Eva busca felicidad

Capitulo 7

El jefe me siguió con la mirada hasta que doblé en el pasillo. Menos mal que no insistió en acompañarme, porque ahí sí que estaba perdida. Habría tenido que inventar una nueva estrategia para quitármelo de encima, y sinceramente, ya no me daba la vida. Solo quería paz y silencio.

Todavía mirando por encima del hombro —no fuera a estar siguiéndome—, me colé en el baño.

—¿Y eso qué fue? —preguntó la jefa de limpieza, apareciendo como por arte de magia. ¿Dónde estaba escondida todo ese rato? ¿Detrás de la puerta?

—¡Ay, por Dios! ¡Qué susto me dio! —me empapé en sudor. Tanto estrés junto y en un solo día…

—¿Estabas coqueteando con Amir? —siseó como si me hubiera pillado vendiendo drogas en vez de hablando con un hombre.
—El personal no puede…
—Ya sé, el personal no puede, —asentí—. Pero él no sabe que soy parte del personal.

—¿Por qué?

—Porque me confundió con una huésped… Y se lo agradecería muchísimo si usted mantiene la boca cerrada.

—Pero…

—Es muy importante. Si se entera de la verdad, me va a despedir. ¿Y eso le conviene? Seguro contratan a alguien nueva, que no sabrá hacer nada. Dejará marcas en los espejos, se olvidará de desinfectar el inodoro… o, peor, robará a los clientes.

—Como si tú no robaras… —bufó.

—¡Ya no robo! Y la limpieza del hotel no cuenta

—¿Y las cremas? ¿Y los jabones?

—Qué manera tan mezquina de ver la vida…

Me miré en el espejo: cara de susto, ojos llorosos, pelo como si me hubiera pasado por una licuadora. Parecía un hongo venenoso. Menos mal que rechacé el té con el jefe y salí corriendo. Si algún día me vuelvo a cruzar con él, al menos intentaré tener cara de persona.

—¿Y ahora qué vas a hacer? —insistió Larisa Pávlovna. Se le notaba la lucha interna: por un lado me juzgaba, pero por el otro… la estaba matando la curiosidad.

—No sé. Aún no lo he decidido… ¿Y usted por qué no se va a casa? Su turno ya terminó.

—Estaba por irme… y te vi.

—Pues ahora sí, puede irse. No va a pasar nada interesante ya. O eso espero. Yo me quedo un rato más acá y después también me voy.

—¿Quieres que te espere?

—No, no… No se preocupe —obvio que no iba a decirle que mi destino era el cuartito de limpieza, no la parada del autobús—. Aunque… ¿puede hacerme un favor?

—¿Qué favor?

—Mire si el jefe anda por ahí. No quiero cruzármelo por el pasillo.

La mujer suspiró pesadamente.

—Está bien.

Por fin sola. Me lavé la cara y estuve unos minutos encerrada en el cubículo, disfrutando de la sensación de seguridad. ¿Y si me mudaba al baño? Tenía todo lo necesario: privacidad y… acceso directo al inodoro.

Al rato recibí un SMS: zona libre. Le agradecí a Larisa Pávlovna por el apoyo moral y me fui tranquilamente al cuartucho.

Ya a salvo, me acordé del paquete humanitario de Yulia. Con la linterna prestada (bueno, confiscada por tiempo indefinido al electricista), empecé a revisar el contenido del tesoro que me habían enviado sus amigas.

¡Ropa interior nueva! ¡Un milagro! Porque secar las bragas bajo el secamanos del baño no es exactamente cómodo. Pero cuando solo tienes dos pares, no hay muchas opciones…
Chándal, zapatillas, un chaleco calentito, calcetines… ¡y al fondo, un neceser cargado con lo esencial! Crema para manos y cara, champú, tampones, bálsamo labial, cepillos y pasta de dientes. Me sentí la mujer más rica del planeta. Resulta que para ser feliz… no hace falta tanto.

Cuando me vuelva millonaria de verdad, prometo ayudar a los fracasados como yo. Palabra.

Los días pasaban volando. Limpieza, turno en la cafetería, más limpieza…
Me volví invisible otra vez. Y al jefe no se lo veía por ninguna parte. Se rumoreaba que se había ido unos días por asuntos de negocios, lo cual me venía genial. Tal vez se olvidaba de mí para siempre y la amenaza de despido desaparecía mágicamente.

Las llamadas llegaban como por turno: mamá, la casera, acreedores, mafiosos —ya ni sé a quién le debo qué. Todos me pedían dinero. Mamá, al menos, lo hacía con tacto. Por cierto, su operación salió bien, pero los médicos ahora recomiendan que vaya a rehabilitarse a un sanatorio en Crimea. Que allí hay muy buenos especialistas.

Y ahí te quiero ver: ¿con qué se paga eso?

Los demás, en cambio, no eran tan delicados. Las amenazas eran tan constantes y violentas que empecé a considerar seriamente quedarme a vivir en el hotel para siempre.



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En el texto hay: embarazo, jefe y empleada, ceo millonario

Editado: 28.08.2025

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