A Yulia incluso tuve que convencerla. ¡Imagínate! Que no podía separarse de su adorado Tolik. ¡Pues justo lo contrario debería hacer, escapar de él en cuanto pueda! Vaya “macho alfa” panzón... ¿Qué le ve? El amor sí que es un enigma.
— ¿Y ahora me explicas qué hacemos aquí? — preguntó al entrar a la suite presidencial. Sí, sí, Amir no escatimó en gastos y me cumplió un pequeño sueño.
— ¿Te han vuelto a contratar? ¿No habrá huéspedes por aquí? Si estamos irrumpiendo en la habitación de alguien...
— ¡Es mi habitación! Anda, pasa.
Intenté actuar como si fuera la dueña del lugar, aunque ni yo misma podía creer lo rápido que había cambiado todo. Hace nada estaba aquí fregando el suelo...
Yulia estaba tan desconcertada como yo. No conseguía relajarse, parecía lista para salir corriendo en cualquier momento. Ni se quitaba los zapatos, convencida de que la seguridad aparecería en cualquier momento para echarnos a patadas.
— Te lo explico todo ahora —me rendí—. Solo prométeme que no me vas a despreciar después de esto. Sé que ya he hecho méritos suficientes, pero esta historia se lleva el premio al colmo de la idiotez. Y por favor, no le digas nada a Tolik.
— D-de acuerdo... —cerró la puerta con llave y se acomodó en un sillón.
— Amir dijo que podíamos pedir comida del restaurante. ¿Quieres algo?
— ¿Quién es Amir?
— Ah, cierto. Es el padre de mi hijo —dije, llevándome la mano al vientre—. Puedes llamarlo Antón, da igual.
— Me estás empezando a asustar...
— Está todo bien. Mira, escucha...
Confesarle todo a mi amiga era como un ensayo antes de contarle a mamá. Algún día tenía que pasar, mejor estar preparada.
Creo que esa noche Yulia experimentó todo el abanico de emociones, desde la vergüenza ajena hasta el drama. Al principio se sorprendió, luego se agarró la cabeza y al final incluso soltó una lágrima. No me hago ilusiones: no fue por lástima hacia mí. Seguramente le dio pena por ella misma, porque en vez de encontrar una amiga normal, se topó con un saco de problemas.
— Y eso es todo —terminé, sintiendo un gran alivio—. Mañana vuelvo a Zozulí, y después de confirmar la paternidad, Amir y yo veremos cómo criar al bebé. Estoy lista para aceptar que él se aleje si así lo decide.
Yulia se acercó al minibar. Sacó una lata de cerveza y se la bebió casi de un trago.
— ¿Quieres que pida algo de pescado para acompañarla? —pregunté, perpleja.
Negó con la cabeza.
— Solo tengo una pregunta —dijo, limpiándose la boca con la mano.
— ¿Sí?
— ¿Por qué él aguanta todo esto? Perdona que te lo diga, pero después de todo lo que me contaste, yo no querría ni compartir una acera contigo. Y él, en cambio, sigue cediendo.
— Dice que lo hace por el bebé.
— ¿Por un bebé que todavía ni existe? Conozco montones de casos en los que hijos planeados dentro del matrimonio terminaron siendo ignorados por sus padres. Y aquí tenemos a un tipo que se desvive por un niño que ni siquiera sabe si es suyo. De momento, solo tiene tu palabra, y eso no basta en una situación así.
— ¿A qué quieres llegar? Me estás asustando. ¿Piensas que Amir quiere ganarse mi confianza para luego secuestrarme y encerrarme en un harén?
— ¡Ay, boba! No —se rió—. Yo creo que solo hay una explicación para todo esto. Está enamorado de ti.
Me reí tanto que acabé tosiendo.
— ¡Venga ya! Ese tipo se quiere tanto a sí mismo que no le queda espacio para amar a nadie más.
— Estoy casi segura, Eva. La cuestión es: ¿estás tú lista para corresponderle?
— ¡Claro que no!
— ¿Por qué? Un niño necesita una familia completa.
— Pero no una en la que mamá y papá se saquen de quicio constantemente.
— Tienen tiempo para encontrar un punto medio. Tal vez sea justo ese caso raro en el que todo encaja. Mira tus ex, tus historias pasadas. Siempre te enamorabas hasta los huesos y te anulabas por completo. ¿Y cómo acababan? Esto es distinto. Aquí te quieren a ti, y tú puedes ir conociéndolo poco a poco... ¿Antón?
— Ajá.
— ¿No sientes al menos un poquito de cariño por él?
Me quedé pensando. Bueno... es atractivo. A veces incluso genial. Otras, me dan ganas de deportarlo. Si le quitamos la colección de mujeres de su cama y la tonelada de gel de su pelo, podría pasar por un tipo decente.
— Puede que un poquito...
— ¡Pues actúa! —los ojos de Yulia brillaban de emoción—. Está en la habitación de al lado. Seguro que te espera. Ve y deséale buenas noches.
Yulia empezó a hablar como mi madre. Juntas serían imparables: hasta a los muertos los casarían.
— Cuando dices “buenas noches”, ¿te refieres a decir “buenas noches” literalmente o a algo más...?
— Lo que surja —me guiñó un ojo.
— No sé yo...
— ¡Aunque sea por educación!
Tenía razón. Un día tan intenso debía acabar con una nota agradable.
— Bueno —asentí—. Supongo que lo haré.
— ¡Eso! —me animó, dándome un empujoncito—. Yo no me voy a mover de aquí. Y si no vuelves esta noche, tampoco me ofenderé.
Le sonreí.
— Te quiero, Yulita.
— Anda, ve.
Por si acaso, volví a cepillarme los dientes, me retoqué el maquillaje (aunque una persona normal se lo quitaría para dormir) y solté el pelo. Me sentía tan nerviosa como si fuera a una cita... ¡Amir, maldito seas!
Salí al pasillo. Subí por las escaleras en vez de tomar el ascensor para darme unos segundos más. Me paré frente a su puerta, me acomodé la ropa.
— A ver... Solo a desearle buenas noches. Fácil.
Respiré hondo y toqué la puerta. La espera fue eterna, estuve a punto de darme la vuelta y huir.
Entonces se abrió.
— ¿Eva? —preguntó Amir, sorprendido—. ¿Qué querías?
— Pues... —miré por encima de su hombro. En el sofá había otra chica. Nueva. Y con cara de pocos amigos, como si le debiera dinero. Me dieron unas ganas locas de agarrarla de esas greñas pelirrojas y estamparle la cara contra la pared. — Nada. Me equivoqué de puerta.