Eva busca felicidad

Сapítulo 13

La situación no podía ser más ridícula. Me sentía como si caminara por la cuerda floja sin red. Un paso en falso, y chau. Solo esperaba poder salir ilesa… una vez más.

Mientras tanto, mamá se recompuso.

—¿Un novio? ¿Cómo es eso? —susurró—. No sabía que estabas con alguien. ¡Así que de eso querías hablarme!

—Jaj… ¡Exacto! Justo de eso se trataba. Me daba cosa contártelo…

—¡Pero no tenías por qué! —mamá se acercó a Amir y lo llenó de besos en ambas mejillas—. ¡Qué mozo! ¡Qué galán! ¡Es un pecado esconder a semejante belleza!

—Gracias, señora… —el jefe se hizo el tímido. Pero yo veía cómo se le tensaba la vena en la frente. Estaba a punto de estallar.

—Anton ya se tiene que ir —intenté separarla de él—. Tiene mucho trabajo.

Pero mamá le agarró la mano con más fuerza. Si detectaba un posible yerno, no lo soltaba ni con una grúa.

—¡De ninguna manera! ¡No dejo ir a nadie sin atenderlo como se debe! Anton, pasá, justo hay borsch calentito. ¡Vas a comer como Dios manda!

—No creo que sea buena idea… —Amir retrocedió hacia el coche. Gran error.

Mamá cambió de chip al instante. De amable y cordial, pasó a modo sargento de infantería. Ay, querido… ya fuiste.

—¡Marchando a la mesa! —ordenó con una voz tan potente que hasta el gerente más rudo se habría sentado sin chistar.

Amir y yo cruzamos miradas. Él tenía fuego en los ojos. Me recorrió un escalofrío. En cualquier momento, explotaba.

—Perdón… —murmuré sin voz.

Solo quedaba rezar para que aguantara el embate del amor maternal. Que se bancara una hora, comiera, y después que se fuera al diablo.

Amir entró a la casa. ¡Incluso se sacó los zapatos en la puerta! Caminando en medias blancas (menos mal que limpié el piso) llegó hasta la cocina. Miró todo con sorpresa.

—Es acogedor —dijo, como si le sorprendiera. ¿Qué esperaba ver? ¿Una carpa gitana?

—Gracias. El último arreglo lo hicimos hace veinte años, pero hago lo que puedo —mamá ya ponía la mesa. Borsch, pan negro, panceta y cebolla de verdeo. Se me hizo agua la boca—. Que aproveche, hijo.

El jefe miró el plato con sospecha. Supongo que, después de lo del somnífero, temía que esta vez fuera algo peor.

—¡Comé de una vez! —le siseé, dándole un puntapié por debajo.

Amir probó una cucharada. Otra. Y después se tiró sobre el borsch con tanto entusiasmo que hasta parecía humano. ¡Ahí está, el gen ucraniano! Ni todo Estambul se lo pudo sacar. Incluso parecía más amable.

—¿Y cómo se conocieron? —preguntó mamá.

—En el trabajo —respondí. Por una vez, sin mentir—. Estamos en el mismo hotel.

—Ya no trabajás —me corrigió Amir.

—Bueno, estoy de licencia.

—¿Y qué planes tienen para el futuro? ¿Ya fijaron fecha para la boda?

Casi me atraganto con el borsch.

—No tenemos apuro —dije—. Todo esto pasó tan de repente…

—Especialmente su embarazo —agregó Amir.

Mamá se llevó la mano al pecho. Yo, a la cuchara, con intenciones asesinas.

—¡Te pedí que no lo dijeras! —gimoteé.

¡Pero qué tipo! ¿¡Quién lo obliga a hablar!?

—Pensé que te referías a cómo fue concebido —se agarró la cabeza.

Mamá se secó las lágrimas de felicidad. Por su cara, era el mejor día de su vida.

—¡Y ni quiero saber detalles! ¡Lo importante es que voy a tener nietos! ¡Dios mío, escuchaste mis plegarias!

—Mamá, basta…

—¡Una criatura! ¡Vas a tener una criaturita!

Mamá me abrazó a mí… y después al “Antonchito”. Me pregunto si estaría igual de feliz si supiera que Amir no tenía nada que ver con la fabricación del niño.

—¡Ahora entiendo por qué te tomaste vacaciones! Ya me parecía raro… Años sin moverte del trabajo y, de golpe, aparecés en el pueblo. Me tenía preocupada. ¡Hasta pensé que estabas metida en algún lío! —se giró hacia el jefe—. ¡Y vos ya no te vas! ¡Hoy te quedás a dormir con nosotros!

—Yo encantado, pero…

—¡Nada de peros! Tenemos que conocernos mejor. Contame de vos, de tus padres… Quiero saberlo todo. ¡No voy a entregar a mi florcita a cualquiera!

—Pero nadie me está pidiendo en matrimonio —bufé.

—¿Cómo que no? —mamá apartó el plato con panceta, justo cuando Amir estaba por alcanzarlo—. ¿Cómo que no? ¿Hacen un hijo y no piensan casarse? ¿¡Se volvieron locos!? ¡Anton, cómo puede ser que no le hayas propuesto casamiento a Eva!

—Y no lo voy a hacer.

—¡Santo cielo! —mamá gritó tan fuerte que el perro del patio volvió a ladrar—. ¡Esto no puede ser!

—El matrimonio no significa nada —intenté salvar la situación, para que pareciera que yo era la moderna, y no que él me estaba bateando.

Mamá frunció el ceño.

—Eva, perdiste la cabeza. Te lo juro. ¡Un niño tiene que nacer en una familia!

—¿Y podemos decidir eso nosotros? —Amir levantó la voz. Se le acababa la paciencia.

—Ya entendí —dijo mamá con tono glacial. Se levantó, fue hasta la heladera, sacó unas gotas para el corazón y empezó a contarlas sobre un vaso con agua. Luego se lo tomó de un trago y suspiró—. ¿Ya estás casado, verdad?

Tremenda bomba. ¿En serio mi mamá pensaba que yo sería capaz de acostarme con un hombre casado? ¡Ok, no soy una santa, pero hay límites! Yo nunca destruiría una familia. Nunca.

—No estoy casado —aclaró Amir, calmándola… y de paso a mí también.

—Entonces lo estarás —decretó mamá—. Y punto. ¡Ay, Dios mío, necesito aire…!

Se levantó de la mesa y salió al patio, dejándonos solos. Por primera vez en mi vida, sentí una incomodidad insoportable.



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En el texto hay: embarazo, jefe y empleada, ceo millonario

Editado: 05.08.2025

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