Eva busca felicidad

Сapítulo 3

La primera noche me alojé en el sofá de Yulia. Si no fuera por ella, ni siquiera sabría adónde ir. Tal vez a la estación con los vagabundos, y eso con reservas: al menos ellos tienen algunas pertenencias, yo ni eso.

Dormí fatal, con el presentimiento de la que se me venía encima por parte de la dueña de la habitación. Si yo estuviera en su lugar, estaría furiosa. Y el problema resultó ser peor de lo que mi imaginación había previsto. Primero me gritó durante mucho rato, usando palabras que ni sabía que existían. Luego vinieron las amenazas. Y al final, algo parecido a una propuesta “constructiva”: renovación total y reembolso de lo perdido o, en su defecto, una demanda judicial.

¿Con qué iba yo a pagar todo eso?

Podría recurrir a mi madre, pero ella apenas sobrevive con su pensión. Quizás por eso se empeñaba tanto en casarme: al menos podría contar con un yerno… Desde hace tiempo me carcomía la culpa por no poder ayudarla económicamente. Siempre soñaba con estabilizarme, hacerme rica y enviarle una buena suma cada mes. Pero en la realidad, todo se lo tragaba el banco para que los cobradores no me devoraran viva.

—¿Cuánto tiempo tengo?
—¡Volveré en un mes! Si la habitación no está impecable, vas a tener serios problemas —la dueña volvió a usar ultrasonido. Ya de por sí era una mujer desagradable, pero ahora parecía poseída.
—Ya tengo suficientes problemas —murmuré con la nariz congestionada, conteniendo otro llanto.
—Pues vas a tener más. ¿Sabes con quién te estás metiendo? ¡Tengo contactos! ¡Mis hombres te entierran viva!
—¿Pero ustedes siguen atrapados en los noventa o qué? —En realidad, ya sabía que Svitlana Vasylivna era toda una mafiosilla. Los vecinos rumoreaban que tenía propiedades por todo Kyiv, obtenidas con métodos… digamos, poco legales.

—¡Es que con gente como tú no hay otra manera! ¡Estás advertida!

Quería creer que solo intentaba asustarme. Pero si no… que sus matones se pusieran en fila: soy un caramelo para los acreedores, van a tener que pelearse por mí.

Colgué y miré la hora. Tenía que ir al trabajo. ¿Pero cómo, si lo único que me quedaba era un pijama?

—Ánimo —entró Yulia con su marido detrás—. Todo saldrá bien.
—Puedes quedarte con nosotros un tiempo —dijo Tolik, aunque su tono dejaba claro que le costaba cada palabra.
—Gracias… de verdad, sois unos ángeles —se me llenaron otra vez los ojos de lágrimas.
—Pero no te acomodes. Piensa en opciones, busca un trabajo extra…
—¡Tolik! —lo empujó con el codo Yulia.
—¿Qué? ¿Acaso puede vivir así por mucho tiempo? Tampoco somos millonarios como para mantener a una adulta llena de deudas.
—No necesito que me mantengan. Ya me las arreglaré.

Como si no supiera yo misma que estaba incomodando a una pareja joven… Con el “kit de emergencia” que me sacó Yulia del armario, me vestí y fui al hotel. No se me ocurrió nada mejor que pedir un adelanto.

Fui al director financiero y le conté mi trágica historia. Esperaba recibir aunque fuera algo. Al menos para comprarme ropa interior…

—Mire, la cosa es así… —titubeó el hombre—. Amir está abriendo un nuevo hotel, así que nos han recortado el presupuesto. Hay que ahorrar.

—¿Y qué le cuesta a él unos cuantos miles? ¡Gasta diez veces más en sus novias!
—Lo entiendo, pero eso es asunto personal. No podemos meternos en el bolsillo del jefe.

Apreté los dientes. Mi última tabla de salvación y también se me hundía.

—¿Puedo hablar con él? —el desespero hablaba por mí—. Le explicaré todo tranquilamente, seguro que acepta —señalé el teléfono—. Llámalo, por favor.

—Yeva, no es buena idea…

—¡Es excelente idea! Por favor… lo necesito mucho.

El director financiero era blando de corazón. Me miró los ojos hinchados por el llanto, suspiró y accedió a comunicarse con el jefe.

—Buenos días, señor —dijo, sudando—. Perdón por la molestia… Aquí hay una empleada que quiere hablar con usted. Le advertí, pero insiste. Le paso el teléfono…

Las manos me temblaban. Toda la valentía se esfumó. Me sentí como una niña obligada a felicitar a un pariente por teléfono. De esas veces que solo quieres desaparecer bajo tierra.

—B-buenos días —tartamudeé—. Me llamo… yo…

—¿Qué le ha pasado? —preguntó Amir—. Rápido, que no tengo tiempo para charlas.

Siempre me sorprendió lo bien que hablaba ucraniano. Solo un leve acento lo delataba como extranjero. Malditamente sexy, por cierto.

—Ayer hubo un incendio. Perdí todo. Estoy en la calle y sin dinero…

—¿Y?

¡Qué pedazo de hielo! Ni fingió compasión.

—¿Podría autorizar un pequeño adelanto? Lo trabajaré hasta el último céntimo. Puedo limpiar habitaciones día y noche…

—La política del hotel es igual para todos. Hoy te lo damos a ti, mañana vendrá media plantilla a pedir lo mismo.

—Pero…

—Espere su salario.

—¿Así que me está diciendo que no?

—Sí. Buen día —y colgó.

Al principio estaba más en shock que enojada. Pero luego… ¡Qué hijo de perra! Seguro es de los que pasan de largo cuando ven a un perrito herido. Ni hablemos de una camarera medio quemada. Vale, no tiene obligación de darme dinero. Pero un poco de humanidad no cuesta nada. La empatía nunca pasa de moda.

Me invadió tanta culpa por mamá que por un instante quise dejarlo todo y tomar el primer autobús rumbo al pueblo. ¿Hace cuánto no la visitaba? Creo que la última vez fue el ocho de marzo, ¡y ya estábamos a mediados de agosto! Soy una hija de mierda. Igual que amiga, por cierto.

Sin perder un minuto, marqué su número.

—¿Por qué no me dijiste que tenías problemas de salud? —disparé apenas contestó.

—Yeva… ¿Quién te lo contó?

—¿Entonces es verdad?

—A mi edad todos tienen algún achaque…

¿A su edad? Apenas tiene poco más de cincuenta. ¡Le queda toda una vida por delante!

—¿Qué te pasa? ¿Cómo te sientes?

Mamá guardó silencio, y ese momento me inquietó más que cualquier respuesta.



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En el texto hay: embarazo, jefe y empleada, ceo millonario

Editado: 28.08.2025

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