Eva busca felicidad

12.1

Mamá me envolvía con un cuidado que no merecía. La culpa que sentía hacia ella no me dejaba relajarme, y el miedo a decepcionarla no me permitía decirle la verdad. Estaba atrapada en una jaula que yo misma había construido.

No me quedó otra que dejarme llevar por la corriente y esperar el momento adecuado. Volví a dormir en mi antigua habitación, donde todo seguía igual que en los tiempos del colegio. Comía mucha fruta del jardín de mamá y paseaba por el patio disfrutando del silencio. Resultó que eso era justo lo que me hacía falta.

De vez en cuando prestaba atención a mi cuerpo, tratando de notar algún cambio. Seguía teniendo náuseas y un sueño constante, pero nada más. Anhelaba que llegara esa etapa mágica cuando las hormonas hacen que te enamores de tu nuevo estado. Pero todavía no pasaba.

Por supuesto, los acreedores y los matones de Svitlana Vasylivna no habían desaparecido. Me llamaban varias veces al día. Por lo general, evitaba contestar, pero cuando mamá estaba cerca, tenía que improvisar para que no sospechara nada.

Una de esas veces me agarró mientras cocinábamos borsch. Dejé el cuchillo y agarré el móvil.

—¿Otra vez ustedes? —dije con tono de jefa absoluta—. No pueden pasar ni un día sin mí.

El tipo del otro lado se quedó descolocado.

—Eh... ¿Eva?

—¡Por supuesto!

—¿Dónde está la plata? ¡No sirve esconderte, igual te vamos a encontrar!

¿Y no se cansan de perseguirme en vano?

—Dirígete al departamento contable.

Siguió una larga cadena de insultos.

—¿Te estás burlando, mujer? ¿¡Qué departamento contable!?

—Yo no soy su niñera, arréglenselas. Además, estoy de vacaciones, tengan un poco de dignidad.

—¿¡Vacaciones!? ¿¡Sabías que mientras vos descansás, la deuda crece!?

—Hablamos cuando vuelva a Kyiv —le corté. —Adiós.

Colgué y miré a mamá.

—¡Ya no se puede! ¡Todo el mundo necesita algo!

—Eso es culpa tuya, hija.

Un escalofrío me recorrió la espalda. ¿Será que sospecha?

—¿A qué te referís?

—Vos los malacostumbraste. Te echaste encima como una yegua de carga y ahora todos esperan que resuelvas sus problemas. Siempre querés demostrar de lo que sos capaz, y por eso tus empleados te manejan.

—Ah… te referías a eso… —me sentí tan incómoda que decidí rendirme—. No soy como vos creés, mamá.

—¿Cómo que no?

—La verdad es que hay muchas cosas que no sabés de mí. Vine a contártelas, pero aún no me animé.

—No entiendo —mamá apagó la hornalla—. ¿Pasó algo?

—Sí.

Respiré profundo. Todo o nada. Ya era hora de poner las cartas sobre la mesa.

—Lo que pasa es que yo… yo…

Apreté el celular tan fuerte que los nudillos se me pusieron blancos. Mamá no tenía que saber todos los detalles, pero lo principal —el embarazo— tenía que decirlo.

—Esperá un momento. El perro está ladrando, seguro vino alguien —mamá se quitó el delantal y fue cojeando hacia la ventana—. Un auto… Por aquí no se ven autos así. ¿Será que preguntan por el camino?

—¡Ya salgo yo! —salté. ¿Y si eran los matones? Mamá no debía involucrarse.

Con los puños apretados, me fui hacia el portón. Hasta me llevé la horquilla que mamá usaba para juntar heno. Ya no tenía nada que perder: si atacaban, yo me defendía. Los ensarto y listo.

Abrí la verja y salí hacia el coche.

Y ahí me dio el soponcio. Caí en cuenta de que los mafiosos no usan autos tan vistosos, no quieren llamar la atención. Si quisieran secuestrarme, vendrían en una camioneta fea y sin vidrios polarizados. Pero esto era un Jaguar negro. Igualito al de mi jefe.

¡Madre santa! ¿Y si era él? ¿De verdad se vino hasta Zozulí?!

Apoyada en la horquilla, intentando no desmayarme de los nervios, me acerqué al coche. El vidrio del conductor bajó lentamente.

—Samir… —susurré.

—Amir —me corrigió.

—¿Cómo conseguiste mi dirección?

—La obtuve de Recursos Humanos.

—Ah, claro…

—¿Y qué hacés acá?

—Solo hablaré si prometés no amenazarme con eso —señaló la horquilla.

Tuve que esconderla detrás.

—Bueno…

Amir bajó del auto. Olía a perfume caro, a billetes y a vida de lujo. Parecía un dios bajado al mundo terrenal. Tan perfecto que hasta daba asco.

—Decime la verdad —señaló mi vientre—. ¿Es cierto que estás embarazada de mí?

—Sí.

—¿Estás dispuesta a probarlo con una prueba de ADN?

—¿Para qué? Dejaste en claro que no querés al bebé.

Amir apretó los dientes.

—¿Y qué esperabas? ¿Que saltara de felicidad? ¡Sos una estafadora, por algo así te pueden meter presa!

Me puse en puntitas de pie para que nuestros ojos quedaran al mismo nivel.

—Entonces, ¿qué esperás? Andá a la policía. Yo llevo por lo menos dos testigos que nos vieron juntos. ¿Cómo vas a demostrar que nunca tuvimos sexo? Solo vas a hacer el ridículo en todo Kyiv.

—Estafadora…

—Si lo fuera, ya te estaría pidiendo plata. Pero como ves, no te pido nada.

—¡Eva! —gritó mamá desde atrás. Vi que se acercaba, cojeando. —¿Todo bien?

¡Tierra, trágame!

—¡Todo perfecto, má! —intenté sonar tranquila, pero la voz me salió como si estuviera a punto de estirar la pata. Agarré la horquilla y me volví hacia el jefe—. ¡Ni una palabra a mi mamá! Ella no sabe nada, y si se entera, no será por vos.

—¿Y qué me lo impide? —se burló.

—¡Te reviento el auto!

Mamá se detuvo en la entrada, sin saber cómo reaccionar ante semejante espécimen. ¡Claro! Solo había visto hombres así en sus novelas turcas.

—¿Y este quién es? —preguntó, mirándolo de arriba abajo.

—Este… este… es Anton. Anton es mi novio —y casi me río de la histeria.

Sentí cómo Amir me puteaba mentalmente. Por si acaso, apunté con la horquilla a su auto, como quien no quiere la cosa.

Él forzó una sonrisa.

—Un gusto conocerla —me abrazó por la cintura—. Vine a conocer la tierra natal de mi… Eva. Perdón por no avisar.



#654 en Novela romántica
#275 en Chick lit
#180 en Otros
#93 en Humor

En el texto hay: embarazo, jefe y empleada, ceo millonario

Editado: 28.08.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.