Eva busca felicidad

6.1

Si esto fuera una película, nuestro encuentro con el jefe podría haber sido el comienzo perfecto de una comedia romántica tipo “Cenicienta”. Un príncipe encantado conoce a una chica pobre y desdichada, se enamora de ella y después del casamiento le regala la mitad del reino.
Pero la realidad tiene una extraña debilidad por decepcionarnos. Yo no era Cenicienta, más bien la bruja mala. Y él tampoco era ningún príncipe: parecía un sultán oscuro con cara de pocos amigos. Menuda pareja.
Lo único que pasaba por mi cabeza era escapar antes de que todo se volviera aún peor.

—Yo también estoy alojado en el Incógnito —comentó el jefe mientras esperábamos que el semáforo se pusiera en verde.

Tuve que fingir sorpresa.
—¿En serio? Qué coincidencia.
—Las coincidencias no existen, Eva —se giró hacia mí y me miró a los ojos. Una mirada enmarcada por pestañas absurdamente largas. Oscura como una noche árabe. Seguro era una técnica de seducción, y en otra situación me habría derretido como helado al sol. Pero no en ese momento. Estaba tan tensa que por un segundo pensé que sabía todo sobre mi pequeño fraude.
Mierda. Me miraba como si pudiera leerme la mente… Me atravesó un escalofrío. ¿Y si me estaba vigilando con cámaras ocultas?

—Todo lo que pasa en la vida tiene un motivo. Es el destino.

—¿Usted cree en el destino? —traté de sonar tranquila y seguir la conversación.
—¿Por qué no habría de creer?

—No sé… Los hombres suelen ser más prácticos —se puso el semáforo en verde, empezamos a caminar—. Les gusta tener el control de todo.

Amir se encogió de hombros.
—Tal vez porque me crié en una familia religiosa.

La curiosidad me ganó. Podía ser la única oportunidad para sacarle algo más de información sobre su vida. Después tendría chisme para rato con las chicas del staff.

—¿Es de algún país oriental?

El jefe esbozó una leve sonrisa.
—¿Y por qué cree eso?

—El acento… su aspecto. Perdón si la pregunta es incómoda.

—Para nada. De hecho, estaré encantado de contarle… si me permite invitarle un té.

Llegamos a la entrada del hotel. El portero me miró, pero su experiencia profesional le impidió reaccionar.
Ya en el lobby, eché una mirada a mi alrededor. Tenía que pensar en una ruta de escape. Si decía que mi habitación estaba en la planta baja, tal vez podía esconderme en uno de los baños y colarme en mi cuartito.

—¡Traigan un botiquín! —ordenó Amir sin dirigirse a nadie en particular. Simplemente lanzó el mandato al aire, sabiendo que algún empleado saldría corriendo a obedecerlo. Y así fue. Dos recepcionistas se lanzaron a buscar gasas y desinfectante como si estuvieran apagando un incendio.

—No hace falta —intenté frenarlo—. No quiero causar molestias. Puedo encargarme sola.

—¿Molestias? ¿De qué está hablando? Siéntese —señaló un sillón mullido—. Además, aún no ha tomado el té conmigo.

—Ni siquiera acepté la invitación —¿té en pleno verano? ¡Con este calor preferiría una Coca!

El hombre se rascó la barbilla, pensativo. ¿No esperaba que alguien se le negara?

—¿Me está rechazando?

—La verdad es que tengo que irme —le quité la bolsa de mis cosas—. Tengo asuntos pendientes.

—Bueno… —Amir pareció decepcionado—. ¿Pero tal vez podríamos vernos otro día? Cuando tenga más tiempo libre.

—Tengo un horario muy apretado —eso, al menos, era cierto.

—¿Tan apretado que no puede regalarme ni diez minutos? ¿O acaso tiene novio celoso?

Me puse roja como un tomate.
—No… no es celoso… Es… ausente.

—¿Cómo?

—No tengo novio.

—Mejor. Entonces, ¿puedo pedirle su número? Así será más fácil coordinar otro encuentro.

¡Qué insistente! ¿Qué quiere de mí? Bueno… pregunta estúpida. Todos sabemos lo que quiere. Seguramente ya se imagina que tiene un pase directo a mi cama. Pues que se olvide.
Más que nada porque ni siquiera tengo cama.

—¿Mi número? —repetí, tratando de ganar tiempo. Desde fuera, parecía que no quería volver a verlo. En realidad, no sabía qué diablos hacer.
¿Darle un número falso? ¿Y si lo marcaba en el acto para comprobar? ¿Darle el verdadero? Entonces tendría que seguir fingiendo ser otra persona…

Nos trajeron el botiquín y el jefe, sin siquiera preguntarme, empezó a desinfectar la herida.
—¿Arde? —preguntó cuando me retorcí y casi le metí una patada en la nariz.

—¡Sí! ¡Mucho!

—Voy a soplar.

Se inclinó hacia mi pierna y me subió una ola de calor.
Incluso bajo estrés, sentí lo fuerte que era ese gesto. Nadie se había preocupado por mí así desde… bueno, desde Yulia. Y ahora un millonario casi me besaba los pies. ¡Que alguien me saque una foto!

—Ya me siento mejor. Gracias —me levanté antes de caer rendida a su encanto embustero—. Me voy…

—Entonces voy a pedir su número en recepción —me guiñó el ojo.

Sentí una descarga eléctrica. ¡No! ¡Eso no!

Si se le ocurría mirar la base de datos del hotel, descubriría que no había ninguna Eva hospedada allí. Y si investigaba más… adiós trabajo.

—No se lo van a dar. Es información confidencial.

—Créame, harán una excepción por mí.

¡Maldición! Me rendí.

—Está bien, anótelo —le di mi número real.

Tal como sospechaba, Amir lo marcó al instante.

—¿Comprobando si mentí? —pregunté cuando empezó a sonar mi teléfono desde el bolsillo.

—No. Solo le dejo mi contacto. Por si algún día usted quiere llamarme primero.

¡El zorro astuto!

—Ya veremos —le sonreí para despedirme. No sé por qué.

—Hasta pronto, Eva.

Bolsa en los dientes, piernas en acción… ¡y salí corriendo como alma que lleva el diablo!



#501 en Novela romántica
#219 en Chick lit
#122 en Otros
#65 en Humor

En el texto hay: embarazo, jefe y empleada, ceo millonario

Editado: 05.08.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.