Eva busca felicidad

Сapítulo 10

Larisa Pavlovna entró lentamente empujando la bandeja con la comida. Al verme, se estremeció. Tenía los ojos como platos, como si hubiera visto un fantasma, ¡te lo juro!

—B-buenas noches —dijo mientras intentaba recobrar la compostura.

Le guiñé un ojo.

—Buenas.

Por dentro rezaba para que no soltara ninguna tontería. Y la pobre también se sostenía con alfileres. No dejaba de mirarme a mí y luego a Amir, intentando averiguar si él sabía que yo también trabajaba en el hotel.

—Que aprovechen —dijo e hizo una reverencia sin venir a cuento. La pobre estaba hecha un manojo de nervios—. ¿Puedo irme ya?

—No, espere un momento —la detuvo el jefe.

Se fue al dormitorio, dejándonos a solas.

—Estás jugando con fuego, niña —susurró Larisa Pavlovna apenas desapareció la sombra del hombre—. Empezar una relación basada en mentiras es una pésima idea. ¡Pésima!

No pude evitar soltar una risita nerviosa.

—¿Qué relación? Tengo todo bajo control.

—Él lo sabrá todo. Y yo acabaré siendo cómplice...

—Baje la voz —le hice un gesto llevándome el dedo a los labios. Lo que me faltaba: que nos oyeran—. Las regañinas después.

—Solo te estoy advirtiendo...

—¡Gracias! —tosí con falsa cortesía—. Gracias por la comida. Huele delicioso.

—No te manches —dijo ella. Abrió la boca para decir algo más, pero el jefe volvió. Bajó la mirada al suelo como un perro que acaba de orinarse en las pantuflas del amo.

—Tome —le extendió un par de billetes. Al ver el retrato de Vernadski, me puse verde de envidia.

—Oh, no hacía falta... —las mejillas de Larisa Pavlovna se tiñeron de rojo. Retrocedió hacia la puerta, y la entendía perfectamente. Aquello era raro: normalmente de este tacaño no cae ni un céntimo, y ahora de repente ¡tan generoso!

¿Querría impresionarme? Pues lo consiguió.

Amir puso los ojos en blanco y le metió el dinero en el delantal.

—Ahora sí puede irse.

—D-de acuerdo... Que pasen buena noche.

Larisa Pavlovna salió volando al pasillo como si en lugar de traernos la cena, hubiera cerrado un trato con un capo de la droga.

—Qué mujer tan simpática —dije con una sonrisa, dando un trago a mi zumo. Esperaba que él hiciera lo mismo, pero no se apresuraba.

—No entiendo quién tuvo la brillante idea de contratarla como camarera. Mañana mismo ordeno que la despidan —dijo con ese tono excesivo tan suyo.

Me faltó el aire.

—¿Qué? ¿Por qué?

—La comida debe ser servida por chicas guapas —explicó Amir—. Deben abrir el apetito, igual que los platos. Una señora casi jubilada solo despierta nostalgia por los pastelitos de mamá. No es el nivel de un hotel cinco estrellas.

—¿Por eso le diste tanto dinero? ¿Una especie de disculpa?

—Algo así —encogió los hombros sin darle importancia.

Otra vez me invadió la rabia. ¡Pedazo de imbécil sin corazón! Aunque en realidad Larisa Pavlovna no corría peligro, porque solo me estaba cubriendo, me daban ganas de vengarme.

—Voy a encender un poco de bakhoor, y podemos...

—¡No! —salté enseguida. Esos inciensos orientales no combinan con mi "estado especial". No quiero volver a abrazar el váter. —Mejor... tomemos algo. De zumo —le puse el vaso directamente en la mano—. Por nuestro encuentro.

—Como digas —sonrió con picardía. Maldición, incluso con los nervios a flor de piel, me fijé en lo seductora que era su sonrisa.

—¡Hasta el fondo! Qué juguito tan fino...

Amir vació el vaso en unos tragos. Temía que en el fondo quedara el polvo de la pastilla, pero no: todo perfecto. Ahora empezaba la cuenta atrás.

Según mi plan, tenía que dormirse ya en la cama. Que me desvistiera, que me besara... tenía que quedarse con la idea de que no solo cenamos, sino que también "hicimos el amor". Tocaría aguantar los preliminares. Ni modo.

Aunque... ¿para qué te miento?

Yo también quería un poco de ternura de un hombre así. Todos mis ex, al lado de él, parecían niñatos inexpertos. Incluso si en la cama era un tronco, el simple hecho de haber seducido a un millonario me tenía completamente alterada. Seguramente era un cóctel de hormonas explotando en mi cabeza, pero mi juicio se nublaba a toda velocidad.

—Espero que te guste la pasta —Amir volvió a acomodarse en el suelo.

Tomé mi plato y me senté junto a él.

—Me encanta.

Tenía que estar atenta: en cuanto empezara a bostezar, era hora de activar el modo seducción. Le metí tal dosis de somnífero que eso debería tumbar hasta a un elefante. Pero el jefe parecía tan fresco como una lechuga.

¿Qué demonios le pasa? Comía, coqueteaba, me lanzaba cumplidos. ¿Por qué en las pelis los tipos caen redondos, y en la vida real los somníferos son de adorno? Casi habría sido mejor darle carbón activado.

A mí ya me entraba el sueño. La lengua se me enredaba, todo se volvía borroso. Me di cuenta de lo agotada que estaba. Qué ganas de recostarme... mismo aquí, en la alfombra, tan suave. Además, tenía un cojincito justo al lado... Los párpados pesaban. Pestañeé una vez, otra...

—¿Eva? —La voz de Amir sonaba como si viniera de bajo el agua. ¿Qué hacía bajo el agua? ¿Estamos en el mar? Quiero ir al mar... a esas olas tibias...

Pestañeé por tercera vez... y ya no pude abrir los ojos. No me envolvieron los brazos del jefe, sino los del sueño profundo.



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En el texto hay: embarazo, jefe y empleada, ceo millonario

Editado: 08.08.2025

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