Por supuesto, no guardé el número de Mohamed (¿o cómo se llamaba? Nunca lo recuerdo). ¿Por qué? No sé... Supongo que no pensé que algún día tendría que llamarlo. Así que cuando el celular sonó con otra llamada de un número desconocido, no me aguanté y ataqué primero:
—¡¿Qué quiere ahora?! ¡Basta ya! ¿Hasta cuándo?
—¿Ya se hartó de mí tan rápido? —respondió una voz que podría reconocer entre mil. Ese acento suave no se confunde con nada.
—¿Usted? —me escondí en el rincón más cercano, por si alguien me veía—. Yo... lo confundí con otra persona. Lo siento.
—¿Y quién se atrevió a arruinarle el día?
—Hay varios candidatos, créame.
Él guardó silencio un momento, como si estuviera digiriendo lo que acababa de oír.
—¿Ya se fue de Kiev?
—No… —¿por qué dije eso? Debí inventar que me había mudado a otro país para que no me buscara—. O sea… Me fui, pero volví. Por trabajo.
—¿Y volvió a hospedarse en el “Incógnito”?
—Sí. Buen hotel. ¿Sabe qué es lo que más me gusta?
—¿Qué?
—La limpieza impecable. Las mucamas son unas profesionales. Si pudiera, les duplicaría el sueldo.
Él se echó a reír.
—Totalmente de acuerdo. El personal sabe hacer su trabajo. Pero en realidad quería hablarle de otra cosa…
Otra vez me entró el pánico.
—¿De qué? —la voz me temblaba.
—¿Le gustaría salir conmigo? Un amigo acaba de abrir un restaurante de cocina oriental. Nos invita a una degustación.
¡Ah, cómo sabe por dónde entrar! ¡Directo con la comida!
—No sé si voy a poder…
—Mañana a las seis, frente al hotel. Paso por usted.
Mmm... interesante. Normalmente los jefes llevan a las chicas al hotel, no las recogen de ahí. ¿Será que de verdad le gusto? ¿O solo es el desafío? Quiere atraparme sí o sí... Pues que lo intente.
—A las siete.
—Perfecto —sentí su sonrisa incluso a través del teléfono—. Hasta mañana, Eva.
—Ajá.
¿Por qué acepté? Misterio. Tal vez porque me moría por cenar bien sin pagar, o tal vez porque tengo una habilidad especial para buscarme líos. Seguramente lo segundo.
Y sí, tenía una cita con el jefe. Pero con ella llegaron nuevos problemas:
No tengo qué ponerme.
Desde hace dos días salgo del trabajo tan muerta que apenas llego arrastrándome a mi cuartucho. ¿Cómo se supone que voy a causar buena impresión en ese estado?
Tengo que encontrar una excusa para desaparecer después de la cena antes de que la cosa se me vaya de las manos.
Para el primer punto, pensé pedirle ayuda a Yulia, pero ella se fue con Tolik a visitar parientes. Así que me tocaba arreglármelas sola. Mi gran plan: comprar un vestido y luego devolverlo diciendo que me rozan las costuras o que la tela es de mala calidad. Total, una ya es experta en estos truquitos. No soy solo mucama profesional, también una mentirosa profesional.
Me devolverán el dinero, sí, pero primero tenía que pagar... ¿con qué? ¡Si hasta mis tarjetas están bloqueadas!
Me tocó mendigar de nuevo. Esta vez, acudí a Larisa Pavlivna. Ya medio estaba enterada de lo del jefe, así que le solté todo.
—Solo por un par de días —le supliqué—. Devuelvo el vestido y le pago de inmediato.
—Ay, esto no me gusta nada... —sacudió la cabeza—. Estás apuntando demasiado alto.
—Ya ni está tan alto. Antes sí, ahora no tanto.
—No hablo de su peso, tontita. Quiero decir que ese tipo no es para ti… ¿Acaso no viste a las bellezas que trae al hotel? Esas no lavan baños, querida.
—Ni lavan, ni cocinan. Viven del dinero de hombres como nuestro Karim.
—Amir.
—Eso. Yo también quiero probar un poquito de esa vida de lujo... Solo un bocadito... Por favor, ¡ayúdeme!
—Me voy a arrepentir de esto —suspiró—. Estoy segura de que me voy a arrepentir…
Su tono lo decía todo. Pero ya había accedido. Qué corazón tan blando.
—¡Gracias! ¡Le limpio los cuartos tres días seguidos!
—Ya basta. Primero termina bien tu trabajo. Últimamente andas como zombi...
—Me da sueño todo el tiempo. Seguro me faltan vitaminas.
—Te falta cerebro. ¡Anda al médico!
Sí, claro, como si no tuviera suficientes gastos. Estoy tan agotada de esta vida que mi cuerpo está tratando de ponerme en hibernación para protegerme.
Unas horas después, Larisa Pavlivna fue al cajero, sacó el dinero y me lo trajo.
—Era para el cumpleaños de mi nieta —me dijo—. Si no me lo devuelves...
—¡Se lo devolveré! No se preocupe —conté el dinero. No es que pudiera irme de shopping loco, pero algo iba a encontrar—. Oiga, ¿puedo salir una horita antes? Para ir a la tienda, antes de que cierre.
Ya que iba a abusar, que fuera con estilo.
—¡Anda ya! ¡Y que no te vea más hoy!
Y me fui al centro comercial. Buscaba algo oscuro, que combinara con los zapatos que conseguí para la noche. Una huésped me pidió llevar su calzado al zapatero para arreglar un tacón. Nunca sabrá que el zapatero terminó el trabajo dos días antes. Así que ahora tengo unos Louboutin espectaculares. Me quedan un número chicos, sí… pero para eso existe la cinta adhesiva y las curitas. Todo bajo control.
Al fin encontré lo perfecto: vestido negro, discreto, debajo de la rodilla. Nada de escote exagerado —hay que guardarse los ases para después—. Un bordado dorado en el escote hacía innecesarias las joyas. ¡Ideal!
—¿Le quito la etiqueta? —me ofreció amablemente la chica de la caja.
¡Casi me da un infarto!
—¡No! —le arranqué el vestido de las manos—. Es para un regalo.
—Ah, entendido. ¡Gracias por su compra! ¡Vuelva pronto!
Claro que volveré.
Luego empezó la misión: “Arréglate sin que nadie se entere”. En una habitación me lavé el pelo y me lo sequé con el secador de la huésped. En otra, me maquillé. Me cambié en el baño para discapacitados (nadie lo usa). Pegué la etiqueta del vestido con cinta por dentro. Dejé el uniforme escondido y salí al mundo convertida en toda una dama.