Sí, un chivo en un Jaguar ya era demasiado, pero esa provocación me gustó. Tenía muchas ganas de conocer mejor a mi jefe, descubrir los límites de su paciencia y ver cómo se comportaría en una situación extrema. Al fin y al cabo, él es el padre de mi hijo, ¿y si el bebé sale a él? Lo principal es que no herede su mala suerte. En comparación con eso, el carácter de Amir es como el de un pony suavecito.
No tenía apetito. Después de comer una pera en ayunas me entraron náuseas, y no pude tragar ni un bocado más. Así que me maquillé y estaba lista para ir a la ciudad. Quería respirar aunque fuera un poco del aire capitalino antes de instalarme definitivamente en Zozulí.
Pero antes de oler el aire de Kyiv, me tocó "disfrutar" otro aroma: el pestazo de Johnny. Aunque mamá lo cuidaba mejor de lo que me cuidó a mí en los últimos años, contra la naturaleza no se puede luchar. Un chivo es un chivo, hasta en África. Sus feromonas se sienten a un kilómetro.
— Subí, amorcito —mamá lo llevó hasta el coche—. Está un poco apretado, pero aguantá.
— Mavka va a flipar cuando vea en qué nave llegó su pretendiente —me reí—. ¡Ni yo tuve autos así!
— ¿Ah, no? —musitó Amir.
— Vos no contás, porque entre nosotros no había química —le contesté igual de bajo.
— Pero yo sí tenía química.
— Lo único que vos querías era acostarte con una chica nueva.
— Una cosa no quita la otra.
Mientras charlábamos, mamá bufaba tratando de subir a Johnny.
— Dale, galán, que tu dama te espera —el "galán" no estaba nada entusiasmado con la idea de viajar en el asiento trasero. Se resistía con los cuernos y las patas, ignorando todos los ruegos de mamá—. Antón, ¿vas a quedarte ahí como un poste? ¡Ayudame, che!
— No pienso participar en este acto de vandalismo —cerró los ojos y gruñó algo en turco—. Mi pobre auto… ¿Qué te hizo para merecer esto? ¡Lo han profanado!
— ¡Ay, no exageres! —mamá agitó la mano.
La verdad, yo también tenía ganas de llorar por lo que estábamos viendo. Johnny sí logró subirse al asiento trasero y hasta se acomodó. Pero luego recordó que no había ido al baño antes de salir… y lo hizo ahí mismo. Una linda montañita de caca rodó sobre el cuero blanco impecable.
— ¡Noooo! ¡La puta madre, nooo! —gritó Amir—. ¡¿QUÉ ES ESTA MIERDA?!
— Mierda —contesté, seca.
Viendo su sufrimiento, mentalmente le perdoné todos sus pecados. Groserías, altanería, avaricia... todo borrado. Johnny se vengó por mí y por todas.
— Bueno, puede pasar… —se sonrojó mamá—. Lo tapo con un poco de pasto y, cuando se lo den a Alyona, lo limpian. En un minuto queda bien. Un pañito húmedo y listo.
Pero el maldito de mi cuerpo tenía sus propios planes. Las náuseas volvieron con más fuerza. ¡No, ahora no! Respirá, Eva. Solo por la boca.
— Después de esto, ¡hay que prender fuego el coche!
— Bueno, pueden irse ya —dijo mamá cerrando la puerta. Nos explicó cómo llegar a lo de Alyona, que vivía en el quinto infierno, y nos persignó—. Váyanse con Dios.
Ni Amir ni yo nos movimos. Ninguno quería entrar al auto con Johnny.
— Las damas primero —ofreció Amir.
— Qué caballero… —fruncí la cara.
Bueno, el asiento delantero no estaba tan mal si sacaba la cabeza por la ventanilla. Amir arrancó el motor.
— ¿No te molesta que esté masticando tu pelo? —preguntó, mirando por el retrovisor.
— ¿¡Qué!? —le arranqué el mechón babeado—. ¡Qué asco! ¡Vámonos ya, antes de que vomite!
— ¡No puedo! El auto no se mueve hasta que todos los pasajeros estén abrochados.
— Yo estoy abrochada.
— ¿Y Johnny? Los sensores del asiento reaccionan a su peso.
— ¡Dios mío! ¡Le metieron tantas boludeces a estos autos! Antes uno tiraba del cinturón y ya. Solo el conductor, y solo si había un patrullero cerca. ¡Y ahora hay que abrochar hasta al chivo! —Está bien, me encargo.
Me incliné hacia atrás y até a Johnny con los cinturones. No es que le gustara mucho. En un momento, decidió mostrar su descontento con una patada en el respaldo del asiento de Amir. ¡Qué carácter, el animalito!
— ¿Falta mucho?
— ¡Listo! Ahora solo espero que no se asfixie.
— Si se muere, no pienso llorar.
Finalmente partimos. El chivo ya no solo apestaba el auto, también a mí. Sentía su olor en mi cuerpo, en la ropa, y sobre todo en el pelo. Era como si las feromonas hubieran invadido hasta el cuero cabelludo.
— Me va a dar arcadas… —dije, con lágrimas en los ojos.
— A mí también —gritó él.
— No, en serio. ¡Voy a vomitar! ¡El maldito embarazo! ¡Frená ya!
Amir soltó una sarta de insultos que, creo, incluía todos los que había aprendido en Ucrania… y algunos en otros idiomas. Frenó de golpe. Si Johnny no hubiera estado bien atado, me lo comía de sombrero.
— ¡Dale, bajá rápido!
Salí al campo. Me doblé en dos… y me di cuenta de que ya no tenía náuseas. ¡No puede ser!
— Se me pasó —dije, volviendo al auto.
— ¿Estás jodiendo? ¿Eso te parece gracioso?
— No. En serio me sentía mal.
Vagamos un poco por las calles de Zozulí, pasamos por el mercado, le dimos a tía Toma el chisme del año, y por fin llegamos a la calle donde vivía Alyona.
Y ahí, el estómago me jugó otra mala pasada. Las náuseas volvieron. Cada vez que intentaba tomar aire fresco, el olor a Johnny me llenaba la nariz.
— ¡Pará, Amir!
— ¡Mirá vos! Hasta dijiste bien mi nombre. Seguro que desde el principio lo sabías, pero me llamabas Kamir o Samir para…
— ¡QUE PARES!
— … sacarme de quicio. Vos y tu vieja son iguales.
No daba más. Intenté abrir la guantera buscando una bolsita o algo, pero estos autos modernos no tienen ni manija. Al final agarré el tachito de basura y vomité ahí mismo la bendita pera.
— Qué asco —Amir arrugó la nariz—. ¿No podías bajarte?
— ¡Lo intenté!
Él sacó unos pañuelitos del bolsillo.
— Limpiate la boca.
— Por cierto, ya llegamos —dije, mirando por la ventanilla—. Reconozco a los chicos de Alyona.