Eva busca felicidad

Сapítulo 17

Sentada en la sala de espera, los nervios me estaban matando. Sin darme cuenta, empecé a morderme las uñas. ¡Algo que jamás hacía! Siempre me daba pena arruinar la manicura por la que había pagado, así que la cuidaba como un tesoro hasta la próxima visita al salón. Bueno... si es que se le puede llamar "salón" al cuartito del sótano del dormitorio estudiantil. Las chicas que lo atienden colgaron un cartel de neón que dice “Nails Beauty”, pero eso no lo hace un lugar decente.

Mi sentido común se desconectó por completo. En mi cabeza se desató un enjambre de pensamientos y miedos:

¿Y si el bebé tiene algún problema? ¿Y si hay una malformación? ¿Y si son gemelos?

Mi prima tiene gemelos... ¿eso es hereditario? ¡No puedo con dos! A menos que hagamos como en las telenovelas indias: uno para mí, otro para Amir. Después crecen, se encuentran, y me dicen: “Mamá, estás totalmente mal de la cabeza”.

Finalmente se abrió la puerta, y un médico asomó la cabeza:

—Pasa, por favor —dijo con una sonrisa amable.

Me levanté del sofá. Las piernas me temblaban.

—Bueno…

—Puedes traer al padre.

—El mío murió hace treinta años. Problemas hepáticos. Me crió mi madre, pero ella está en el pueblo.

—Me refería al padre del bebé.

—Ah… —Tierra, trágame. Que no crea que estoy loca. —¿A él?

Miré a Amir. Parecía que no tenía ninguna intención de participar en el show. Estaba hundido en el móvil, escribiendo algo muy concentrado. ¿Será que ya anda ligando con otra? ¡Maldito!

—Si hace falta, entro —dijo encogiéndose de hombros.

—Hace falta —respondió el médico con firmeza.

Menos mal que vino conmigo. Una cosa es estar sola, pero saber que tu pareja está en el trabajo y luego te verá. Otra, es atravesar esto con total incertidumbre, sin nadie cercano a tu lado. Bueno… Amir tampoco era que muy cercano, pero aún así esperaba algo de apoyo. Y eso sí que se le daba.

Me hicieron acostar en la camilla. Me pusieron ese gel frío en el vientre —ese que te deja toda la piel erizada— y empezaron a pasarme un aparato que parecía un ratón de computadora. Miré la pantalla. Al principio, no entendía nada. Puras manchas oscuras. Como leer el horóscopo en los posos del café.

Pero entonces lo vi… ¡un piecito! ¡Una piernita diminuta!

—Aquí está tu bebé —dijo el médico, ampliando la imagen.

Y fue ahí cuando me cayó la ficha: iba a ser mamá. Que dentro de mí estaba creciendo una vida. Pequeña, indefensa, y completamente dependiente de mí.

—Hola, mi amor —susurré con los ojos llenos de lágrimas—. ¿Cómo estás?

—Está muy bien. El corazón late normal, el desarrollo está dentro de los plazos, no hay señales de anomalías.

—¿Él? —saltó Amir. Se acercó a la pantalla como si fuera a meterse dentro. —¿Es un nene?

—Me refería al feto —aclaró el médico—. Aún no podemos confirmar el sexo.

Pero Amir ya estaba en otra.

—Múnir Amiróvich —suspiró, todo ilusionado.

—¿¡Qué!? —El momento tierno se me fue al traste. —¿Múnir? ¡Todavía no nace y ya le estás arruinando la vida! ¡Nada de nombres orientales! Ni se te ocurra. Si es niño, se va a llamar Mijaíl.

—¿Mijaíl?

—¿Y qué tiene? Suena bonito.

—Suena como uñas en una pizarra —bufó, exhalando como dragón—. Esto lo hablamos luego. Sin gritos. Sin testigos.

—No hay nada que hablar.

Amir volvió a mirar la pantalla, sonriendo como bobo.

—Imprímame esto, por favor. Quiero tener el primer retrato de mi hijo.

—Podría ser una niña —intervino otra vez el médico.

—No, no. Seguro que es un chico.

No tenía ganas de discutir, no quería arruinarle la emoción. Y para ser sincera, yo también prefería que fuera varón. ¿Qué clase de ejemplo le daría a una niña, con una madre como yo? Con un hijo sería más fácil. Lo criaría para que no rompiera corazones ni vidas, con conciencia y responsabilidad. Lo haría tan buen tipo, que mi futura nuera me besaría los pies por haberlo parido.

Nos dieron un informe diciendo que todo estaba bien y nos fuimos a la siguiente clínica. El ánimo era excelente, tanto en mí como en Amir. Él, sin ningún test, ya asumía la paternidad, pero yo quería terminar con las dudas y tener pruebas sólidas.

—Los resultados estarán listos en cuatro días —dijo la enfermera—. Precisión del 99,9 por ciento.

—Gracias. Estaremos atentos —asintió él.

—Creo que eso es todo. Hasta aquí llegamos —dije con un poco de vergüenza—. Me quedaré a dormir en casa de una amiga, y mañana vuelvo al pueblo.

Por favor, detenme. No quiero volver a ver la cara amargada de Tolik.

—Te llevo yo —contestó Amir, sin pensarlo—. No deberías viajar en autobuses llenos de gente.

—No me va a pasar nada —mentí, por reflejo.

—A ti no. Pero a mi hijo, sí. No es negociable. Mañana, cuando retire el coche de la limpieza, te llevo a Zozuli.

—Como quieras. Entonces… ¿hasta mañana?

¡Vamos, frenáme! ¡Dame una excusa para quedarme!

—No —cortó, como si me hubiera leído la mente—. Espera.

—¿Y ahora qué? —puse los ojos en blanco, toda digna y autosuficiente.

Amir se balanceó sobre sus pies, incómodo.

—Tal vez deberías pasar la noche en Inkognito —murmuró, sin mirarme—. Si querés, que tu amiga venga también. Aviso para que les preparen una buena habitación.

—¿En serio? —se me iluminó la cara.

—Pero nada de cosas raras que me den vergüenza, ¿entendido?

—¿Cosas raras? ¡Por favor! Somos mujeres maduras. Como mucho, rajamos de todo el mundo hasta que no quede nadie limpio.

—Perfecto.

Lo miré con atención.

—Y otra vez te estás viendo adorable…

—Siempre lo soy —sonrió—. Solo que no con todo el mundo.

—¿Y yo estoy en el club de los elegidos?

—Tú te colaste sin pedir permiso. Vamos —me rodeó la cintura con el brazo—. Conozco un lugar cerca para almorzar bien rico.

—A donde quieras… si pagas tú.

—Eso ya me quedó claro.



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En el texto hay: embarazo, jefe y empleada, ceo millonario

Editado: 28.08.2025

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