El lujo se sentía en cada centímetro a mi alrededor. Todo era caro, recargado, inverosímil. Me parecía haber entrado en una dimensión paralela. Lo único que arruinaba la impresión era un ambientador colgando del retrovisor. No me sorprendería que costara más que mi vida, pero olía a especias rancias. No tardé en sentir que algo subía por mi garganta.
—¿Podemos bajar la ventanilla? —le pregunté al jefe.
—Claro —respondió.
Con la corriente de aire fresco me sentí mejor. Y no importaba que mi peinado hubiera dicho “adiós” y todo mi pelo se hubiese pegado al brillo de mis labios. Al menos no vomitaba. Me extrañaba, porque jamás fui sensible a olores. De niña limpiaba pecarías con mi madre y jamás era tan delicada... ¿y aquí me daba náuseas?
—Hemos llegado —dijo él.
Bajamos frente a un restaurante oriental precioso. Nunca había estado en uno así. Mi experiencia más “exótica” era un kebab en el mercado y baklava en la playa de Kyrylivka.
Él me ofreció el brazo cuando tropecé contra el empedrado. ¿Por qué esos gestos tan sencillos me derretían?
—Es muy lindo acá —confesé.
—Y además sabroso —añadió.
Nos condujeron como si fuésemos huéspedes VIP. Nos sentaron junto a un ventanal vitral y encendieron una lámpara-piruleta.
—Báhur —dijo Amir.
No tenía idea qué era, pero asentí. El humito olía a incienso de funeral... ¿Vinimos a comer o a oficiar un servicio fúnebre?
—Dijiste que me contarías sobre tu origen —le recordé para distraerme del hedor.
—Cierto —se dirigió al mesero y empezaron a colocarnos platos. Ni menú ofrecieron. Supongo que aquí todos comen lo mismo—. Bueno, mi biografía es aburrida. Mis padres son ucranianos que emigraron jóvenes a Estambul. Yo, nací y crecí en Turquía, pero decidí montar mi negocio aquí. Ahora vivo entre los dos países.
El corazón se me paralizó. ¿Entonces él… no es turco? ¿Un ucraniano hecho y derecho? ¿Un kozako? Pero...
—¿Y tu nombre? —pregunté.
—Me lo pusieron para no destacar entre mis compañeros. Mi abuela aún no supera que me llamen Amir; ella me llama Anton.
Interesante. A Larisa Pavlívna la va a dar un infarto cuando lo sepa. Técnicamente no cambió nada, pero saber que tiene raíces ucranianas hace que se vea más atractivo al instante.
En eso, el festín en nuestra mesa avanzaba. La mayoría ni sabía cómo comerlos, pero no me detuvo. Degusté y cerraba los ojos de placer. Estaban deliciosos.
Excepto por ese humo… Era de mala educación pedir que lo apagaran, así que aguanté. Pero cuanto más comía, mayor era el riesgo de devolvérselo todo a la lámpara. Tuve que detenerme.
—¿Y tú trabajas dónde? —inquirió Amir.
—Pues… nada interesante. En el ámbito científico —debí haber inventado algo más glamoroso, pero me importaba más el look que la biografía.
—Al contrario, ¡es muy interesante! ¿Te dedicas a la ciencia?
—Se puede decir que sí.
—¿A qué te dedicas?
—Eh... a las bacterias —o sea, en los baños de tu hotel—. Soy microbióloga. Y vine a una conferencia científica.
—Me gustan las mujeres inteligentes.
¡Qué mentiroso! Si viera a las féminas que suele traer... ninguna debería reprocharle por no oler a intelecto.
—¿Te quedarás mucho en Ucrania? —cambié de tema.
—¿Piensas en otra cita conmigo?
—No…
—Una pena. Tenía ganas de buscar una excusa para quedarme. En realidad, vuelo de regreso en una semana.
Sentí alivio. Al menos podría trabajar y no vivir con el miedo de ser descubierta.
—Yo solo estaré un par de días.
—Entonces tenemos ¡dos completos!
Me sorprendió su insinuación. Cena elegante y auto de lujo, claro que era genial, pero yo no pensaba ir más allá. Aunque...
Vino el camarero, preguntó algo en árabe. Le sonreí por cortesía. Si supiera lo que venía después... habría salido corriendo. Arrancó los platos sucios y sopló con fuerza la lámpara–hedionda.
De golpe, apunté con náuseas. El olor subió, el estómago protestó. Bebí agua pero empeoró. Sabía que me arriesgaba a una humillación total.
—¿Dónde está el baño? —pregunté, cubriéndome la boca.
El camarero señaló y salí corriendo.
—¡Eeva! ¿Estás bien? —se escuchó su voz detrás. —¿Quieres que te acompañe?
No había tiempo. Llegué a un lavabo justo a tiempo.
El estómago se volvió crisálida y me retorció con una fuerza que dolía. Las manos me temblaban, el cuerpo se cubrió de un sudor frío y pegajoso. ¿Por qué justo ahora? ¿Por qué…?