio vivían, en su mayoría, pobres como yo, así que tuve que activar el plan B: visitar a mi amiga.
—¡Hola, Yuli! —saqué fuerzas de donde no había para sonar medianamente alegre—. Cuánto tiempo sin vernos…
—No te voy a prestar plata. Estamos remodelando la casa de campo —me cortó sin anestesia.
—¡Eh! No vengo solo por eso… también por la cena gratis.
La verdad es que Yuli era mi islita de esperanza en este océano revuelto llamado vida. Nos conocimos en el consultorio ginecológico. Fui a verla después de enterarme de que mi ex andaba metiendo el pito en todo lo que se movía. Quería hacerme unos análisis y asegurarme de que no me había dejado alguna sorpresita. Spoiler: sí dejó. Pero eso no viene al caso. Yuli no solo resultó ser una gran profesional, sino que se conmovió tanto con mi historia que ni me cobró. Desde entonces, nos hicimos amigas.
—Bueno, te espero. Justo tengo un par de horas libres.
—¡Genial! Ya voy. Y... ¿podés preparar algo de comer, sí?
—Ni hacía falta que lo dijeras.
Yuli vivía en el mismo barrio. Un par de paradas en trolebús y ya estaba ahí.
—¿Está Tolik? —pregunté, asomándome al living.
No es que me cayera mal su marido, pero a veces me miraba como si fuera una gata callejera. No decía nada, porque era educado, pero yo igual lo captaba: para él, yo no era una compañía digna para su esposa.
—No. Está en plena operación cardíaca complicada…
—Ah, buenísimo.
—El viejo que tiene el corazón abierto no opinaría lo mismo. Pasá.
El departamento de Yuli siempre olía bien y estaba impecable. Y justo ese día olía a carne asada. El estómago me rugió de emoción.
Mientras ella ponía la mesa, yo le contaba las últimas desgracias de mi existencia. Hasta hoy no entiendo de dónde saca paciencia para escuchar mis quejas.
—Los del call center me tienen harta. Llaman día y noche —me quejé—. Como si por gritarme me fuera a aparecer plata de repente. Estoy por sacar otro préstamo para pagar los anteriores.
—¡Ni se te ocurra!
—Encima tengo que pagar la habitación este mes… Ya no doy más.
—¿Y no pensaste en volver a casa? Vivís con tu mamá, trabajás de maestra en la escuela...
—¿Estás loca? —me hice un círculo con el dedo en la sien—. En Vasylkiv todo el mundo cree que soy exitosa y feliz. Prefiero morirme de hambre antes que arruinar esa ilusión.
—Bueno, de hambre no te vas a morir —me dijo Yuli, sirviéndome un plato—. Pero sí hay que hacer algo con tu vida.
—Si no fuera por los hombres, ya sería una mujer hecha y derecha.
—No todos los hombres son malos. Solo que no encontraste al tuyo.
—¿Y vos creés que existe ese príncipe? ¿Que va a llegar a caballo blanco, arrodillarse y decir: “Hermosa, vengo a pagarte todas las deudas”?
—Y si pasa… capaz que un millonario se hospeda en tu hotel y te echa el ojo.
—Los millonarios no ven al personal. Para ellos, no existimos. Salvo que entre a limpiar desnuda.
—¡Buena idea!
—Ajá…
Masticaba ensalada mientras pensaba… ¿y si hubiera una forma de terminar con mis deudas? ¿Vender un riñón? No, después tendría mil problemas. ¿El pelo? ¿Un óvulo?
—Che, Yuli, ¿cuánto pagan hoy por un óvulo?
—Unos mil dólares. Pero no lo recomiendo, tenés que hacerte una estimulación hormonal que te deja hecha pelota…
—Uy no, paso. Mi figura es lo único decente que me queda. Ya me pondré gorda cuando me case.
Lo dije y ni yo me lo creí. ¿Casarme? ¡Ja! Estoy más que decepcionada del sexo opuesto. Lo único que saben hacer es usarnos. No quiero tener otro desgraciado en mi vida, ni un papel que me lo recuerde cada vez que abra el pasaporte.
Tengo que dejarme de moralismos y aprender a ser caradura. ¿Cómo hacen esas minas que sacan iPhones y viajes a punta de labia? ¿Hay cursos para eso? Yo no podría hacerme la dulce y angelical, me saldría al revés. Yo lo empujaría contra la pared para que pague por los pecados de todos los idiotas que me arruinaron la vida.
No sé… tal vez podría enganchar a algún millonario con su amante. El hotel es perfecto para conseguir ese tipo de información. O mejor aún: yo misma podría ser la amante… O quedar embarazada de él y pedirle plata a cambio de guardar el secreto de su bastardo.
Dios mío, qué horror.
¿O no tanto?
—Yuli, ¿cuál es la probabilidad de quedar embarazada al primer intento?
—¿¡Qué hiciste!? —saltó alarmada—. ¿Cuánto tiempo pasó? ¿Todavía podés tomarte la pastilla del día después?
—Tranquila. Solo pregunto. Para mantener la charla.
—No me gustan esas preguntas… Pero si solo preguntás, la probabilidad es bastante alta. Sobre todo si estás en los días fértiles.
—Entiendo…
No quería pensarlo. La idea se me había metido sola y ahora zumbaba en mi cabeza como una mosca contra el vidrio: molesta, insistente, imposible de ignorar. Trataba de sacarla, pero mi imaginación me ganaba. Empecé a inventar escenas: una “casual” coincidencia en el hotel. Tropezarme “por accidente” en la escalera. Desmayarme para que me levante en brazos. O…
—Los hijos son lo último en lo que tenés que pensar. En tu cuarto no podés tener ni un gato, ¿un bebé?
—Tranquila. No pienso tener hijos.
Y era verdad. Pero la idea era tentadora… Podría solucionar todos mis problemas.
No. No estoy tan desesperada para hacer algo así. Aún no.
Aunque si las cosas empeoran…